Dr. Víctor Manuel Peña
Es indudable que Trump, un hombre que nunca debió haber sido presidente, representa la era del derrumbe, del desastre y del descalabro total en la sociedad estadounidense.
Pero la tragedia Trump en la sociedad estadounidense nos invita a hacer una introspección del alma y del cuerpo de la sociedad estadounidense.
En otras palabras, lo que no debió haber pasado, ¿por qué pasó?
Y el análisis psico-social no solo debe abarcar a Trump sino que hay que extenderlo a esa parte de la sociedad estadounidense que está tan enferma como está Trump!
La enfermedad psico-social de Trump expresa la profunda e inveterada enfermedad psico-social de una parte importante de la sociedad estadounidense.
Las locuras de Trump expresan las locuras de esa parte de la sociedad estadounidense.
Pero Trump como empresario se formó en la cultura del fraude que heredó de su padre en el mundo inmobiliario. La cultura del fraude es parte intrínseca de su personalidad y de su inveterada enfermedad: en ese mundo de la cultura del fraude alteraba los precios de los activos de sus empresas para mejorar su calificación como potencial prestatario y acostumbraba a alterar los precios de los inmuebles para evadir ex profeso el pago de impuestos al Estado como ha dicho un exasesor de Trump.
En el caso de Trump estamos hablando de un enfermo empedernido y total.
El asalto al Capitolio, un innegable acto de insurrección, hecho bajo la dirección y el mandato de Trump, da cuenta de que los seguidores de Trump son verdaderos “terroristas internos”, como les llamó Biden, que al mismo tiempo son confesos enemigos de la democracia y de la institucionalidad.
Ese acto de insurrección, de sedición y de conspiración contra la democracia y la institucionalidad representó un verdadero intento de golpe de Estado.
Ni Trump ni sus seguidores se han colocado en el plano de la razón y de la objetividad para entender los problemas centrales y medulares de la sociedad estadounidense y cómo enfrentar esos problemas.
Es obvio que tanto Trump como sus seguidores se han colocado en el plano de la emocionalidad y de la sentimentalidad.
Así todo lo que respiran y transpiran Trump y sus fanáticos seguidores es odio, rencor, resentimiento contra los negros, contra los inmigrantes y contra las mujeres y contra los demócratas.
Lógicamente carecen de una visión histórica de esos problemas y de cómo enfrentarlos correctamente.
En la esfera de la emocionalidad y de la sentimentalidad no es posible, jamás, tener una visión histórica correcta de los problemas de ninguna sociedad.
Trump y sus fanáticos y enloquecidos seguidores están atrapados en esa esfera de la emocionalidad y de la sentimentalidad.
Los profundos problemas de una sociedad, cualquiera que sea, no se enfrentan en el plano de las emociones y de los sentimientos, mucho menos en el plano de emociones y sentimientos tan bajos y tan absurdos como los que tienen Trump y sus fanáticos y enloquecidos seguidores.
La era Biden significa la negación de la era Trump. El gran compromiso de Biden pasa por restablecer la normalidad en la vida de Estados Unidos priorizando la atención a la crisis sanitaria y la recuperación de la economía.
Hay una inevitable tarea de reconstrucción de lo dañado y de lo destruido, pero en esa labor de reconstrucción de lo dañado y de lo destruido tiene que hacerse permanentemente amparándose en la ciencia, la historia, la tecnología y el buen proceder en materia del accionar público.
Prohibido dar palos a ciega!
Todas las locuras de Trump hay que echarlas al zafacón, y eso ha estado haciendo Joe Biden en sus primeros días en la presidencia de Estados Unidos.
Biden acaba de enterrar la loca orden ejecutiva de Trump que autorizaba la construcción del muro en la frontera con México, reactivó a DACA y la fantasía de los dreamers, enterró la construcción del oleoducto entre Estasos Unidos y Canadá, acaba de autorizar el retorno de Estados Unidos al Acuerdo de París sobre el cambio climático, la vuelta a la OMS, la normalización de las relaciones con la Unión Europea y la OTAN, la reactivación del acuerdo nuclear con Irán y el retorno a la UNESCO.
Biden tiene que trabajar seriamente en la reconciliación de la sociedad estadounidense, reduciendo al mínimo los niveles de crispación.
Biden tiene la tamaña responsabilidad de reorientar las políticas internas y la política exterior de Estados Unidos.
La gran diferencia entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano se da en cuanto a la calidad y a la orientación de las políticas internas, porque en materia de política exterior no hay diferencia entre esos dos partidos porque ambos asumen por igual la defensa de los intereses de la potencia en el mundo. En materia de política exterior no hay aliados permanentes, sino intereses permanentes.
El gobierno de Biden tendrá que concebir y aplicar una reforma tributaria progresiva y una gran reforma migratoria.
Hay que impulsar una reforma de la educación que permita recuperar los niveles de calidad perdidos en el sistema educativo nacional, de tal manera que Estados Unidos recupere los espacios perdidos en términos de los parámetros de calidad frente a los gigantes del Sudeste asiático y países del norte de Europa.
El desarrollo de la ciencia y de la tecnología precisa de mucha calidad en la educación. No es posible desarrollar matrices eficientes de competitividad en el plano interno y en el comercio exterior al margen del desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la calidad de la educación.
El déficit sideral que tiene Estados Unidos en el comercio exterior no se supera con aumentos de aranceles sino con sabias políticas públicas, ancladas en la ciencia, la tecnología y la calidad de la educación, que permitan recuperar los espacios perdidos en materia de competitividad sistémica y de competitividad del comercio exterior.
También hay que mejorar la calidad de la salud y del sistema de seguridad social y que ambos comporten significativas tasas de progresividad a favor de la clase media y de los pobres.
Finalmente, ha quedado demostrado que la democracia de Estados Unidos no es la mejor ni la mejor cimentada o fundamentada del mundo. Esa democracia hay que oxigenarla o reformarla ya para que el voto popular, y no el voto electoral, sea la base de la soberanía popular.
La frágil y endeble tesis del excepcionalismo estadounidense ha quedado muy maltrecha con la crisis que ha vivido la democracia en ese país a propósito de que Trump quería quedarse a la brava por cuatro años más!
Pero hay que evaluar seriamente el papel que han jugado el narcotráfico y el consumo de drogas en la destrucción y enfermedad colectiva de la sociedad estadounidense!
Hay que definir y aplicar planes coordinados con las naciones de América y del mundo para perseguir seriamente el gravísimo problema del narcotráfico a nivel global y el grueso problema del consumo de drogas en Estados Unidos.
La construcción de la seguridad en el mundo pasa por afrontar esos dos grandísimos problemas.
Las bases de una civilización sana y segura en el mundo actual pasan por afrontar seriamente esos dos monstruos que están destruyendo y consumiendo las sociedades humanas.
Es obvio que en materia de su desarrollo económico y social América Latina tiene que trillar su propio camino.
En definitiva todo lo que haga Estados Unidos en materia de política exterior es pensando en sus propios intereses primero.