Por Cándido Mercedes
“No puede cambiarse todo aquello a lo que te enfrentas, pero nada puede ser cambiado hasta que no te enfrentas a ello”. (James Baldwin).
Conviene precisar que no es lo mismo comportamiento delictivo que comportamiento desviado. De entrada, todo comportamiento delictivo contiene al comportamiento desviado. Sin embargo, el comportamiento desviado no aborda la problemática delictiva, penal, y, con ello, la infracción, que significa la prisión. La prisión como espacio de mecanismo para que los delincuentes sean privados de libertad.
¿Qué es el comportamiento desviado? Para Anthony Gidden y Philip W. Sutton “Es llevar a cabo acciones que no se ajustan a las normas o valores que están ampliamente aceptados en la sociedad. Es la no conformidad a un determinado conjunto de normas que son aceptadas por un número significativo de personas en una comunidad o sociedad”. Para Bruce J. Cohen, se puede definir la desviación como “cualquier conducta que no está conforme con las expectativas de la sociedad o de un grupo determinado dentro de ella”. La desviación constituye, en sí misma, un alejamiento, un distanciamiento de la norma.
La prisión, las cárceles, el número de ellas y el número de prisioneros, constituyen una muestra fehaciente, a la luz de la Sociología de la desviación, de la Sociología del comportamiento delictivo y la Criminología, de que los mecanismos de prevención han fallado. Lo medular debería ser la cultura de la prevención, sabedores de que siempre van a existir tanto el comportamiento desviado como el comportamiento delictivo. Causas biológicas, psicológicas y sociológicas, así lo resaltan como evidencias empíricas.
Factores culturales juegan un rol estelar en esta apreciación, en tanto visualizamos la cultura como conducta aprendida, como forma de cohesión social y como espacio dinámico de la comprensión e internalización de la diversidad y la manera de abordar todo lo relativo a los conflictos. En gran medida, al mismo tiempo, la cantidad de privados de libertad en las cárceles tiene que ver con la construcción del capital social y la cohesión social y como se conforma y configura el espacio de lo colectivo y de lo individual. Incluso, como se gestionan los espacios del ocio y la creación de los límites entre delitos, desviación y legalidad y legitimidad.
El caso más significativo para la reflexión y de cómo no necesariamente los factores sociales, materiales, son los que conducen inevitablemente a más privados de libertad, lo expresa Estados Unidos de Norteamérica. Actualmente, en ese inmenso país hay 2,000,000 millones de personas presos en cárceles. Estados Unidos tiene más privados de libertad que los 33 países de la región y que todos los países del mundo, individualmente. La diferencia en los últimos 20 años es que en esa potencia el número sigue estacionario. En cambio, en América Latina y el Caribe en el año 2000 había 650,000 presos y hoy, alrededor de 1,700,000 privados de libertad. Es lo que se ha dado en llamar “nueva zona de encarcelamiento masivo”.
Desde una mirada antropológica y sociológica, la problemática no reside en la cantidad de cárceles, sino la cantidad de presos. Datos del ranking del Word Prisión Brief (WPB)
y un Informe del ICPR “muestra que la población carcelaria mundial creció 24%”. Es como nos decía Franz Kafka en El proceso “Lo que me ha ocurrido no es solo un caso aislado y como tal, no muy importante, ya que no me lo tomo muy en serio, sino que es significativo de los procesos que se instruyen contra muchos. Por ellos y no por mi estoy aquí ahora”.
A más cárceles y hacinamiento es un reconocimiento a la lucha en favor de la prevención. En la necesidad de una cultura proactiva donde se priorice la batalla contra el comportamiento delictivo, contra el crimen, para no responder obligatoriamente, de manera reactiva, al crimen. Hay, si se quiere, una mirada triste de los tratadistas cuando enfocan todas las dimensiones que envuelve este fenómeno social, cuando nos asombra al rubricar que el problema no es en sí mismo del sistema penitenciario, sino de la justicia penal.
Lo costoso de la justicia, en medio de una sociedad como la dominicana: muy discriminadora, muy excluyente, con fuerte desigualdad y muy aporofóbica, es una justicia sumamente lenta y donde la prisión preventiva es la norma, es la cultura del “tránquelo”. Por eso en nuestro país de 27,140 privados de libertad, 16,317 son preventivos, para un 60.12%. Tenemos del total 27,140 que 26,436 son hombres y apenas 704 mujeres. 97.40% hombres y solo 2.6% mujeres. Existe, por decirlo así, una enorme masculinidad delictiva en la sociedad dominicana, por encima de la media mundial, con respecto al género (95-5 y 92-8).
De los 27,140 privados de libertad, solo 10,823 han sido condenados. Tenemos 41 cárceles. República Dominicana se encuentra en el séptimo lugar con más presos en función de su capacidad, esto es, 183.2%, casi duplica el número de presos, lo que da lugar al hacinamiento, y con ello a todas las acciones y decisiones delictivas dentro de las mismas cárceles. El hacinamiento y con ello “la protección” configura una extensa red de redes que generan magister en comportamiento delictivo. La rehabilitación, para la inserción en la sociedad, se hace difícil.
En América y en nuestro país todo lo concerniente a las drogas ha aumentado la cantidad de presos. Un consumidor de drogas casi es tratado como un narcotraficante. ¡Va preso! De cada 10 acciones de homicidios que no forman parte de los conflictos interpersonales, 5 son por violencia que tiene que ver con el microtráfico y el narcotráfico. Las bandas son el refugio más expedito de los muchachos excluidos, desafiliados institucionalmente. Vender drogas se constituye en su única red, de los distintos roles de un ser humano (rol de familia, rol ocupacional, rol social y rol de pareja).
Todavía la humanidad no ha creado otro mecanismo de control, regulación, como institución para “resguardar” a los que cometen comportamiento delictivo, como las cárceles. Aunque estas deberían ser el espacio para separar a los delincuentes del resto de la sociedad por el daño que le ha hecho a la misma y al Estado, al tiempo que deberían de servir de “reforma” y rehabilitación”. Pero, como bien nos dicen Gustavo Fondevila y Marcelo Bergman, “las cárceles han pasado de ser instrumento de capacitación, disuasión y rehabilitación a impulsores de violencia y criminalidad”.
Veamos el ranking del World Prisión Brief (WPB): Niveles de Ocupación carcelaria. Número de Presos en relación al espacio disponible
El promedio de la región es de 160%. Eso quiere decir que nuestra sociedad se encuentra por encima del promedio, negativo. Una salida efectiva es hacerle frente a ese enorme drama social: 6,211 privados de libertad tienen enfermedades. Según Wanda Méndez, periodista, señaló “Hipertensión con 1,489. Infecciones de transmisión sexual con 1,359, entre ellas la sífilis con 595. 729 tienen diabetes. 617 problemas de la piel. 515 psiquiátricos. 439 con asma. 205 con discapacidad visual. 176 con cardiopatías. 186 con tuberculosis. 107 con discapacidad de movilidad. 62 con hepatitis. 7 con trombosis. 18 con epilepsia. 12 renales. 7 con calcemia y 384 con VIH/SIDA. 638 son adultos mayores. ¡Tengan la seguridad que todos son pobres y de sectores vulnerables!
Una pregunta que ronda el cerebro de cada uno de nosotros, ¿para qué sirven las prisiones? Anthonny Giddens y Philip W. Sutton nos dicen “Que el sistema carcelario moderno es el de mejorar o rehabilitar al individuo para que desempeñe un papel adecuado y digno en la sociedad cuando salga en libertad”. ¿Hasta dónde en República Dominicana y gran parte de América Latina y el Caribe, las cárceles sirven como elemento disuasorio contra los delincuentes y que los delincuentes sean separados del resto de la sociedad?
¿Estamos reformando a los condenados (10,823) en la sociedad dominicana? Se ha demostrado que más punitivo el sistema judicial no significa más reforma y rehabilitación para ese ser humano, ni menos posibilidades de que se cometan nuevos delitos. Estamos viendo que a menudo el crimen organizado acusa un mayor grado de ingenio para la creatividad delictiva, que los órganos del Estado para prevenir y neutralizar y mitigar a los potenciales delincuentes. Las cárceles son los instrumentos de privación de libertad, pero también, de enorme penuria, en todos los sentidos. Viven en un verdadero infierno.
Las cárceles en estos países es vivir para no vivir. “Tiende a crear una brecha entre los presos y el mundo exterior en lugar de adaptar su comportamiento a las normas de la sociedad”. Las cárceles son llamadas “universidades del crimen”. En ellas los privados de libertad, una gran parte, son resocializados en función de la nueva realidad del recinto penitenciario. Desarrollan toda clase de tipología delictiva, aprendiendo hábitos y
actitudes criminales totalmente distintas a las normas de la sociedad. Por ello, la tasa de reincidente es muy alta en aquellos que le dieron la libertad y fueron capturados nuevamente. En las cárceles se hicieron profesionales del delito, del crimen y la violencia.
En Estados Unidos hay 656 privados de libertad por cada 100,000 habitantes. En Sudáfrica 294/100,000. En Brasil 276/100,000. Jamaica 195/100,000. Colombia 245/100,000. Israel 223/100,000. Irán 284/100,000. Tailandia 398/100,000. Federación Rusa 475/100,000. República Dominicana: 246/100,000, equivalente a 2.7 de la población total (11 millones). Cabe destacar que hay algunos países con una proporción relativa menor de privados de libertad, tales son: Japón con 45/100,000. Alemania: 78/100,000. Francia: 101/100,000. Canadá: 114/100,0000. Reino Unidos (Inglaterra y Gales): 141/100,000.
Lo que estamos viendo es que la justicia punitiva no logra la verdadera inserción y destruye la vida humana, lejos de hacerla más humana. Hay que repensar en lo que se denomina la Justicia Restaurativa. La Justicia Restaurativa es en lo que John Bralthwaite llamó “Vergüenza reintegradora”.
En nuestra sociedad, la mayoría de los privados de libertad son consecuencia de los problemas estructurales de la misma: desempleo, deserción escolar, familia disfuncional, educación. En la jerarquía de la pirámide de la estratificación social pertenecen a los sectores más carenciados, más pobres y vulnerables. En los próximos años la composición social variará con toda la problemática de la ciberdelincuencia, del blanqueo de capitales, del delito de cuello blanco y de la delincuencia política (corrupción burocrática-administrativa), pues estos son, generalmente: clase media, media alta y alta.
Tenemos que repensar, diseñar una nueva cultura del control que trate de captar los cambios en el campo de la criminalidad, su complejidad, develando las relaciones sociales y los productos culturales que se expresan en esa cultura de control. Como nos dice David Garland «He intentado demostrar como el campo del control del delito y de la justicia penal ha sido influenciado por los cambios en la organización social de las sociedades en las que funciona, por los problemas particulares de orden social característicos de esa forma de organización social y por las adaptaciones políticas, culturales y criminológicas que han surgido en respuesta a estos problemas particulares».