Por Cándido Mercedes
“La representación del tiempo cambia con la edad. Un recién nacido únicamente puede anticipar su futuro, porque en el momento de llegar al mundo no tiene pasado…”.
(Boris Cyrulnik y Louis Ploton: Envejecer con Resiliencia).
A: Mariasela Álvarez Lebrón, una comunicadora que cada día hace un esfuerzo por entregarnos un programa con calidad.
El mundo con su velocidad de grandes cambios: tecnológicos y sociales, ha venido, si pudiese decirse, a construir la relatividad del tiempo. El tiempo como escenario de la construcción social. Esa vitalidad de los cambios tecnológicos se refleja en los marcadores sociales, en los indicadores de la esperanza de vida. La disminución de la natalidad, de la mortalidad y el avance de la medicina, reconfigura un eslabón en la escalera de la vida de los seres humanos.
Hoy ya no hablamos de ciclo de vida, como comportamiento estanco, de la jerarquía del tiempo de las personas, como fuente meramente biológica, cual si fuese una escalera: bebé, niño, adolescente, joven, tercera edad y cuarta edad, como si los procesos individuales no estuvieran marcados en el espacio de la diferenciación. De ahí, que hoy hablemos de Curso de la vida, o Trayectoria de vida. Curso vital es el “movimiento de los individuos durante el curso de sus vidas a través de varias transiciones creadas socialmente”.
Ello entraña las diferencias individuales, los factores sociales, las normas culturales y los valores internalizados en cada grupo o sociedad determinada. Incluso, los factores genéticos y los estilos de vida, de la especificidad, individualidad y singularidad de cada quien. El curso vital o trayectoria de vida está medida en un componente fundamental, nodal, por el grado de desarrollo material de una sociedad, por el peso significativo del desarrollo tecnológico y social. Opera en el análisis más holístico, la necesidad de comprender y asumir en el curso vital, las distinciones de la clase social, la problemática de género.
Trae consigo, al mismo tiempo, la necesidad de no desconocer las generaciones: Baby Boomer, X, Y (Millennials) y la Z (Centennialls), donde cada una tiene diferentes experiencias en el desarrollo de su trayectoria de vida, y los perfiles, habilidades y objetivos, estilos claramente diferenciados. La innovación y la creatividad, hoy día, constituyen la clave del talento y el asiento principal en la tecnología y los cambios. Es, pues, un axioma de que la concepción biologisista no logra dibujar de manera cardinal las diferencias incorporadas ni toma en cuenta, los apuntalamientos culturales ni la desemejanza o disparidad de las circunstancias materiales de la existencia de cada uno de nosotros.
Para la Postmodernidad, nuestro tránsito en el planeta tierra constituye un continuo, en lugar de un conjunto de etapas diferenciadas y bloqueadas. Los marcadores sociales, la estructura economía y social, el grado de desarrollo histórico de una sociedad, la época histórica, gravitan en las dimensiones asociadas con las diferentes etapas de la trayectoria de vida, esto es, nuestro curso vital. Intervienen, desde la concepción funcionalista, los procesos de aprendizaje, de socialización, de resocialización y el componente de apertura mental, vale decir, de internalizar cosas nuevas, de aprender, desaprendiendo, para volver a aprender.
Los cambios tecnológicos y sociales devenidos en luces fulgurantes gigantescas, nos han colocado como extranjeros en el tiempo, sobre todo, a las generaciones Baby Boomer y X. Paralelamente, concomitantemente, con los referidos avances tenemos hoy una esperanza de vida significativa. Para 1950 solamente un 8% de la población mundial tenía más de 65 años. 50 años después se encontraba colocada en un 11% y en 2023 se sitúa en 16%. En Europa, cerca de un 8% de la población tiene más de 80 años y un 23% más de 65.
La esperanza de vida promedio mundial en 1950 era de 48 años. 40 años después, esa esperanza aumentó a 65 años y para 2013 a 71.5. Hoy, en término global, está en 74 años. En Europa se encuentra en 83. En Estados Unidos 79-80. En Canadá 84 y en Japón: 84.10 años. La esperanza de vida al nacer de algunos países latinoamericanos es:
· Costa Rica: 80 años.
· Uruguay: 78.43.
· Chile: 80.
· Cuba: 80.
· Panamá: 76.66.
· Argentina: 77.
· Nicaragua: 71.8.
· Paraguay: 73.18.
· Honduras: 71.46.
· Venezuela: 75.
· Haití: 62.
· Rep. Dominicana: 74.
¿Qué factores involucra la esperanza de vida como motor del desarrollo de un país?
a) Calidad de vida.
b) Nivel de vida.
c) Bienestar de vida.
d) Inversión en capital humano (salud y educación).
e) Agua potable.
f) Sistema cloacal y sanitario.
g) Viviendas dignas y decentes.
h) Grado de escolaridad
Entre 1950 y 2010 la esperanza de vida aumentó 26 años en los países desarrollados, en cambio, el alcance en el resto solo fue de 11 años. En República Dominicana la esperanza de vida al nacer en 1969 era de 58 años y en 50 años ha aumentado en 16. Si miramos el ritmo de crecimiento de la economía en esos 50 años (5.3 del PIB), con el aumento de solo 16 años en la esperanza de vida, es claro que ese crecimiento no se reflejó en el desarrollo humano a la velocidad del crecimiento. Esto indica una muy mala distribución de la riqueza, verificado en la poca inversión en salud, educación, agua y viviendas, lo que expresa cuasi una ausencia de la protección social.
Tenemos una población joven donde el 60.63% se encuentra en el rango de 0 – 34 años. Tenemos más mujeres que hombres: 50.07% (mujeres) para un total de 5, 275,893; y, 49.09 (hombres), que significa 5,259,842. El total de hombres y mujeres: 10,621,938 en 2021. La composición demográfica es la siguiente:
a) 0 – 14 años, representa un 27.56%, esto es: 2, 838,735.
b) 15-24 años, representa 18.52%, para un total de: 1, 907,233.
c) 25-54 años, representa 40.28%, igual a 4, 148,715.
d) 55-64 años, representa 8%, esto es: 793,993.
e) 65 y más representan el 7%, igual a 620,281.
El crecimiento poblacional, que de 2000 a 2015 fue de 2.3, ha disminuido a 1.7. En la clase media alta y alta, el promedio de natalidad cuasi está en 0.8. En la estratificación social: las mujeres pobres y vulnerables entre los 18 años a 24, el 49% ha tenido hijos. En cambio, los sectores colocados en la pirámide social de la jerarquía media-alta y alta, solo el 6% de las mujeres ha tenido hijos.
A pesar de que la fecundidad ha disminuido, el peso de la mortalidad materna e infantil está muy por encima de América Latina y el Caribe: 107 mujeres mueren por cada 100,000. Según datos de la OPS, en la República Dominicana ocurren más de 18 decesos de neonatos por cada 1000. El promedio de neonatos en la región es de 9.3 y la mortalidad materna es de un promedio de 67.
Hemos ido avanzando en la longevidad, en nuestra población etaria de 65 o más. Tenemos el 15% de la población con más de 55 años. Somos una sociedad con dos grandes desafíos para el diseño y construcción de políticas públicas. Una población que envejece, lo que implica una audaz política de salud para los adultos mayores, de seres humanos que al decir de Boris Cyrulnik “los signos aparentes de la vejez son pérdidas: Pérdida de frescura, de músculos, de memoria, hasta el naufragio final…. Pérdida de las capacidades adquiridas a lo largo de su desarrollo y de su historia, pérdida de amigos o de relaciones sociales, pérdida de vigor físico, pérdida de memoria”.
Al tiempo que, como sociedad, tenemos a los adultos mayores que implica para ellos menores ingresos, menor status social y un grado alto de abandono y aislamiento social, nos encontramos con una población joven: 60.63%, con menos de 34 años. Hay que ser más creativos, más innovadores, más polivalentes con respecto a la educación, con recorrer el camino de un nuevo modelo económico más inclusivo, donde los jóvenes alcancen una alta empleabilidad y no exista ese alto desempleo en ellos, que multiplica el promedio general de la desocupación ampliada.
Otro reto cultural, de las relaciones, de la cohesión, y del capital social es rupturar esa parálisis paradigmática de ver al adulto mayor como un estorbo, como un desesperado y resignado incapaz de todo. Se aplica el EDADISMO, que es la discriminación por edad. Así como existe el sexismo, el racismo y la aporofobia, así ocurre con el edadismo. La Ley 41-08 plantea que las personas de más de 55 años no pueden entrar a la Administración Pública. Las empresas privadas siguen pensando como si estuviésemos en el Siglo XVIII o XIX. Exigen un currículo con una experiencia de 5 y 10 años y un máximo de 35 años. La UASD, hasta recientemente, no dejaba concursar a los profesores con más de 50 años y si lo aceptaban tenían que firmar un contrato para quedar fuera del Régimen de protección social (Jubilación/pensión).
En el mundo, como aquí, existe la viudedad, esto es, las mujeres viven más que los hombres y al mismo tiempo, hay una feminización de la vejez. Mueren más los hombres que las mujeres por diversas causas. Por último, se quedan más las mujeres solas al quedar viudas o divorciadas, sobre todo, después de cierta edad. En cambio, en los hombres es cuasi inexistente, sobre todo, si es antes de los 70 u 80 años. En este encasillado, con respecto a las mujeres, no hay evidencias empíricas que favorezcan a la misma por clase social y nivel educativo.
Adulto Mayor, que proviene del latino adultus, que significa crecer o madurar y Maior, que significa grande en edad, en algunos lugares (Oriente) es sinónimo de símbolo de estatus, de prestigio, de fuente de sabiduría, del respeto de aquellos que dieron lo mejor de sí y que, aunque tienen una edad avanzada, no significa que dejen de ser productivos y con actitudes verdaderamente halagüeña. Hoy, el hombre y la mujer de la tercera edad no es la persona del ayer, como nos diría Boris Cyrulnik “A estos cambios tecnológicos y sociales, que suponen una nueva representación de la vejez, hay que añadir los descubrimientos de la Neurociencias: La Neuroplasticidad, que puede definirse como un proceso neurobiológico que permite la recuperación de un buen funcionamiento cerebral tras una enfermedad o una alteración de la edad.” ¡Podemos reajustarnos y ser productivos en función de nuestro contexto!