Con gran pena, dolor y descaro percibo como, desde los diferentes estamentos de esta sociedad, pasamos desapercibidos y, en el peor de los casos, solapamos con hipocresía los antivalores que hoy se aprecian, que nos atosigan, que se ventilan desde las diferentes vías y que llegan hasta nuestros hijos e hijas, penetran su coeficiente y desarrollan sin que nada hagamos para detener este mal.

Hablo de algunos fenómenos actuales; todos hemos oído hablar de ellos, sus términos son conocidos hasta por las más pequeños y, lo peor, es que no nos damos cuenta o no queremos aceptarlo, que se están convirtiendo en cultura y nos afecta a todos, fundamentalmente a los que aún están en formación.

Esos antivalores vienen en diferentes tipos de dosis, unas más cargadas que otras, la mayoría de esas dosis nos la introducen hasta, sin darnos cuenta, de manera auditiva a través de las diferentes emisoras que nos obligan a consumir un tipo de música urbana, que no se circunscribe solo a la radio porque también lo vemos en la televisión, periódicos, y revistas, en el grueso, variado y nutrido compendio de medios por los que se se ventilan mensajes que atentan contra la moral.

El denominado chapeo, la fornicación, el adulterio, el consumo de estupefacientes y toda clase de inmoralidades, viene contenida en el famoso perreo. Y vemos a nuestros niños y niñas bailar, saltar y cantar a ritmo de estas letras que se van cultivando en las mentes de los que se suponen constituyen el futuro de nuestra nación.

Y que será de ese futuro si cuyos protagonistas se forman sobre la base de toda clase de fechoría social; cómo haremos para retirar ese chip una vez toda la información haya sido procesada y esté lista para ser puesta en práctica.

Viviremos en una sociedad contaminada, llena de mujeres, que desean andar en el último modelo del año a costa de lo que sea, cuyo cuerpo consideren un objeto de vil alquiler; jóvenes que necesiten sentirse fuertes sobre la base del amor al dinero, aunque esto los lleve a cometer las más peores atrocidades, gente plástica, con cero grado de humanización, sin amor al prójimo ni a sí mismo, incapaces de construir y/o sostener una familia, una amistad y, en conclusión, gente vacía de valores y llenas de mal.

Aún estamos a tiempo de reflexionar.

Estefania M. Martinez S.
Comunicadora