Por Cándido Mercedes
“La magnitud del poder no se muestra en el no sino, en el sí, o mejor dicho en el múltiple viraje desde el no hacia el sí. La manera auténtica de manifestarse del poder no es la discordia sino la concordia. En ello se diferencia esencialmente de la violencia y la opresión”.
(Hegel y el Poder: Byung-Chul Han).
Tenemos, como sociedad, una profunda crisis que se acomete como la tormenta perfecta: sanitaria, económica, social. Una mutación abrupta como jamás habíamos asistido. Solo el turismo ha caído con respecto al primer semestre del año 2019 en un 60% y tenemos más de un millón de empleados formales suspendidos. La normalidad actual, hace 4 meses, hubiese constituido la disrupción más fragosa, accidentada. Empero, hoy es real. ¡Nada de remota, nada de virtualidad!
De la crisis sanitaria, económica y social no cabe duda de que el mundo se levantará. La cuestión es la velocidad. Sin embargo, un buen ejecutivo destaca siempre el orden de las cosas, las prioridades. Un gerente efectivo es aquel que tiene la capacidad de priorizar los recursos (humanos, financieros y materiales) en función del contexto. Vale asumir a Goethe quien apuntaba “Lo que importa más no debe estar nunca a merced de lo que importa menos”. O, como nos decía magistralmente Stephen Covey: Lo primero lo primero. Lo importante que es urgente y lo importante que no es urgente. El cuadrante 1 y 2 de su administración del tiempo.
Es canalizar de manera certera lo urgente e importante (crisis sanitaria) que constituye la médula espinal para restablecer la economía de manera sostenible e inexorable. Lo importante que no es urgente es la cimentación de la visión, es decir, aquello que no debemos de perder porque es la brújula que nos pauta hacia el compromiso con el futuro, que viene a ser el alma de la legitimidad.
Las crisis nos retan como personas y como sociedad. Nos ayudan a sacar lo mejor de cada uno de nosotros, de reinventarnos a través de la creatividad y de la innovación. Nos conducen a hacer cosas mejores y distintas, nos orientan a una reimaginación que no teníamos en el horizonte y nos dan el aliciente de ser mejores como seres humanos, porque significan también, una parada y una introspección de todo lo que existe: materialidad y espiritualidad. Las crisis nos conducen a la búsqueda del equilibrio y desfigurar en gran medida ese homo sapiens de nuestros antepasados.
Como nos dijo alguna vez Goethe “No siempre es preciso que lo verdadero se materialice, basta con que se cierna espiritualmente sobre el ambiente y genere acuerdo; basta con que, como un repicar de campanas, ondee por el aire serio, pero amable”. Es el tránsito en que nos encontramos. Un país que parecería que tenía 4 años que no llovía y de buenas a
primeras cae agua, se refresca y cada gota de agua es como un alivio especial, cual cantera de alegría, una fuente de manantial.
La sociedad, aun con la crisis sanitaria agravada, es otra. Es como una sublimación especial que se apoderara del corpus social. De las elecciones del domingo 5 de julio hace justamente dos semanas, 14 días. Sin embargo, la sensación es que ocurrió hace mucho tiempo, aunque el miércoles 15 todavía no se terminaba de contar el nivel de Diputados en el Distrito Nacional. Sentimos como una fragancia que nos da energía y renovada esperanza. ¡Los pueblos no pueden vivir sin el encanto que da la esperanza, razón de vivir y expresión real de la felicidad!
En medio de las crisis, hay en cada uno de nosotros como un fuerte dique, un loable túnel, que nos permitirá asumir los desafíos que las circunstancias nos han puesto en el camino. Es como si los actores sociales, económicos y políticos, todos juntos, entienden la gravedad que vivimos y de lo que cada cual es capaz de dar y de vivir. ¡Un efluvio más allá de lo agradable se esparce, trascendiendo un marco cuasi indescriptible por la lozanía del desprendimiento de paz! Es como si teníamos sed y andábamos cada uno con un saco en el hombro de 400 libras y encontramos agua y nos despojan de la carga.
Crisis y desafíos: están ahí como norte al que hay que noquear; sobre todo con paciencia, prudencia, equilibrio, firmeza; construyendo sinergia de una manera tan empática que haga que la resiliencia individual y social cobre cuerpo y se encauce en cada uno de nosotros en el máximo potencial. Como nos decía Mahatma Gandhi “La diferencia entre lo que hacemos y somos capaces de hacer, resolvería la mayoría de los problemas del mundo”. La comprensión de las crisis nos invita a ser mejores, a poner el granito de arena en lo colectivo, aunque signifique un sacrificio en nuestra vida personal y profesional.
Crisis – desafíos constituyen el levantamiento existencial de lo emocional, lo sentimental y lo enteramente racional. Cuando se conjugan a través de tareas titánicas, trastocan y menguan aquellas y los escenarios cambian, porque el puntal hacia las estrellas nos coloca en una dimensión donde el potencial del talento humano se redimensiona y una revolución mental se apodera de nosotros. El ejemplo más elocuente de la crisis y desafíos son todos esos programas de televisión que han tenido que ser remotos. En el caso de quien suscribe he tenido que usar BlueJeans, StreamYard, vMix Call, Google formulario, pero solo hace 4 meses conocía solamente a Zoom y Skype. Una revolución mental ha repercutido en millones y millones de personas. Han cambiado las formas de hacer las cosas y con ello nuevos paradigmas que nos rejuvenecen espiritualmente. Que nos acercan a ser más humildes para estar abiertos a nuevos aprendizajes. 7 generaciones desde el 1900 hasta hoy (Interbellum, Grandiosa, Silenciosa, Baby Boomer, X, Y o Millenials y Z). Estamos aprendiendo de las generaciones Y y Z (aquellos que nacieron del 1982 – 2001 y del 2001 al 2020), sobre todo, los Baby Boomer y un poco la Silenciosa (1925 – 1945).
Cada presidente enfrenta los desafíos de su época, el cambio epocal o la época de cambio. La tarea de un estadista es saber combinar los retos; empero, con mayor énfasis las expectativas de la sociedad. Lo crucial de un buen gobernante hoy, no es solo dar el salto dialéctico de la época (infraestructura, crecimiento económico, crisis de salud), todo ello es necesario, sin embargo, no suficiente. Es como si tuviera que subir a un edificio de tres escaleras. Llegó a una (bien), llegó a dos (muy bien). La tercera escalera es el peldaño de la legitimidad. La conexión con el pueblo. El resumen de expectativas, sueños colectivos. Es lo que ocurre ahora, esperamos que el presidente electo sea eficiente, eficaz con acometer la crisis sanitaria y económica. Eso ha de darse como un axioma, aunque las tareas sean ciclópeas.
Lo que resalta hacia la historia es todo el campo de la institucionalidad, del respeto a las leyes, de la problemática de la corrupción, de la impunidad, de un ejercicio más decente desde el poder, donde el Estado no sea fuente de acumulación originaria de capital, donde no sea visto como trampolín de riquezas y corporación para la realización de negocios. Lo último es lo que da legitimidad a un gobernante en este momento histórico político que vivimos. Lo convierte en un estadista que lo hace merecedor de su pueblo, sin publicidad ni clientelismo visceral. Es la legitimidad, coadyuvada por las acciones, por las decisiones, que al final de cuentas opera como fase de intermediación directa con la gobernabilidad.
¡Si en la Revolución Francesa la consigna fue la imaginación al poder, en el Siglo XXI, al final de su segunda década, aquí y ahora, en la tierra de Duarte, Sánchez y Mella, la fragua que nos conecta es la consigna la decencia al poder y un nuevo ejercicio ético de la política, para que un extraño no nos llame a la puerta!