José Ricardo Taveras Blanco
Todos le endilgan la catástrofe electoral morada al presidente Danilo Medina, no los puedo contrariar, reconozco el peso que su voluntad ha ejercido en la profundización sin precedentes de los vicios del sistema, pero, resulta necesario destacar otras responsabilidades, más allá del papel que ha jugado su pasión desbocada, ingrata e históricamente suicida, que ha terminado opacando, cuando no tragándose el poco o mucho legado que pudo construir, y de paso, liquidando o poniendo en una espera incierta la carrera de todo el liderazgo de su grupo y la subsistencia misma del partido.
El despliegue fáctico de la demanda que pretende establecer responsabilidades ha sido efectivo en la imputación del autor principal, pero se ha descuidado del peligroso rol de los coautores, no todos de la política. Las faltas vinieron de diversos ámbitos y todos expresan el agotamiento de un sistema político inspirado en una cultura de alianza vituperable de intereses de toda laya, posible, gracias al espíritu de subordinación, populismo y clientelismo que, junto a la debilidad consecuente de nuestras instituciones, constituyen el hábitat en el que florecen todas las miserias que gravitan en nuestra política.
Entre los coautores se encuentra una casta partidaria desprovista de toda dignidad, adocenada, envilecida y servil, que se le arrodilló vergonzosamente al poder. Quizás me excedí en algunas calificaciones, pero el peritaje tomográfico expresa presencia diseminada de lesiones con comportamiento pendular, oscilante entre la decretofilia, en la medida en que fueron dotados de sus prolongadas ínsulas, y la decretofobia, cuando temían perder lo que irremediablemente terminaron perdiendo de todos modos, a eso se debió su genuflexión, de ahí la lealtad quebradiza de mudanza y acarreo, el miedo y el silencio, que nos hace concluir que no nos hemos excedido en la premisa.
También son responsables algunos sectores de los grupos de interés establecidos, esos que nunca están, pero nunca faltan, entre ellos hubo quienes tuvieron una deprimente expresión de servilismo conveniente, fundado en el hecho de ser beneficiarios fundamentales del reparto en el que los políticos somos, por irresponsables, simples tramoyistas en vez de balanzas. Ellos también se rindieron a las energías desplegadas por las aspiraciones de su cachanchán, estaban felices, puso en manos de sus empleados todos los órganos creados para garantizar el equilibrio del mercado; junto a la denominada sociedad civil mandaron más que el PLD, a un punto tal, que el gobierno prefirió pagar un alto costo político para mantenerles abierta la llave de una migración descontrolada que facilitara el 54% de informalidad laboral y la consecuente depresión de los salarios, para poder seguir pagándolos a nivel del año 1990.
En el ámbito de la comunicación social comprometida, algunos no tenían porqué sorprendernos, venían con compromisos personales y políticos públicos y notorios, pero la complicidad adquirió ribetes patéticos entre los que fueron incorporados al gobierno, y otros, de los que se esperaba cierto pudor, que fueron cayendo obsequiosos ante la monstruosa capacidad del Estado como cliente generoso, gracias a los astronómicos presupuestos publicitarios y la gestión desmedida y avasallante de sus relaciones públicas, en muchos casos, gente de gran talento subsumida en propósitos alejados de sus deberes de orientación social equilibrada. De ahí vino el devaneo del “presidente más popular de América Latina”, “el mejor valorado del mundo”, etc., en esa formidable columna descansó la venta de una imagen que, a la hora de la verdad, en general, no pasaba de impulsar más que una serie de políticas cosméticas que nunca impactaron a fondo nuestros grandes problemas, verbigracia la cacareada revolución educativa que nos llevó, entre escándalos, a un crecimiento negativo en el Informe Pisa.
En el ámbito institucional, no existen precedentes de que un gobierno presionara la Junta Central Electoral para que mantuviera abiertas las mesas hasta las dos de la mañana del día siguiente, mientras lograba ajustar las cuentas para imponer su desatino como candidato. Nunca esa institución había jugado un papel tan deslucido de parcialidad, falta de carácter y torpeza como ahora, nunca habían sido objeto de tanto control como ha sucedido en los inéditos eventos electorales del 2019-2020, entre los que se destaca la suspensión súbita de un certamen por el marcado interés de usar una aplicación desprestigiada contra viento y marea.
A ninguno de los corresponsables les importó la institucionalidad, mucho menos les importó la instrumentalización política de militares y policías, el espectáculo de la militarización del congreso y el asalto de su techo para intervenir electrónicamente las conversaciones de los congresistas en medio de una reforma constitucional que se desarrollaba manu pecunia et manu militari, “porque el poder no se desafía”, nada de eso los ruborizó ni los detuvo. Da vergüenza admitirlo, pero de no haber sido por la llamada de Pompeo, hubiesen consumado su despropósito a cualquier precio.
Esos y otros sectores tenían deberes frente al país para contenerlo, incluso en el inescrupuloso e imperdonable manejo electorero de la crisis sanitaria, pero no lo hicieron por sus intereses, al contrario, le endosaron su desacertado candidato hasta que la locura fue demasiado ostensible. Ninguno tuvo el valor de advertirle el peligro que implica para un estadista no abandonar en el olvido la mochila en que se cargan las pasiones de las luchas partidarias que los arrastran al pasado, que ese desprendimiento tiene como propósito la concentración de energías en la acreditación de su legado histórico, y que continuar con esa carga lo conduciría al infausto derrotero que hoy lo acorrala en soledad y le enmaraña y amarga el camino por venir.
La lección debe ser aprendida, cuando nos asociamos y arrodillamos por no perder el favor del jefe, tenemos un precio que pagar y una vergüenza por arrastrar, y en el presente caso, la cruz de la derrota no le corresponde únicamente a Danilo, también es del colapso de ciertos actores de un sistema que ha puesto el dinero como eje y la falta de escrúpulos como una gracia.