Dr. Víctor Manuel Peña
La tercera revolución industrial del conocimiento y de la información y el neoliberalismo fueron las fuerzas que impulsaron la globalización a principios de los ochentas.
Mientras la globalización tiene 40 años de existencia, el neoliberalismo, como corriente del pensamiento económico, social y político tiene mucho más tiempo de existencia.
El neoliberalismo en el campo de la Economía tiene como antesala la doctrina del liberalismo económico de Adam Smith. Pero a diferencia de aquél el neoliberalismo ha devenido en un dogma.
El neoliberalismo asumido como credo y la globalización como realidad cimentada en la liberalización de la economía mundial pretendieron anular el papel del Estado en la economía, de ahí las debilidades institucionales con que el estado llega a la pandemia.
El neoliberalismo no solo satanizó la intervención del Estado en la economía, sino que llegó más lejos aún al atribuir al Estado responsabilidad exclusiva en la generación y agravamiento de los grandes y cruciales problemas de las economías capitalistas en el mundo!
Así, los agudos problemas de inestabilidad macroeconómica, de falta de crecimiento económico, de problemas estructurales en el comercio exterior y en la balanza de pagos, de desempleo, de desigualdad, de pobreza y los problemas de la economía pública de bajo coeficiente de tributación, de déficit fiscal, deuda pública acumulados se debían a la “azarosa intervención” del Estado en la economía.
Cuánta falacia y maledicencia juntas!
Estados Unidos e Inglaterra, los países promotores e impulsores de la globalización, asumieron el llamado Consenso de Washington, y terminaron imponiendo, con el deliberado y decidido apoyo de los organismos de cooperación multilateral de la ONU, la globalización como la “tabla de salvación” a los problemas estructurales y coyunturales a las economías del mundo.
Es innegable que la ideología siempre estuvo presente en este proceso.
La URSS, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se desplomó once años después de iniciada la globalización en 1980. La Perestroika de Gorbachov se encargó de sepultar a la URSS.
La ideología estuvo presente siempre a tal punto que el sindicalismo fue perseguido salvaje y cruelmente en las naciones del mundo, sobre todo, en las naciones capitalistas desarrolladas con Estados Unidos e Inglaterra a la cabeza y naturalmente el mundo asistió a una desvalorización y cualquierización creciente y sostenida del mercado laboral.
El neoliberalismo y la globalización asumieron el mercado como único asignador “eficiente” de recursos en la economía.
Apenas le reservaron al Estado el papel como regulador de la economía.
Y no se daban cuenta que con ello incurrían en una contradicción fundamental: Si el Estado no es eficiente como asignador de recursos, ¿puede serlo como regulador?
Si el Estado no puede ser eficiente como asignador de recursos, tampoco puede ser eficiente como regulador porque el que regula tiene que asignar recursos necesariamente.
Y la función de regulador es mucho más delicada y compleja porque hay que evitar que las externalidades negativas o fallos del mercado se traguen a los más pobres y necesitados de la sociedad, que son la inmensa mayoría.
Pero el neoliberalismo y la globalización incurrieron en otra contradicción: en el campo exterior o internacional los tratados de libre comercio tienen que ser suscritos y avalados por los Estados, no por las empresas; por consiguiente, no por el mercado, porque el mercado en cuanto tal no tiene personalidad jurídica.
Solo los Estados tienen autoridad constitucional y legal para firmar tratados en el campo internacional. Además, porque las relaciones exteriores son relaciones entre los Estados.
El neoliberalismo y la globalización se encargaron de debilitar institucionalmente al Estado.
Muchas de las carencias y debilidades que presentan los Estados para enfrentar con eficiencia la crisis sanitaria y la crisis económica tienen que ver con esas consecuencias negativas arrojadas por la globalización, y yo agrego el neoliberallismo, como apunta el premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz en una ponencia magistral que acaba de presentar en Chile.
Y el protagonismo en medio de la pandemia tiene que asumirlo necesariamente el Estado, no el mercado. Antes al contrario, al mercado hay que rescatarlo.
No es posible conjurar la crisis sanitaria y la crisis económica producidas por la pandemia sin la intervención necesaria y oportuna del Estado.
Pero ni la doctrina liberal de Adam Smith ni el neoliberalismo ni la globalización han logrado anular totalmente al Estado.
El mismo Adam Smith creía que el Estado debe encargarse del orden público, de la educación, de la salud pero no debía intervenir en la economía porque “distorsionaba la libre competencia o la competencia perfecta según él”.
La historia de la Economía coincide prácticamente con la historia del capitalismo o de la sociedad capitalista y nunca ha sido posible borrar el Estado como ente encargado de la dirección política de la sociedad.
El orden público, la seguridad pública y ciudadana y la integridad territorial no los pueden lograr ni garantizar el mercado y la empresa privada.
Pero las funciones del Estado van mucho más allá de esas funciones políticas ordinarias de todo Estado, de ahí su papel permanente, trascendente y necesario en la educación, en la salud, en la seguridad social, en la organización del transporte, en la construcción de obras de infraestructura y de viviendas y en la aplicación efectiva de políticas de demanda agregada y de oferta agregada.
El Estado no es excluyente. En cambio, el mercado sí es excluyente por naturaleza.
El bien común como objetivo central solo puede planteárselo y perseguirlo el Estado como ente encargado constitucionalmente de la dirección política de la sociedad.
El Estado no solo busca el objetivo del bien común, sino que juega un papel central en la cohesión y articulación de la sociedad. El Leviatán de Thomas Hobbes ha devenido en un mal necesario.
Creo que la ocasión de la pandemia es propicia para reorientar y aumentar los tonos y énfasis de las políticas de demanda agregada – política fiscal, política monetaria y política cambiaria – y también los énfasis y tonos de las políticas de oferta agregada – política científico-tecnológica, política comercial, política industrial y política agropecuaria -, aparte de modificar los marcos de las políticas públicas como ha planteado atinadamente Joseph Stiglitz.
Hay que ser innovador en la implementación de una política de financiamiento del gasto público, del déficit fiscal y de la deuda pública crecientes haciéndola sostenible en el tiempo. Joseph A. Schumpeter, el teórico de la innovación y del empresario, nos invita a bucear en las páginas de su libro intitulado Teoría del Desenvolvimiento Económico.
Como la prioridad es la recuperación de la economía no es recomendable ni viable llevar a cabo una reforma tributaria en medio de la pandemia ni tampoco eliminar o reducir el gasto tributario, aunque sí racionalizarlo, porque de hacer una de esas dos cosas o las dos al mismo tiempo se estaría matando la gallina de los huevos de oro que es la recuperación.
Como el camino expedito es el del endeudamiento se impone una aguda racionalización de éste y que de verdad los recursos generados por el mismo se usen para impulsar la recuperación efectiva de la economía y la solución de la crisis sanitaria.
El desperdicio de esos recursos generados por el endeudamiento sería un crimen!
Al mismo tiempo se impone la renegociación de la deuda externa del país para lograr mejores tipos de interés y mejores plazos y para hacer más llevadera la crisis de la deuda pública.
El sector privado se endeudará también, y hay que evitar que los altos niveles de endeudamiento de las empresas privadas pongan en riesgo la salud del sistema financiero local por problemas de capacidad de pago. Está claro que las empresas privadas pueden endeudarse también colocando en el mercado de valores y de capitales interno emisiones de valores y de acciones de oferta pública
Pero como la crisis económica y la crisis sanitaria generadas por el coronavirus son globales, los estados de las naciones deberían estar trabajando en un dirección unificada, puesto que lo que hagan o dejen de hacer los Estados y los gobiernos, sobre todo de los países desarrollados, influirá en la recuperación de la economía global y de la superación de la crisis sanitaria.
La superación de la recesión por parte de las economías de los países de renta baja y de renta media dependerá también en un porcentaje importante de la recuperación de la economía global.
Y esto es así porque vivimos en un mundo interdependiente.
Es lamentable que en medio de este proceso tengamos que enfrentar también las secuelas negativas de la globalización y del neoliberalismo.
Es hora de enfrentar también muchas de las debilidades institucionales que acusan los Estados, incluyendo los estados de los países desarrollados.