Por Cándido Mercedes
“Un enfoque diferente para medir la calidad del gobierno consistiría en fijarnos ya no en lo que es, sino en lo que hace. Al fin y al cabo, la finalidad del gobierno es seguir procedimientos, sino suministrar a la población servicios básicos tales como la educación, la defensa, la seguridad pública y el acceso a la justicia….”.
(Francis Fukuyama: Orden y Decadencia de la política).
Nuestra sociedad acusa un grado positivo de confianza social. Esta subjetividad anula, en tanto que proceso, en cómo nos encontrábamos enfangados en la corrupción. Se ondea en la valoración perceptual la razón de la esperanza. El encuentro entre lo urgente e importante y lo importante que no es urgente, al decir Stephen Covey en el cuadrante de la administración del tiempo, encuentra su cauce.
Conectar lo urgente que es importante y lo importante que no es urgente, significa la construcción del puente de la esperanza porque es vislumbrar la visión con la perspectiva cierta de donde estamos y a dónde queremos ir. Es saber a dónde conducir la nación cerrando las brechas de las incertidumbres lo más posible. No podemos seguir atenazados de manera sempiterna por lo coyuntural, por el clientelismo y la corrupción permanente.
Tenemos un Estado grande, macrocefálico, empero, no moderno. Un Estado fuertemente centralizado donde las instancias de las decisiones siguen en pocas manos. La descentralización como forma fundamental para tomar decisiones constituye un rezago enorme en la Era del Conocimiento y de la Información, de la civilización digital. La desconcentración es meramente física, territorial, no empoderamiento que implique niveles de desarrollo y liderazgo lo más cercano a donde ocurren los eventos y acontecimientos.
En este periodo crucial de la sociedad dominicana coexisten de manera simultánea los dos momentos de la gerencia del tiempo y sin desdeñar la frase de Herman Hesse “lo que importa más nunca debe estar a merced de lo que importa menos”. El desafío medular, nodal es la creación de instituciones sólidas. Los inevitables de las instituciones, como los marcos distintivos y diferenciadores del verdadero desarrollo y de la fortaleza, que llevan a la democracia.
Tenemos que trillar un nuevo sendero donde prevalezca el horizonte colectivo cristalizado en el espejo de lo individual. Allí donde florezcan las competencias, donde cada quien vuele hasta donde sus alas puedan crecer, contando siempre con el baluarte de lo público como política pública. Propiciar un Estado donde la cultura de la civilidad rupture el fraude social como ventajismo tolerado. Fraude que se visibiliza en un 40% de evasión de ITBIS, un 60% de evasión de Impuestos sobre la Renta. A veces evasión y elusión se abrazan como parte del conocimiento de los evasores de las interioridades del código. Engaños
agravantes a la Tesorería de la Seguridad Social a través de salarios manipulados, subvertidos que realizan los empleadores.
La pavorosa fragilidad del añoso contrato nos ha llevado a tener un Estado con 24 Ministerios, 82 organismos descentralizados, más de 5,000 departamentos. Tenemos que realizar un nuevo Contrato donde exista la armonía de los cuerpos, del corazón, el cerebro y el alma para que la actitud de lo público sea la fuente primigenia de la bondad, de la solidaridad, del arte del bien hacer, de la búsqueda inexorable del bien común. Para que la vida pública y privada sea la cristalización de un todo. ¡No relajar lo público! ¡No asumirlo dale para ya que eso no es mío, pero dame lo mío!
Verbigracia: desde el año 2000 hasta el transcurso del 2021 hemos realizados 6 Reformas tributarias y 3 Amnistías fiscales. Todo ello para subir la presión tributaria (13 a 15%). Cada una de ellas, logran sus objetivos y al cabo de un tiempo: bajan. Una verdadera irresponsabilidad de los actores políticos y del empresariado en su Responsabilidad Social Corporativa. El gasto público total representa un 18% del porcentaje del PIB, en cambio en la Región es de 32. Ese desbalance entre la presión tributaria y el porcentaje del PIB, que ronda el 4.5% a 5%, cómo se cubre: con endeudamiento.
“Más fácil” para no chocar, para no actuar con responsabilidad porque al final los pagos de intereses, amortización, capital y comisiones constituyen una sangría que afecta a los sectores más pobres y vulnerables en los aspectos esenciales de la vida humana, de su desarrollo: Educación, Salud, Saneamiento ambiental, Seguridad, Agua potable y Justicia. En otras palabras, desde 1992 no haber realizado reformas fiscales fundamentales ha significado el miedo y el pavor a los que más tienen, que son los que deberían pagar parte de la riqueza que crean con el sudor y lágrima de aquellos olvidados en la exclusión, marginalidad y desigualdad.
El nuevo contrato social ha de visualizar la pauta para un Estado más eficiente, más eficaz, que actúe con calidad. Allí donde la inversión en Salud no sea de 1.8% cuando en la Región es de 4.5%, donde la inversión en viviendas no llegue ni siquiera a uno por ciento. Que no seamos líderes en mortalidad materna, mortalidad infantil, en embarazos en adolescentes y niñas; en cuasi la peor educación primaria, con la deserción más pronunciada en la educación secundaria, con una tasa de desafiliación de 50% y con más jóvenes Ni Ni, (no estudian ni trabajan).
La condición sine qua non de ese nuevo Estado regenerado que deseamos a través de más y mejor transparencia, es que sea su norma como parte intrínseca a su razón de ser, como parte nodal, inherente a su existencia, donde operar con racionalidad no sea una opción sino, inexcusablemente, una obligación.