SANTO DOMINGO.- El exponente de la música típica El Cieguito de Nagua murió la tarde de este viernes en un centro médico de la ciudad de Nueva York, donde se encontraba ingresado de emergencia esta mañana.

La información del deceso del artista fue dada por su esposa, quien explicó que este estaba siendo atendido en Hospital Brookdale de Brooklyn, donde fue ingresado a primera hora del viernes tras presentar dificultades respiratoria.

En declaraciones a medios locales, su hija Verónica Reynoso dijo que no tenía conocimiento que su padre haya sido ingresado por coronavirus, como circuló en las redes sociales, pero que este tenía problemas renales e hipertensión, pero hasta el momento no hay pruebas oficialmente que descarten que este no padeciera de la enfermedad que ha provocado la muerte de más de 27,000 personas en todo el mundo en los tres meses que lleva este año

Veronica agregó que Bartolo Alvarado, como era el nombre de pila del popular acordeonista, sufría de complicaciones de salud desde hace años y por esto fue movilizado de emergencia.

Considerado como prodigio del merengue típico, y dotado de unas de las manos más ágiles de todos los tiempos, el acordeonista Bartolo González Alvarado Pereira nació el 10 de enero de 1947, en La Jaguita, Cabrera. Es uno de los diez hijos procreados por el agricultor Ramón Alvarado y la modista Juana Pereira. Desde pequeño le llamaron Bartolo.

Bartolo Alvarado nació sin vista, según cuenta, y no recuerda algún momento de su vida en que sus ojos hayan visto la luz. Pero, desde que empezó a gatear y tuvo un objecto en sus manos comenzó a sacarle ritmo. Su abuelo le compró una tamborita y cuando Bartolo era apenas un infante, con ella como tamborero, se ganó los primeros cinco pesos, actuando en una función que presentaba un mago que andaba en recorrido por los campos de Cabrera.

A los siete años le compraron un acordeón “de esos que tenían una sola carrera de notas y que les decían Concho Primo”.

Bartolo aprendió con sorprendente rapidez y en 1956, cuando tenía tan sólo nueve años, lo trajeron a tocar a La Voz Dominicana, al programa Buscando Estrellas. Volvió a su campo y con su papá Mon Quero como güirero, y un tamborero buscado en el lugar, ya Bartolo Alvarado andaba tocando fiestas en cumpleaños, bodas, bautizos, celebraciones escolares y fechas religiosas.

La fama del niño prodigio se extendió cuando de la mano de su papá se iba a Nagua a exhibir sus habilidades artísticas. Tocaba con una gracia y un acierto propios de un músico de experiencia, cantaba con una voz clara y segura, y era difícil verlo tocar sin darse uno cuenta de que El Cieguito, como se le decía entonces con afecto, tenía un brillante porvenir. Ya con dieciocho años, estaba en la ciudad capital. y al estallar la Revolución Constitucionalista del 24 de abril de 1965, se retiró prudentemente a La Jaguita. En 1966 se instaló la emisora Radio Nagua, y fue contratado por esa empresa para tocar los domingos por la tarde, en horario de tres a cinco.

Un empresario disquero llamado Fabio Inoa le oyó tocar, le propuso hacer dos grabaciones y así salieron al mercado los primeros discos de El Cieguito de Nagua. Yo seré tu Mayoral, era el título de uno de los dos merengues que se incluyeron en el disco sencillo, y Marita, era el título del otro. -Este merengue es mío, letra y música-, aclara Bartolo cuando se le pregunta por la paternidad de esa famosa pieza.

No se inspiró en ninguna María ni Mariita de sus comarcas de origen, aunque por coincidencia, la mujer que terminó siendo su esposa se llama precisamente María. Pero todo ha sido pura casualidad. -Una noche estaba acostado, me puse a pensar en letras y eso fue lo que me salió-, relata el maestro con franqueza.

Ya Bartolo Alvarado era un profesional de la música y en esa calidad hizo su primera salida a Estados Unidos en 1973. A más de las presentaciones que tuvo en Nueva York, firmó un contrato para grabar con Dicco Mundo. Cuando retornó al país hizo su residencia definitiva en Santiago.

Entonces lanzó al mercado su célebre ¡Fua! o La Luz, el número que más popularidad le dio y que más caló en el gusto y la aceptación del público. Esa composición no es suya, sino de un puertorriqueño; y Bartolo Alvarado tiene la delicadeza de aclararlo. -Eso es de un jíbaro llamado Alfonso Vélez, dice, y lo trajo al país Bienvenido Rodríguez, de Karen Records… Yo ni quería grabarlo porque decía que eso era una porquería… y fíjense donde llegó-, dice el artista.

La grabación se convirtió rápidamente en un sonoro éxito y eso tuvo sus causas sociales. Se vivía ya la crisis del servicio de electricidad y ante la irritación colectiva provocada por el azote interminable de los apagones, las letras del disco sirvieron de canal por el cual se expresó ese estado de ánimo. Y aunque no fuera concebido con esos fines, una vez más el merengue sirvió de instrumento a la protesta social: Yo tenía una luz/ que a mi me alumbraba/ y venía la brisa, ¡fua!/ y me la apagaba/.

Bartolo estaba ya afirmado como uno de los grandes merengueros dominicanos, y como uno de los pilares que junto a Tatico Henríquez, Paquito Bonilla y otros ejecutantes del merengue tradicional, hicieron posible que ese género del folclor dominicano se recuperara de la crisis en que cayó a comienzos de la década de los años sesenta, y ganará un prestigio mayor que nunca.

En manos de los músicos de esa generación, el merengue tradicional evolucionó, se adaptó a una nueva situación pero mantuvo su esencia y no perdió su ritmo original ni atrofie sus atributos fundamentales. Al cabo de treinta y cinco años como profesional y con 54 años cumplidos, Bartolo Alvarado puede hablar con toda autoridad acerca del merengue. Por su calidad de sabio acordeonista, por su larga carrera en el arte. El sigue activo, tocando. Sus manos, pequeñas y con dedos que parecen de niño, sacan lo que su alma y su sentimiento le dictan, una música movida y alegre, con una digitación difícil de igualar, con registros y pasadas impecables, como sólo un verdadero virtuoso puede hacerlo sin desorientarse ni perder el ritmo.