Relato

Reyes Espejo

La voz del rector Jotin Cury retumbó entre los estudiantes que avanzaban decididos a un enfrentamiento con tropas policiales que ocupaban el “sagrado recinto” de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

La situación presagiaba un choque frontal que terminó siendo mortal. El doctor Cury se encontraba fuera del campus universitario y se presentó al lugar, y en un gesto cuasi paternal, pero desesperado, arengó a los estudiantes para que desistieran de avanzar para donde estaban posicionados policías y militares porque, según decía, la gendarmería del gobierno estaba dispuesta a tirar a matar.

Los universitarios marchamos desde la Alma Mater cantando el himno nacional, de la revolución de abril y del 14 de junio, avanzábamos hacia el edificio de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales donde ya había tropas apostadas, donde habían penetrado y ocupaban el área usada para parquear las guaguas del transporte estudiantil.

Los militares y policías avanzaron en varios flancos y tendieron un cerco a la ciudad universitaria.

El desmadre era inminente frente al avance de las tropas. Los agentes se desplazaban escudándose detrás de árboles y de vehículos que había en el lugar. Hacían maniobras propias de una avanzada militar en zonas de guerra. Entraron al área universitaria apuntando a los estudiantes con sus armas letales.

Ese día no hubo docencia y las primeras horas transcurrían tranquila, con la calidez de una mañana abrileña. Los estudiantes afanábamos para lograr la reinscripción  para el próximo semestre. La nación vivió expectante aquel trágico 4 de abril de 1972 durante aquellos fatídicos 12 años del régimen semi-dictatorial del doctor Joaquín Balaguer.

Mientras hacíamos filas en la Oficina del Registro Universitario se presentaron dirigentes estudiantiles para denunciar que en esos momentos la UASD era ocupada por tropas policiales y militares que avanzaban sigilosamente tendiendo un cerco al campus. Nos pedían a viva voz, nos conminaban a que nos sumáramos a la defensa del fuero universitario.

-“Estudiantes defendamos nuestra universidad, defendamos el fuero universitario”, arengaban. –“La policía ocupa la universidad, no seamos indiferentes, vamos a defender la universidad”, insistían.

Los que estábamos en las filas ignorábamos este hecho y algunos se quejaron en tono de crítica, en el sentido de que, aún no se había iniciado la docencia y ya grupos estudiantiles “estaban agitando” para que no haya clases. –“Yo vengo desde de muy lejos y no quiero perder mi tiempo”, expresó un estudiante del Cibao que hacía fila junto conmigo.

Pero cuando vimos la inminencia de la toma universitaria, abandonamos las filas y fuimos a marchar hacia el lugar a donde se veían apostadas las tropas.

-¡Bachilleres, bachilleres! ¡Evitemos una masacre! ¡Estamos frente a la fuerza bruta contra la inteligencia!”, imploraba desesperado el rector Cury mientras se colocaba frente a las filas de los estudiantes.

En eso un dirigente estudiantil, fortachón y de más de seis pies de estatura y del cual supe después que había sido un combatiente constitucionalista de la guerra de abril, salió a arengar a la masa estudiantil pidiéndonos encarecidamente que desistiéramos de avanzar.

-¡Estudiantes! ¡Estudiantes! el señor rector tiene razón, volvamos a la Alma Mater, todos a la Alma Mater!  Se pretendía concentrar a los estudiantes en el Aula Magna o auditorio mayor para explicar allí la magnitud de los hechos que afectaban a la academia Primada de América.

Nos retiramos cantando los himnos de la revolución de abril y del 14 de junio, pero de repente una fuerte explosión estremeció todo el lugar, seguida de ráfagas de tiros. Los estudiantes corrimos despavoridos a protegernos.

-¡A la rectoría, a la rectoría!, gritaba en medio de la confusión el dirigente estudiantil. Los tiros zumbaron sobre nuestras cabezas y rebotaron fuertes en las columnas del frente a las edificaciones del Registro y de la rectoría, al lado del Aula Magna. En esa carrera desesperada en busca de protección resultó mortalmente herida la mártir estudiantil oriunda de Barahona, Sagrario Ercira Díaz Santiago, entre otros estudiantes y empleados.

Recuerdo que avancé pegado al piso, raneandome y llegué a la puerta de la rectoría donde ya estaban aglutinados, casi uno encima de otros estudiantes. Un tiro certero penetró el aire acondicionado de la oficina ubicada en el lado derecho del local de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED) próximo al ascensor, en la primera planta del edificio de la rectoría. El aire comenzó a sonar como si silbara y temimos que explotara con nosotros allí presentes. Un estudiante se paró a bajar un switcher para apagar el aire. En ese distante otro disparo despedazó la persiana de vidrio del lugar donde nos amontonamos.

El joven estudiante cayó al piso en el preciso instante en que el tiro atravesó la persiana. Gritamos al unísono, desesperados, creímos que éste había sido impactado por el disparo: -¡Ay, ay mataron a un compañero, mataron a un compañero!

Terriblemente asustadas y con lágrimas en los ojos, algunas muchachas lo auxiliaron ante el temor de que estuviera herido. Un policía que bajaba del segundo nivel del ya ocupado edificio de la rectoría rastrilló su alma y nos apuntó. El estudiante, que presumíamos herido, se puso de pies. Solo había recibido un susto. El policía comenzó a decirnos improperios y nos conminó a salir de allí, conduciéndonos hasta el frente de la oficina de la FED donde ya estaban en filas cientos de apresados.

Pude ver allí al reputado periodista Bonaparte Gautreaux Piñeiro discutir “de tú a tú” y de manera acalorada con un oficial de policía, al tiempo que hacía una transmisión en vivo para el noticiero Noti-Tiempo de Radio Comercial. Gautreaux reclamaba que se diera asistencia médica a un estudiante de medicina de la zona costera de Barahona, de nombre Máximo, herido de bala en un hombro. A éste, pese a la herida, se le obligaba a hacer fila junto a los demás detenidos.

Previo a estos hechos yo ya había tenido contacto con  Gautreaux por medio de cartas cuando fui corresponsal de NotiTiempo y del periódico El Sol desde el municipio de Tamayo. Tuve el honor aquella vez, algo que me llenó de alegría, de que fuera este gigante de nuestro periodismo que me enviara la comunicación aceptándome como reportero a distancia de esos prestigiosos medios. Y ahora lo veía allí ejerciendo con gallardía el oficio, lo que me causó una gran emoción.

Observé también al rector Jotin Cury y al reputado académico y ciudadano ejemplar, mi profesor de psicología y entonces vicerrector de la UASD, don Tirso Mejía Ricart, quien se resistía a montarse en la “caja” de un camión para ser conducido detenido al Palacio de la Policía. A dura lucha y convencido por otros profesores, Mejía Ricart se acogió a la denigrante humillación. No valió que esgrimiera su condición de ser una respetable autoridad universitaria.

Momentos después, cuando creíamos terminado el operativo, un agente sacó de la oficina de la FED agarrado de su correa a un joven estudiante. Supe luego que era Fulgencio Espinal, prominente dirigente del gremio estudiantil y directivo del Frente Universitario Socialista Democrático (FUSD) brazo estudiantil del  Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en la universidad del Estado.

-Comandante, mire lo que encontré escondido en un armario”, dijo el policía a su superior mientras mostraba a Espinal como si fuera una presea.

Nos llevaron a más de un centenar de estudiantes, profesores y empleados al patio del Palacio de la Policía en la calle Leopoldo Navarro, casi esquina avenida 27 de Febrero. Cerca de la medianoche, oficiales de la policía comenzaron a llamar de una lista que tenían en sus manos, a los líderes estudiantiles y de izquierda que presumían estaban entre los estudiantes.

-¡Pin Montás, sabemos que está aquí,  entrégate!  ¡No te vas a escapar, entrégate! ¡Plinio Matos Moquete, entrégate!

Así fueron llamando uno por uno, con sus respectivos nombres a connotados dirigentes de partidos y organizaciones de izquierda y estudiantiles. En una oportunidad llamaron al dirigente de Fragua-UNER Felvio Rodríguez y éste, pensando que evadiría a los policías, cambiaba permanentemente de camisa con otros estudiantes, incluyendo un cambio que hizo con el actual director del periódico El Caribe y Premio Nacional de Periodismo, don Osvaldo Santana, que estaba entre los detenidos.

Cuando llamaron al dirigente de Fragua-UNER y ahora reconocido economista Yván Rodríguez, éste, en un gesto ¿no sé si de valentía o de resignación? levantó su puño izquierdo y gritó fuerte: -“Aquíiii, presente”. Los otros estudiantes trataron de convencerlo de que desistiera: –“Ya estamos presos, nos tienen presos”, razonó. Oficiales policiales bajaron por una escalera del segundo nivel del Palacio de la Policía desde donde leían su lista. Se  llevaron a Rodríguez.

A los otros, después, nos condujeron a pequeños cuartos del segundo nivel del Palacio Policial. En el área donde me tocó estar, nos pusieron a mirar una fotografía del presidente Joaquín Balaguer que estaba colocada en una pared. A mi lado había un joven que rehusó observarla, bajaba la cabeza o volteaba hacia los lados, pero no miraba. La voz ronca e impetuosa de una persona situada detrás del “espejo espía” exigía con insistencia al joven que mirara la fotografía.

Como éste se negó, entraron dos policías que los agarraron por la cabeza y los obligaron a mirar la foto de Balaguer. –“Tú sabes muy bien por qué no quieres mirar la foto”, dijeron al tiempo que lo golpearon con rudeza hasta hacerlo sangrar. Supe luego que detrás de la pared donde estaba la foto había “calieses” que operaban en la UASD, quienes identificaban a dirigentes de izquierda o del movimiento estudiantil. Al parecer este joven era un dirigente de izquierda que había sido identificado por uno de los  “chivatos” colocados detrás del vidrio opaco.

A mí me trasladaron a otro cuarto que estaba lleno de gente. Cometí el error de decir que esa oficina ya estaba llena y que no cabía nadie más. Los agentes que me llevaron, sin pensarlo dos veces, me dieron un empujón que terminé en el centro del cuarto.

–“Cómo que no cabe más nadie, cooñooo…”, dijeron. Solo escuché gritos de compañeros que yo iba atropellando cuando avanzaba como una tromba entre ellos.

La policía hizo su depuración y apresó a un grupo de académicos, empleados, dirigentes estudiantiles y de izquierda, dejando en libertad al resto de los estudiantes.

Estaba entre el grupo de los liberados, lo que llenó de alegría a los soltados, pero no a mí. Cuando nos soltaron, fue entonces cuando comenzó mi viacrucis, mi gran problema, ya que recién había llegado de mi pueblo, Tamayo, y no sabía caminar en la gran ciudad que era Santo Domingo, mucho menos a esa hora de la madrugada. Por suerte entre los estudiantes vi a Quico, un compueblano que nosotros apodamos “Pata de ripio” porque cojeaba de una pierna. Laboraba en la UASD. Me acerqué a él y le expliqué mi situación, pero éste lamentablemente no iba por mi ruta.

Los estudiantes nos dividimos en grupos según la parte de la capital para donde nos trasladaríamos. Yo iba para la calle Padre Castellanos, antigua 17,  y Quico Pata e ripio que pudo ser mi acompañante, vivía en el sector de Los Mina. No obstante, me ayudó a encontrar a un grupo que iba para Villa Juana y Villa Consuelo para que me fuera con ellos.

Caminamos por la calle Leopoldo Navarro y llegamos a la avenida San Martín donde cada quien cogió para su lado; me quedé solo allí, frente al restaurant La Tacita, y sin un centavo en los bolsillos porque en la corredera perdí el dinero del transporte. Estaba solo en aquel lugar, sin saber para dónde ir y sin un alma en la calle que pudiera darme alguna orientación.

Se detuvo un carro con un señor que conchaba a esa hora de la madrugada, le expliqué al conductor mi situación y se ofreció llevarme, pero con la condición de que hiciera con él su ruta habitual: la avenida Máximo Gómez, Nicolás Ovando, Albert Thomas, dar la vuelta en la cabecera del puente de La 17 y desde ahí girar para tomar la Padre Castellanos para retornar a la avenida Duarte. No tuve alternativa y realicé mi recorrido con este amable conductor.

Cuando llegué a casa de mi hermana Australia donde me hospedaba, ésta, su esposo Fermín y sus hijos estallaron en llantos porque creían que yo era de “los muertos de la UASD”.

Aún no se sabe la causa real de esta ocupación, la más grande operación policíaco-militar de toda la historia contra la UASD, mediante la cual –creo que se ensayó de paso-, destruir el fuero universitario. Se dijo entonces que había sido para atrapar a un otrora dirigente de izquierda, Tácito Leopoldo Perdomo Robles, quien luego fue connotado dirigente del Partido Reformista Social Cristiano y delegado de esa organización ante la Junta Central Electoral (JCE).

Años después escuché decir que Balaguer había sido declarado Padre de la Democracia. Si lo es, o no lo es,  realmente no sé; pero entiendo que antes de esa proclamación se debió preguntar a los cientos de estudiantes y profesores universitarios de aquel día aciago, a aquellos que vieron morir baleada en la cabeza a Sagrario Ercira Díaz Santiago, los cuales en un momento a causa de la decisión de aquel Señor, vieron sus vidas “al filo de la muerte”.