Haivanjoe Ng Cortiñas
Tengo la duda de si esta opinión fue inspirada o le tomé prestado el concepto al médico antropólogo estadounidense, Merrill Singer, creador del termino sindemia, con el fin de aplicarlo a la economía y en particular al presupuesto nacional. A continuación mi atrevimiento.
Resulta incómodo encontrarse con una turbulencia en pleno vuelo. La inestabilidad en los movimientos del avión, provoca inquietud en los pasajeros, aún lleven puesto el cinturón de seguridad. Casi de la misma manera, la historia reciente de la formulación y presentación del presupuesto nacional, no registra que se haya generado un malestar generalizado en la población dominicana, como el del 2021, pese a que todavía estamos dentro de los 100 días de gracia.
Tampoco, nunca antes un Presidente de la República había tenido que salir a defender en menos de una semana y en dos ocasiones el presupuesto de la nación, una en forma apresurada, a días de darse a conocer y la otra, para anunciar el retiro de las pretensiones impositivas que contenía el instrumento financiero del gobierno central y que fue la causa del rechazo de la población.
Ante la ausencia de comunicación por parte del ministro de Hacienda, explicando debidamente el alcance, los beneficios y las razones de la sindemia del presupuesto y además, por lo inútil que fue el intento de conexión de los escasos funcionarios del área económica que salieron a defender el presupuesto, el Presidente Luis Abinader, tuvo que ser el vocero y autor del presupuesto que no tenía quien le escribiera.
Y el primer mandatario le escribió. Única manera de desmontar el descontento general de la población, que luego de comenzar a salir del confinamiento social por la reapertura insegura de la economía y haber emitido su voto a favor de quienes prometieron no poner nuevos gravámenes, se encontró con la sorpresa del paquete de parchos de impuestos que aparecieron en el proyecto de presupuesto del 2021.
La población, hastiada de una epidemia sin precedentes en el país, por la interrupción de sus hábitos, promovido por la emergencia nacional, el toque de queda interminable, la pérdida de empleos, de fuentes de ingresos, de la cotidianidad, de ver morir a familiares, amigos y hasta de ellos contagiarse y exponerse a la muerte, le ha generado a los ciudadanos un estrés colectivo, que hace previsible pronosticar su reacción, ante cualquier factor adicional que le colocara más presión de la que ha acumulado en tan poco tiempo.
El momento inédito por el que atraviesan los ciudadanos, no debe ser ignorado por quienes le corresponde formular la política presupuestaria, especialmente porque incidirá directa o indirectamente en la vida de los más de 10 millones de dominicanos, durante al menos el próximo año y justo esa ocasión fue la que desconoció la decisión de presentar un presupuesto seco y ofensivo, en la que no apreció la economía política que debe acompañar toda política pública.
La falencia de la economía política en el presupuesto del 2021, se manifiesta en la desconexión total de no considerar el estrés colectivo de la población dominicana, concentrándose solo en elevar los ingresos para sufragar gastos, justo por la mecánica del incrementalismo que ha movido a los hacedores de presupuestos de las últimas décadas, pero que en esta ocasión no identificó lo predecible: la desaprobación ciudadana a gravar el consumo, los salarios y las ganancias extraordinarias en forma retroactiva, contraviniendo el carácter irretroactivo de las leyes consignada en la Constitución.
La diferencia del momento actual respecto al pasado, es que los ciudadanos dominicanos llevan alrededor de 6 meses en un embudo y cuando comienzan a salir, se encuentran con la bienvenida que le dio la noticia sobre los impuestos. La previsible reacción fue subestimada por los formuladores de políticas, que mostraron no tener presente el sentir de la población, que puede ser apreciado y valorado por la economía política, en su rol de identificar la relación entre la economía y la conducta social, originada por causales económicas, políticas y culturales.
El presupuesto del 2021 se encuentra entre las crisis sanitaria y la económica y en el mismo lugar y tiempo, de ahí lo de sindemia, que al interactuar por medio a sus vasos comunicantes, en cuanto a que para controlar la expansión de la epidemia, se ordenó el confinamiento social, que derivó en una paralización productiva y una crisis económica de altas dimensiones.
Luego, la crisis económica le resto capacidad de acción al gobierno para afrontar los desafíos sanitarios, ante la escasez de recursos financieros, agravados por la caída de los ingresos fiscales, hizo que el manejo de la calamidad pública sanitaria tuviera menos posibilidades de éxito, la que a su vez potenció la crisis económica. La crisis sanitaria creo una crisis económica, generando un círculo vicioso en el que cada una hizo potenciar su crisis.
Los números sustentan la gravedad de la crisis sanitaria y económica dominicana: Más de 118 mil contagiados y fallecidos superan los 2,167. Una contracción económica de un -8.4 % y un aumento del endeudamiento en lo que va del 2020 de un 12.5 % del PIB. El financiamiento del 2020 es revelador de la caída de los ingresos y la presión del gasto público.
En el escenario descrito de doble crisis, las autoridades obviaron el enfoque sindemico del presupuesto y terminaron formulando y enviándolo al Congreso de la República, con un sesgo a favor de la vanidad, presentando una reducción al déficit financiero del presupuesto de un 9.3 % del PIB al cierre del 2020 a un 3.0 % del PIB al finalizar el 2021, como si la prioridad en la actualidad sea reducir el déficit fiscal, apretando el gasto y colocando nuevos impuestos.
Cuando el otro camino que tenía el gobierno con el presupuesto sindemico del 2021, era el de aumentar el gasto, soportado con financiamiento productivo y no con nuevos impuestos, sin prestar atención hacia el objetivo de trabajar sobre el déficit fiscal, por no ser la prioridad en el corto plazo de la política fiscal, en una coyuntura de contracción económica local y mundial.
Mientras, la ausencia del enfoque sindemico del presupuesto es notoria, habida cuenta que las distintas clasificaciones del gasto público continúan padeciendo la misma estructura del pasado, que la tipifica como un gasto de baja calidad, al presentar para el 2021 un gasto corriente de un 86.2 % y de capital de un 13.8 %, en términos funcionales los Servicios Económicos permanecen en torno al 14.0 % y los Servicios sociales en alrededor de un 46.0 %.
Al privilegiar en el presupuesto del 2021 la vanidad de disminuir el déficit fiscal, se perjudicó atacar los males estructurales del presupuesto y no se avanzó en el desmonte de los gastos no productivos o bien no se alineo el gasto a una mayor dirección social, al apreciar por ejemplo que el gasto en salud, pese al COVID-19, del 2021 es de un 2.2 % del PIB, cuando en el 2012 se registró como nivel de gasto el mismo indicador.
Posicionar la política presupuestaria al objetivo de recuperar la economía deber ser una prioridad e implica no estar cimentado en más impuestos, por su carácter contraproducente en tiempos de recesión económica, sino en otras vías de agenciar recursos financieros, como el endeudamiento para financiar gastos de inversión pública, preferentemente con bajo componente importado.
El dilema descrito, junto a la crisis sanitaria y económica –sindemia del presupuesto-, que se retroalimentan y potencian a la vez, en un entorno de estrés colectivo, fue ignorado por los hacedores de políticas públicas y llevaron al equipo económico a tener el primer revés en su aparición pública, tan grave que tuvo el Presidente que rectificar, retirando los parchos tributarios y aunque hacerlo es de sabio, ojalá las rectificaciones no superen la sabiduría, pues entonces no lo sería.