Dr. Víctor Manuel Peña
Definitivamente Haití es un país muy excepcional y especial que no sale de una.
En buen castellano es lo mismo que decir que Haití vive de crisis en crisis o vive en crisis permanente o en permanente crisis.
El origen histórico de Haití en la isla Hispaniola está ligado a las devastaciones de Osorio y las guardarrayas que trazó en 1605 y 1606. Esas devastaciones posibilitaron el accionar de los bucaneros y filibusteros en el norte de la isla.
El traje de la democracia parlamentaria o del régimen parlamentario vigente en Haití siempre le ha quedado muy grande a ese país.
La democracia parlamentaria o el régimen parlamentario que existe y funciona en muchos países de Europa es un resultado no solo del desarrollo del capitalismo sino del desarrollo de la democracia como concepto universal y creación de la humanidad, en fin, resultado del desarrollo de la civilización y de la cultura humanas.
En la antigua Grecia comenzó el largo peregrinaje de la democracia en el curso de la historia.
En Haití no ha habido ese profundo desarrollo de la civilización y de la cultura ni mucho menos ha habido un desarrollo material amplio del capitalismo.
El régimen parlamentario, o democracia parlamentaria, no puede funcionar en un país que como Haití tiene una gran parte de la población, por no decir la mayoría, que es analfabeta; la educación está en ciernes, siendo carísimas tanto la educación secundaria como la educación superior.
Una población así no puede tener una conciencia crítica de la problemática social que la envuelve y no puede ser masa crítica para impulsar los cambios en una dirección históricamente correcta.
Claro, primero Francia y después Estados Unidos son las dos grandes potencias que han limitado el desarrollo del capitalismo y de la sociedad haitiana en sentido general.
Y también las dictaduras y tiranías, que han existido desde el nacimiento de Haití como república independiente en 1804, han bloqueado o impedido permanentemente el desarrollo económico, social, político, institucional, cultural y democrático de Haití.
Las potencias y las dictaduras se encargaron de bloquear el desarrollo de Haití.
No hay una cultura democrática en Haití.
De el pueblo haitiano se puede decir que es una especie de “volcán dormido” que cuando explosiona es irresistible, indetenible e imparable en términos de la enorme carga de violencia que es capaz de poner en movimiento internamente.
Y ese desbordamiento de la violencia se da cuando no hay una cultura democrática ni un desarrollo institucional.
Y todo indica que los grupos empresariales locales son muy voraces y en los que no hay ni cultura democrática ni desarrollo institucional.
Hay empresarios que deciden incursionar en la política haitiana para llegar a la presidencia de la República.
Pero un verdadero y real Estado fallido y fracasado como el haitiano no está en capacidad de ser garante del orden ni de la seguridad jurídica ni tampoco está en capacidad de impulsar el desarrollo democrático e institucional del país.
Aunque hay de hecho muchos partidos, agrupaciones y movimientos políticos, lo cierto es que no hay en Haití un sistema de partidos firmemente establecido. Tampoco hay un liderazgo político firmemente establecido y enraizado.
En ese contexto de las profundas e históricas debilidades de la sociedad haitiana es que se produce el explosivo magnicidio o asesinado de Jovenel Moise.
¿Cómo es posible que el Estado haitiano no haya protegido al presidente Moise para evitar que lo asesinaran a mansalva, sobre todo, cuando el mismo presidente Moise había dicho que querían matarlo?
El Consejo Superior del Poder Judicial había dicho que el mandato de Moise terminaba el 7 de febrero de 2021. Moise respondió desde la Presidencia que le faltaba aún un año porque el período presidencial es de cinco años y él fue electo presidente en 2017.
Al mismo tiempo el presidente Moise aprovechó la ocasión para decir que había un golpe de Estado en marcha y que había un plan para matarle.
Los hechos luctuosos del miércoles 7 en la madrugada en la residencia de Moise confirman que el presidente no estaba errado en cuanto a la denuncia que había hecho precedentemente.
Ciertamente hubo movilizaciones y protestas de sectores de la sociedad por el saqueo de los fondos públicos, incluyendo los fondos de PetroCaribe, y contra la situación económica y social, específicamente contra la devaluación y la inflación. En el caso de la corrupción, se acusaba a funcionarios del gobierno y a las empresas de Moise de estar en el centro de la malversación de fondos.
Pero nada de eso justificaba el magnficidio del presidente Moise.
El magnicidio del presidente Moise ha confirmado hasta la saciedad que el Estado haitiano es un Estado totalmente fallido y fracasado: El Estado haitiano no está en capacidad de garantizar la vida del presidente
En ese asesinato de Moise hay muchas complicidades de sectores dentro del gobierno y sectores fuera del gobierno, aparte de la participación de sicarios o mercenarios colombianos, exmilitares, en el magnicidio.
El magnicidio de Moise abre un espacio de crisis política en la sociedad haitiana.
Es natural que el proceso de investigación del asesinato de Moise debe concluir con la elaboración de un expediente acusatorio por parte del Ministerio Público haitiano para que los que lo asesinaron sean traducidos a la acción de la justicia y después a la cárcel.
¡Ojalá que la condición de Estado totalmente fallido no se manifieste en el funcionamiento del Ministerio Público y del sistema judicial!
Aunque no hay grandes esperanzas de todas maneras, dado de que la ancestral e inveterada pobreza institucional del sistema de justicia es otro de los problemas centrales y medulares de Haití.
Hemos dicho precedentemente que Haití está envuelto en el síndrome de la crisis permanente o de la permanente crisis.
Así en Haití concurren juntas todas las crisis: la crisis económica, la crisis social, la crisis institucional, la crisis política, etc.
La crisis económica se manifiesta en el hecho de que el fallido Estado haitiano no ha podido resolver el elemental problema de la alimentación de la población, lo que da cuenta de que Haití se mueve en un permanente estado de inseguridad alimentaria.
La agricultura y la pesca se realizan de manera tradicional, el país deforestado y la actividad industrial principal es la textil.
Haití no ha sido capaz de producir un proceso de industrialización acompañado de un proceso de urbanización de la sociedad y de la población.
No cuenta con una cobertura de obras de infraestructura modernas a todo lo largo y lo ancho del país. Las vías de comunicación y los medios de transporte rayan en la obsolescencia, es decir, son anticuados y obsoletos.
Haití tampoco ha sido capaz de aplicar un plan para modernizar la economía, diversificarla y ampliar los índices de productividad y de competitividad.
En esa situación de crisis permanente el Estado haitiano no ha sido capaz de impulsar políticas públicas, programas y proyectos que modernicen el mismo Estado, la economía y la sociedad.
Muy lamentablemente Haití tiene encima la fisonomía de una sociedad tribal en pleno siglo XXI.
Y todo eso se manifiesta en la gran disparidad que hay entre República Dominica y Haití en términos del desarrollo económico, social, político e institucional.
En esa crisis permanente que vive Haití, asaltado permanentemente por el narcotráfico y el contrabando, son permanentes los masivos flujos migratorios hacia República Dominicana, Estados Unidos, Europa, Centroamérica. También emigran hacia otras islas del Caribe huyéndole a la torturante y asfixiante situación de pobreza y de miseria que vive el pueblo haitiano.
Definitivamente Haití no ha dejado de hacer honor a su condición de país más pobre del continente americano, pero la pobreza de Haití (el 80% de la población por debajo de la línea de pobreza), aún cuando cuenta con determinados recursos naturales, no solo es material sino espiritual evidenciado en su proceso de desarrollo histórico.
Esa enorme pobreza de las grandes mayorías en Haití contrasta con la enorme opulencia de los empresarios y de los políticos: es una sociedad estructural y endémicamente muy desigual.
No obstante eso, fue la primera colonia de América Latina, y el segundo país en el continente americano, en lograr su independencia en 1804 en virtud de las repercusiones y efectos de la revolución francesa de 1789 en el mundo.
A 217 años de su independencia, proclamada por Jean-Jacques Dessalines en enero de 1804, Haití sigue siendo un país por hacer y por construir.