Por Cándido Mercedes
“El mundo esencia en cuanto mundear. Esto significa: el mundear del mundo ni puede explicarse por otro, ni puede fundarse desde otro. El mundo como juego de espejo acontece más allá de la relación de fundamentación.” (Byung Chul Han: Filosofía del Budismo).
El mundo en casi todo el transcurrir del 2020 sufrió varias convulsiones: shock pandémico, shock económico y shock, en algunos países, institucional. La economía en América Latina y el Caribe se cayó a un promedio de 8.5% del PIB. Se perdieron 26 millones de empleos y 30 millones de personas se hundieron en la pobreza y 8 millones en la indigencia. ¡La desigualdad en la Región más desigual se expandió aún más!
En medio de ese terrible panorama social y económico, la Región debió buscar soluciones para coadyuvar a responder al shock pandémico. Los esfuerzos fiscales rondaron un promedio de 3.2% del PIB. Algunos gastaron el 8.1% PIB. Nuestro país decreció 6.7% del PIB, y en 2020 el déficit rondó los RD$450,000 millones de pesos, esto es, el equivalente a un 8% del PIB. En los primeros meses de la pandemia el esfuerzo fiscal representó 0.7%. Sin embargo, actualmente, oscila en los RD$190,000 millones de pesos que representa 4.4% del PIB, para hacer frente a las dimensiones sociales que condujo el shock pandémico (lo laboral, lo social y salud).
La economía dominicana medida por su PIB regresó al 2018 cuando fue de US$83,000 millones de dólares. En 2020 perdimos US$10,000 millones de dólares. Turismo, su principal fuente de divisas creadas por su economía colapsó. Al 16 de agosto todavía falta por recuperar alrededor de 76,000 empleos y la pobreza monetaria se situó de 21 a 24%. Todo el año referido estuvo caracterizado por esa horrida desolación social, económica, laboral y la pandemia con unas botas inmensas a lo largo de todo el tejido, de todo el cuerpo social dominicano. Hasta agosto de 2020, al shock pandémico conjuntamente con el shock económico, nos atravesaba el shock institucional Estábamos en todo ese interregno de la fecha prescrita, en un verdadero riesgo político.
Un riesgo político, al decir de Jorge Sahd “son los riesgos derivados de decisiones o eventos políticos que terminan afectando significativamente los objetivos de gobierno o los resultados de un negocio determinado, pueden ir desde eventos geopolíticos, conflictos internos, cambios regulatorios, actos de corrupción, terrorismo, activismo social, hasta amenazas de seguridad o ciberseguridad”. Siguiendo el hilo conductor de Sahd o su nivel ascensional de pensamiento, podemos colegir que dos riegos políticos cuasi nos inundaban: corrupción y tensión social, y con ellos una ola de malestar social vía la prohijada impunidad y la ausencia de institucionalidad que derivaba en todo un vacío de legitimidad.
La capacidad de gobernanza se encontraba en el despeñadero. Esto es, las leyes que protegen, las microregulaciones, las normas sociales y las instituciones que están llamadas a hacer que se cumplan las normas, acusaban una profunda anomia institucional. ¡La
limpidez, la nitidez, la diafanidad y la claridad como ejes medulares de la transparencia no existían en la praxis social! Vale decir, la transparencia, expresión de resultados de normativas ampliamente entendidas y claramente aplicadas, no nos guiaban como nación. La transparencia reduce la incertidumbre, disminuye los costos de la transacción y aumenta la confianza entre los diferentes actores sociales y políticos de una sociedad.
Jack Attali hace 11 años nos dijo que había que devolverles la confianza a las instituciones. De allá para acá un verdadero cráter como consecuencia de un volcán en erupción, cuasi nos anula. La confianza se evaporó generando un retroceso democrático y una recesión electoral. La calidad de la democracia se achicó a niveles demenciales. Como nos dice Patricia S. Churchland en su libro El cerebro moral “La confianza puede ampliarse más allá del círculo familiar si las pautas institucionales pueden garantizar un nivel razonable de fiabilidad entre sus participantes, tanto conocidos como desconocidos. Aunque la naturaleza de las instituciones más antiguas estaba determinada por un trasfondo de apegos sociales a los miembros de la propia familia, también estaba influida por una variedad de factores: La naturaleza de los problemas que se debían resolver, la disposición a castigar a los infractores, las idiosincrasias de los miembros en cuestión, así como el modo de hacer las cosas en ese momento de la historia”.
Ese es el contexto, lo esencial es, pues, cómo evaluamos un gobierno a un año de llegar al poder con sus consecuentes desafíos. Dos desafíos principales tiene el presidente Abinader: la problemática de la pandemia y ver cómo enfrentamos con éxito la encerrona económica como consecuencia de la derivación de la primera. Vamos bien en materia de soluciones, eso no quiere decir que puedan aparecer factores contingenciales, elementos que escapan a toda planificación por más proactiva que sea. La tasa de letalidad se encuentra en 1.15 (345,118 contagiados versus 3,975 fallecidos). La tasa de positividad, al momento de escribir este artículo, había llegado a 4.66 y tenemos 400,000 vacunados con tres dosis y un 52% con dos dosis. Nos encontramos cerca de una inmunidad colectiva. El universo a vacunar es de 7.5 millones de habitantes. Un verdadero éxito que pocas sociedades pueden exhibir y más aun, naciones de nuestro igual nivel de desarrollo económico y social.
La economía camina. Lo que el presidente Abinader no puede seguir diciendo es que va a crear un millón de empleos. En el actual modelo económico la economía crece, empero, no genera los empleos al ritmo de la tasa de crecimiento. El elemento que llevará a esta gestión a la trascendencia es si continúa siendo transparente, castigando la corrupción, la de ayer y la de hoy, demoliendo la impunidad. Es eso lo que le dará el soporte real de legitimidad. Un camino decente desde lo público que sirva de antorcha, de referencia positiva hacia niveles de peldaños ético moral que privilegien y motiven las buenas conductas, el buen proceder. ¡Una verdadera gestión ética!
El presidente Luis Abinader tendrá que ponerse dos tapones bien grandes en sus oídos para no oír voces ladrando por atajos en la búsqueda de “bajaderos”. Frente a lo mal hecho, que se escude en la hermosa frase de Martin Luther King cuando decía “Tenemos que construir diques de corajes para contener las inundaciones de miedo”. Su desafío histórico y la
expectativa más significativa, más grandilocuente, es seguir ondeando la bandera de una justicia independiente donde por primera vez se tiene una Procuraduría haciendo historia, sin el poder político del ejecutivo presidencial.
Paralelamente a ese camino, ver cómo va fortaleciendo las instituciones, que es lo que al final posibilita el desarrollo sostenible y apunta al cumplimiento de las leyes. Necesitamos mayores niveles de solidez institucional y mejor capacidad de negociación para ir construyendo más niveles de consenso social y político, que nos lleve de manera inexorable a disminuir la enorme tasa de informalidad laboral, la tasa de desempleo y de pobreza, el incremento de la desigualdad.
Si el Estado, a través de los dirigentes actuales, no puede dar respuestas a las demandas sociales, a mediano plazo se vislumbran tensiones sociales que pueden derivar en olas de violencia. Como nos dice Daniel Zovatto “Si no se encuentra una manera de canalizar institucionalmente estas demandas, el riesgo que viene es que van a volver las protestas sociales y, en algunos casos, estas protestas pueden venir acompañadas de una ola de violencia”.
Desde la época de la larga transición democrática (1978….), con excepción de Balaguer (1986-1996), todos los gobernantes han tenido aceptación favorable en su primer año de gobierno. Don Antonio Guzmán gozó de una amplia popularidad en sus primeros tres años. Jorge Blanco en los dos primeros años. Don Hipólito Mejía en los primeros dos. Leonel Fernández en su primer gobierno (1996-20000), la percepción de los primeros tres años, altamente valorados. 2004-2012 solo un solo año no tuvo por encima de 50% en la aceptación. Danilo Medina, 2012-2020, solo a partir del 2017 comenzó a disminuir su popularidad en la percepción valorativa de los estudios de opinión.
Luis Abinader entrará en el alma y corazón de los dominicanos si hace esfuerzos por ser un ESTADISTA, que es aquel que asume los desafíos de su época sin pensar en las próximas elecciones, sino en la sociedad, en su pueblo, colaborando con su liderazgo reputacional y político en las reformas, en la institucionalidad y en el desarrollo de un verdadero clima de confianza, más allá del marketing político.