Por Cándido Mercedes
“… El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa”. (Byung-Chul Han: Psicopolítica).
Hay verdaderamente una crisis de la democracia liberal en todo el mundo. La ultraderecha se asoma y el populismo autoritario se cierne, tal vez no como una era, pero si como blasón a la democracia, como parada que nos hace reflexionar. Aquí la fuerte autocracia minaría la independencia de las instituciones, ora como mordaza ora para amordazar a la oposición desde el seno mismo de las instituciones creadas.
En todo el mundo se hacen encuestas acerca del régimen de la democracia y en todo ello ha disminuido como sistema y con ello, búsquedas de fórmulas alternativas como respuesta y vehiculización de las necesidades y deseo de la humanidad. En Estados Unidos tuvimos como diría Michiko Kakutani de Donald Trump, un presidente “Narcisista, mendaz, ignorante y lleno de prejuicios, rudeza, demagogia e impulsos tiránicos”. Pero no pudo imponerse al fragor de las instituciones ni siquiera soliviantar los procesos y procedimientos de las distintas normas establecidas en el quehacer político-institucional. Los controles del poder y contrapoder al final se impusieron.
Allí el componente al sistema político, actuó cuasi en forma cohesionada para salvaguardar y prohijar el estamento de la legalidad (voluntad popular) y al mismo tiempo, la canalización del Estado democrático de derecho. Esa fermentación produce, si se quiere, el estamento necesario para la estabilidad en ruptura con el poder personalizado. La jerarquización de lo personal se construye en un diseño fragmentado, débil y en contraposición permanente con el tiempo. ¡El poder del sistema mismo con sus propias alas acorta el poder temporalizado en el ala individual que se convierte en inhibidor de la historia. No hay ni nihilismo ni tautología ni regreso de nostalgia. A lo sumo, recreación del espectáculo y del esperpento simulado!
Hay cada día más desafecto hacia la democracia, sobre todo en países como el nuestro donde una gran parte de los ciudadanos no logra satisfacer sus necesidades materiales de existencia, donde la exclusión y marginación es abigarrada y desgarradora. Ya no es para el desarrollo de la democracia, riqueza y educación per se, sociedad civil dinámica y la neutralización de instituciones claves como la justicia, antorcha de sus luces y glorificación, lo que permea su crecimiento en sí mismo. Se requiere algo más, que no es otra cosa que los controles y contrapesos de los poderes públicos de los órganos extra-poder jueguen rus roles.
En nuestra sociedad a partir del 2005 se configuró un proyecto de dominación a largo plazo, cuyo centro fundamental se anidaría en la construcción de un conjunto normativo para “modernizar” el Estado, empero, era en gran medida en el papel. Había una inobservancia en las leyes en las instituciones, una verdadera anomia institucional, sobre todo a partir del 2013. El ascenso de Danilo Medina amplificó en paroxismo la deformación y mutación de las instituciones. Su personalidad se transmutaría en el Estado mismo. Su voluntarismo sin límites trastocaría todo el andamiaje institucional. Con él la base del diseño de la democracia quedaría eclipsada, trunca, oblicua y desgarbada. Los controles y contrapesos de la democracia eran, sencillamente, una ficción. ¡Lo falso quisieron convertirlo en verdadero y la fantasía en hechos!
En los 8 años de los dos gobiernos de Danilo Medina Sánchez los poderes públicos no jugaban sus roles. Todos ellos se encontraban subordinados a la agenda particular y personal del presidente. Los tres poderes del Estado: Legislativo y Judicial se convirtieron no solo en una ficción en lo esencial, si no en un mero mimetismo. El Poder Ejecutivo lo era todo y la instrumentalización en los demás poderes era una normalización.
Los controles y contrapesos como marco institucional en la democracia era una mera pantomima, una obra de teatro de mal gusto, un drama pesaroso, por la pobreza argumental y la poca fecunda imaginación. Los controles y contrapesos estaban ausentes como una deliberación consciente desde la más alta instancia del Estado. Los órganos de extra poder del Estado dominicano son: Cámara de Cuentas, Suprema Corte de Justicia, Tribunal Superior Electoral, la Junta Central Electoral, Tribunal Constitucional, Defensor del Pueblo.
Cada uno de ellos se movería en el concierto de la partitura del Poder Ejecutivo. La Cámara de Cuentas en 16 años solo haría 346 auditorías, un promedio de 22 por año, cuando en el país hay más de 4,000 instituciones que debieran ser auditadas, según lo establecido por la Ley 10-04 y la Constitución de la República. Los actuales miembros de la Cámara de Cuentas realizaron auditorías a 11 obras de ODEBRECHT y determinaron que existió una sobrevaloración de US$600 millones de dólares, pero todavía no logran ni ponerlas en la página de la institución ni enviarla a la Procuraduría General. Todavía tienen el síndrome del miedo del gobierno anterior. En estos últimos años ese órgano del Estado ni auditó el Ministerio de Educación ni el de Obras Públicas ni Salud, los tres ministerios que reciben más dinero del presupuesto. ¡Doña Licelot Marte llegó a decir varias veces que con lo que se perdía en corrupción se podía hacer dos Repúblicas Dominicana!
El Tribunal Superior Electoral no lo podemos personalizar, pero la verdad es que no me merece el más mínimo respeto el que encabezó Mariano Rodríguez, fueron un verdadero desastre en el orden institucional. Aquello fue una instrumentalización burda y grotesca a favor de una agenda a favor del partido gobernante. Todo lo que vimos de la Junta del 2016-2020 que surgió con enorme legitimidad, amplia aceptación y aprobación, se diluyó y
desdibujó por sus decisiones y acciones, por una expresión de cómo el Poder Ejecutivo operaría al interior de la Junta. Desde el Palacio la deslegitimación, tanto por lo del 6 de octubre como lo del 16 de febrero, así como lo del voto en el exterior donde el senador Adriano Espaillat jugaría un rol estelar. ¡El Defensor del Pueblo, ni hablar, simplemente, una caricatura que no entró en ningún concierto. Nada de instrumentos musicales!
El Congreso en los últimos 16 años no jugó su papel de control y fiscalizador del Poder Ejecutivo. Una caja de resonancia y un baúl extensivo de la mueca de éste. Nunca analizaron los ejercicios fiscales que anualmente envía la Cámara de Cuentas a más tardar el 30 de abril por mandato constitucional. La Suprema, blindada. A partir, sobre todo del 2010 con la nueva Constitución. El Tribunal Constitucional a lo largo de estos nueve años, desde su creación fáctica, ha tenido un desempeño bueno.
Lo que hemos querido destacar es que la democracia no puede desarrollarse de manera sostenible si no se validan en la práctica los controles y contrapesos que son dados por las instituciones, para que prevalezcan por encima de los intereses particulares y personales. Son esos órganos los que solidifican el Estado democrático. Sus desviaciones, inobservancias, penetran los poros del populismo autoritario y fraguan el deslizamiento hacia opciones sin libertad ni derecho.
El relato fiel es la pertinencia de que los actores sociales, políticos, asimilen la necesidad de que los órganos de controles, de contrapesos institucionales operen de manera eficiente y eficaz, para que se pueda garantizar que los derechos de todos sean reconocidos y que nadie pueda mancillar de manera tan cerril.