Al ingresar como miembro nacional correspondiente a la Academia Dominicana de la Historia, el investigador Joan Ferrer Rodríguez expresó que durante la época colonial la hechicería amorosa fue la más solicitada en el ámbito caribeño.
En su discurso, titulado “Por la fe, por las obras o por la fuerza. La inquisición en el Caribe hispano”, explicó que su afirmación se comprueba en la prolija nómina de fondos disponibles, compuestos por probanzas, crónicas, cartas y testimonios inquisitoriales y que la corrobora Crespo Vargas, al recoger uno de los conjuros utilizados por Jusepa Ruiz, negra oriunda de Santo Domingo.
Afirmó que en el Caribe hispano el oficio de la hechicería fue extremadamente popular entre mujeres españolas y criollas pobres, negras y mulatas esclavas o libertas y aseguró que no en vano, la literatura teológica de la época solía representar a la bruja o hechicera en clave femenina, como una mujer de vida poco ejemplar –vieja, liviana, fea, enajenada o pobre– curtida en el manejo de las dolencias físicas y espirituales y en la preparación y uso de pócimas, recetas, amuletos, remedios, ungüentos y brebajes.
“Ejercitadas en el arte de sanar, estas personas practicaban una especie de medicina empírica, tolerada por las autoridades para compensar la sempiterna ausencia de médicos que siempre padecieron las zonas periféricas del imperio”, indicó Ferrer Rodríguez, quien es presidente de la Academia Dominicana de Genealogía y Heráldica.
Dijo que los “dominicanos” abrazaron, sin disimular, todas estas prácticas heréticas que no necesariamente casaban con la línea trazada por del magisterio eclesiástico.
“Por eso, encontramos clientes de cualquier clase social, desde hateros, estancieros, señores de ingenio y funcionarios de la Audiencia, a frailes, mujeres rechazadas, despechadas e insatisfechas. A fin de cuentas, los parroquianos que precisaban de estos servicios intentaban resolver sus problemas personales. Porque la magia, como es sabido, siempre ha ejercido una función social, vibrando al compás de tres grandes dilemas humanos: el amor, el dinero y la salud, expresó.
Dijo que los motivos “de consulta” más socorridos eran la sanación, la fertilidad, la procura de una buena cosecha y la conquista de un amor imposible o no correspondido.
Tras finalizar su discurso, Mu Kien Sang Ben, presidenta de la Academia Dominicana de la Historia, le entregó a Ferrer Rodríguez su diploma de ingreso y le colocó en la solapa el botón de entidad.
El currículo del nuevo miembro fue leído por Adriano Miguel Tejada, vicepresidente de la academia.