Había expectación en el ambiente político. El ex presidente Jacobo Majluta anunció que realizaría esa mañana tarde una marcha con sus seguidores en el ensanche Espaillat. El gobierno del presidente Salvador Jorge Blanco, del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) prohibió la actividad y desde la secretaría de Interior y Policía se advirtió que impedirían a cualquier costo la realización del acto político.
Cubría mi turno, me tocaba ser único redactor de esa tarde del sábado en la sala de redacción del noticiario Radio Mil Informando, lo que implicaba que asumía la responsabilidad sobre cualquier noticia que se divulgara en ese momento por la emisora.
La tarde transcurría tranquila y apenas se recibían llamadas de ciudadanos para expresar quejas por la situación del país, de sus pueblos o sectores. Algunos incluso pedían que le pusieran canciones, lo cual se hacía desde la cabina de radio no desde la redacción. Era parte de la rutina que uno sabía cómo manejar.
Pero en eso entró una llamada sorprendente, era la muy potente y reconocida voz del ex presidente Jacobo Majluta. El alto dirigente político movilizaba a sus partidarios, con miras a retornar a la Presidencia de la República. Éste había sido el vicepresidente de la República durante el gobierno del fenecido don Silvestre Antonio Guzmán, quien se suicidó mientras desempeñaba la primera magistratura de la nación.
Tras el suicidio del presidente Guzmán en el Palacio Nacional, Majluta asumió la presidencia por 43 días, tiempo durante el cual se produjo la transición del poder al presidente electo Salvador Jorge Blanco, también del PRD. Era conocida la rivalidad entre Jorge Blanco y Majluta a lo interno del otrora poderoso Partido Revolucionario Dominicano.
-“Hola, buenas tardes. Te habla el licenciado Jacobo Majluta”-. En principio no quería creerlo, pero el político que al parecer notó que yo estaba algo turbado, se identificó más específicamente y me explicó el objetivo de su llamada.
-Estoy llamando a esta prestigiosa emisora porque el gobierno a través de Interior y Policía nos acaba de prohibir una marcha que nosotros realizaremos aquí en el ensanche Espaillat. Queremos decir al país, que haremos esta actividad “llueva, truene o ventee”, por encima del impedimento oficial.
Medio turbado dije a Majluta que le sacaría al aire por la emisora para que sea él con su propia voz que diga dicho mensaje a la nación. Preparé la introducción y la llevé a cabina para solicitar al locutor sacara al aire la transmisión del dirigente político. En principio me objetó porque la política de la emisora no permitía sacar al aire la voz en vivo de las personas entrevistadas.
Expliqué a éste de quién se trataba y la situación que se le crearía al país si se producía un enfrentamiento entre perredeistas y la policía en esa barriada de la capital. Majluta salió al aire y declaró que tropas policiales habían rodeado la concentración, pero que por encima de este asedio realizaría la actividad. Basó sus alegatos en aspectos legales que le permitían realizarla, a la vez que lanzó duras críticas al gobierno.
No bien había terminado su alocución y entró otra llamada desde Interior y Policía, en la que se advertía nuevamente que la fuerza del orden impediría la actividad a cualquier precio y sin importar el desenlace. También las autoridades esgrimieron razones legales para reprimir la movilización de los seguidores del licenciado Majluta.
La situación se tornó más tensa, ya que el ex vicepresidente llamó otra vez para decir que haría la marcha por encima de la advertencia de Interior y Policía. Esa actitud hizo crecer aún más la expectativa en la población que esperaba que este absurdo terminara con una consumación lamentable.
Se multiplicaron las llamadas a la redacción de Radio Mil y ya yo no daba abasto. En eso entró una que hizo el director de la emisora, don Joaquín Jiménez Maxwell, quien me espetó de inmediato con una tajante pregunta:
-¿Quién autorizó sacar al aire esas llamadas?
Quedé congelado. La emisora no tenía política de sacar al aire, en vivo, las voces de entrevistados –o por lo menos eso me rezongó Maxwell. La práctica era que los reporteros grabábamos a los entrevistados y reproducíamos un corte de la misma. Esperé lo peor, tal vez un despido, un boche, una amonestación, por ejemplo, por infringir la línea sobre el protocolo informativo de la empresa.
Expliqué lo ocurrido a Jiménez Maxwell, traté de justificar a mi manera la situación y entre balbuceos reconocí que no tenía autorización para la osada iniciativa. Hice un silencio que me pareció una eternidad. En eso Jiménez Maxwell me manifestó:
-“Buen mozo, buen mozo, -como solía decir a los empleados- tranquilo, eso estuvo bien, tenemos la audiencia de todo el país”-.
Ahhh, respiré profundamente y me dije para sí que todo estaba bajo control y que al parecer quedaba liberado de cualquier sanción.
La tarde avanzó más lenta que nunca. La noche llegó y junto a ella otra llamada del licenciado Majluta, quien pidió que le sacara de nuevo al aire. En esta ocasión fue para anunciar que desistía de la marcha y pedía a sus seguidores que se retiraran tranquilos y evitaran enfrentamientos con las autoridades. De paso ratificó las críticas al gobierno de su partido y avanzó que realizaría la actividad en otra oportunidad.
Suspiré profundamente, uuhhh…me tranquilicé un poco porque por fin no se produciría un desenlace lamentable. En ese ínterin llegaron otros integrantes del staff de prensa y procedí a continuar mi rutina y a redactar algunas notas sobre ese y otros hechos.
Me retiré de la emisora pasada la nueve de la noche. Salí a la avenida Máximo Gómez y atravesé la calle San Martín. La emisora operaba en la quinta planta del edificio ubicado en la intersección de la Máximo Gómez con San Martín, frente al cual funciona una estación de gasolina.
Cuando cruzaba el lugar, desde un callejón de la gasolinera, de en medio de la oscuridad, salió sorpresivamente aquella sombra extraña. Una especie de soldado ataviado de ropa kaki militar, un Nion La (sombrero cónico vietnamita) y un cinturón portabalas, de cartón, que envolvía apretadamente su cintura.
Cuando aquella extraña figura soldadesca se abalanzó sobre mí, apuntándome agresivamente con un objeto con forma de fusil, di un salto hacia atrás y exclamé:
-¡Dios mío, Dios mío…ampárame!
Pensé que era el final. Temí ser asaltado y en ese instante fugaz pasaron por mi mente vertiginosamente miles de pensamientos que aturdían mi razonar. Arrastraba la tensión que causó en mí la abortada marcha de Majluta y ahora, sin esperarlo, sale desde la oscuridad este ser extraño, este espectro intempestivo que, “muerto de la risa”, y peor aún, ignorándome totalmente, como si yo no existiera, lanzaba estruendosas carcajadas:
-Ja jajá…El loco, el loco, se asustó con el loco, se asustó con el loco…
El enajenado mental “El Vietnamita”, un ser de manso vivir cuya locura, cual tráfago malvado que le había cogido con parecerse a un soldado del Viet Cong, hizo una intempestiva aparición desde la oscuridad y casi me mata del espanto. “El Vietnamita”, como era conocido, merodeaba siempre por la avenida Máximo Gómez, la San Martín y extendía su trajinar hasta el viejo cementerio, con una vestimenta cuasi militar, un “fusil de palo” y un “sombrero cónico” similar a la usanza de campesinos y soldados del Viet Cong, en la atroz guerra entre Vietnam y Estados Unidos que causó millones de muertes.
Cuando me recuperé del enorme susto, escuché a lo lejos a este mazacote de enorme corpulencia avanzar a ritmo de marcha militar, con lo que parecía su grito de guerra:
-Se asustó con el loco… jajajaja!!!
Meses después supe en la prensa que El Vietnamita apareció muerto. Un desquiciado le sesgó la vida de un balazo, en un hecho ocurrido próximo a la esquina de la avenida. La gente no volvió a deleitarse con este pintoresco personaje que, cual Quijote de la Mancha, exhibía su abigarrada demencia apostando a su parecido con un soldado de la guerra de Vietnam.
Por: Emiliano Reyes Espejo ([email protected])
El autor es periodista