Por: Juan Mota
’’La escritura es la pintura de la voz’’. (Voltaire)

Millones de escritores ha parido la humanidad, millones de títulos han sido impresos para el disfrute de los lectores. No obstante, todo parece indicar que el proceso de lectura ha entrado en decadencia y es por ello este esfuerzo que se está implementando por parte del Minerd, el Banco Popular y la Editorial Santuario para motivar e incentivar en nuestro país el hábito de la lectura.

Hay muchos tipos de lecturas (lectura crítica, comprensiva, reflexiva, recreativa, inferencial, oral, investigativa, etc.) y todas ellas van tras el mismo fin, ayudar al cultivo del alma y del intelecto humano. Debe quedar claro que el término lectura (leer) va más allá del contacto visual con un libro, pues también se usa en otras acepciones: leer música, leer el futuro, leer las cartas, etc.
En esta dinámica es fácil entender que es relativamente diferente el leer un libro de literatura como (La Eneida de Virgilio) o uno de historia como (Manual de Historia Dominicana de Frank Moya Pons), o uno de poesías (La Infinita Presencia de la Sangre (Dionisio de Jesús), sin embargo, el fin último es el mismo, beber una información, un contenido enjundioso, responsable y estéticamente concebido.

Cualquier tipo de lectura que se elija puede ser una opción válida para implementar un fructífero proceso pedagógico centrado en los libros. Claro, un proceso que sea serio y contino como hacían nuestros profesores en los 80 y 90. Recuerdo que a nosotros nos ponían a buscar hasta periódicos viejos para que después de leer un artículo cualquiera lo sometiésemos en un estudio profundo (argumento, términos llamativos, propósito, información principal, objetivo, etc.) y de todo aprendíamos, sin excepción todo era aprovechado para sacar una enseñanza.

Fuera lectura comprensiva o rápido o informativa, de cualquiera se sacaba un aprendizaje. Es que lo esencial es el aspecto motivacional, lo demás viene solo. Como fruto de la creación del hábito de la lectura que me vi ‘’forzado’’ a asumir y gracias a mis maestros por ‘forzarme’’, yo puedo decir que he leído mucho y lo sigo haciendo, ya no de forma forzosa, sino de forma libérrima, soy yo quien voy a las librerías, escojo los libros que quiero leer y hasta me he convertido en un escritor.

Sin lugar a dudas queda evidenciado que la lectura como un acto material y como fruto de una acción emanada de la libertad, engendra un sin número de bondades en ámbitos como lo social, lo académico, lo cultural, lo gnoseológico, lo epistemológico, y lo psicológico. También sus resultados alcanzan al núcleo familiar. Una familia donde se lee es paradigmática.

Ejercitar la lectura no hace reflexivos, críticos, analíticos y productivos. Un buen libro es la clave para que se materialice un efectivo acto de lectura que ayude a la autoconstrucción del ser humano y su intelecto. El proporciona el aprendizaje y la expansión de la memoria. Afirma el pensamiento, cultiva el alma, rediseña conductas.

Libros como: La Metamorfosis de Franz Kafka, El Perfume de Patrick Suskind, La Sociedad de la Nada de Rafael Álvarez, La Broma de Milán Kundera, son simplemente joyas que nos permiten sumergirnos en un mar de sabiduría e informaciones capaces de hacernos llegar al punto más álgido del conocimiento. Estos libros nos llevan a un estado existencial plenificante, pues nos ilustraran sobre la hermosura de la vida y sobre la miseria de la carne.

Es menester identificar libros que nos llamen la atención, con los que nos sintamos identificados, con los que tengamos cierta empatía, es de la única manera que nos sumergiremos en ellos, los abrazaremos, les dedicaremos tiempo y nos quedaremos con ellos hasta que les hayamos sacado el último provecho. ¿Quién no ha tenido esa experiencia de haber encontrado un libro que al iniciarlo simplemente no quiere soltarlo hasta terminarlo por su fascinación?

Recuerdo cuando estudiaba en el colegio Nuestra Señora de las Mercedes en el Santo Cerro en el 1989, un libro que me marcó con letras indelebles fue ‘’Juan Salvador Gaviota’’ de Richard Bach. Ágil, fácil, digerible y con un mensaje de superación incuestionable.

La lectura hoy, al igual que hace muchos siglos, sigue teniendo vigencia e importancia, a través de ella apaciguamos el espíritu, bebemos de la fuente de la sabiduría, ejercitamos el intelecto, nos pertrechamos con las herramientas del saber, se potencia nuestra inspiración, se entreteje un nuevo y fecundo modo de ser y actuar, nos posibilita una excelente fluidez comunicacional, nos mantiene al día, nos otorga lucidez mental y nos da autoridad para hablar. Por eso decía Mao Tse Tung ‘’Quien no investiga no tiene derecho a la palabra’’. Quien no lee no puede hablar porque carece de información y datos que le permitan sustentar su discurso.

Cuando leemos textos como: Pensamiento, Palabra y Omisión de José Mármol; El Alquimista de Paulo Cohelo; Padre Rico, Padre Pobre de Robert Kiyosaki; El Libro de los Secretos de Osho y otros más, descubrimos que el libro sigue fortaleciéndose e imponiendo su impronta en el mundo diseminando mensajes como semillas por todo el mundo, mensajes de crecimiento y superación personal.

Creo que es conveniente y saludable el asumir el crecimiento técnico y científico, por ejemplo, el que hoy podamos tener acceso a libros de forma virtual, pero sin dejar ese vínculo personal con el libro impreso. Eso jamás.

La lectura excita la imaginación, potencia la capacidad cognoscitiva, da herramientas para la disquisición, ensancha el bagaje y el acervo cultural, eterniza el alma, moldea la conciencia, permite romper estereotipos. Libros como: La Biblia, El Corán, El Arte de la Felicidad del Delai Lama y Howard C. Cutler, El Monje que Vendió su Ferrari de Robin Sharma son joyas que debemos tomar y nunca soltar.