REFLEXIONES EN EL CAMBIO #22
José Francisco Peña Guaba

En política toda decisión y cada acción tiene una justificación básica. A todos nos ha ocurrido que tomamos decisiones no comprendidas por nuestro entorno (sean nuestros amigos, familiares o el pueblo).

No debo tratar este tema sin aclarar mi posición en el año 2000, apenas 2 años después de la muerte de mi padre. En ese momento decidimos hacer alianza con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), a través de nuestro vínculo de amistad con el Dr. Leonel Fernández, impulsados por el hecho de que en vida del líder ocurrieron diferencias que nos separaban de una parte de la dirigencia perredeísta. En efecto, muchos de ellos, llevados por sus particulares intereses, sin sensatez alguna, presionaban a mi padre a pesar de que éste se encontraba extenuado por la enfermedad, y de hecho caminando hacia el mundo de lo ignoto. Se desconocía su liderazgo, al punto de que le hicieron sacrificarse en una candidatura a Síndico, sin importándoles la condición de salud que atravesaba y sólo persiguiendo beneficios particulares.

Mientra mi padre estuvo en New York a principio del año 1997, postrado, en cama y casi agonizando, grupos que interactuaban durante esa época desarrollaban actividades promocionales de candidaturas propias. Tal fue la desazón creada en ese momento que, recuerdo a la perfección en que, Hatuey Decamps se indignó tanto que, en un momento dado, le dijo a un grupo de esos dirigentes la siguiente frase: “En la casa del enfermo no se hace fiesta.”

Hasta cierto punto recuperado, pero todavía dentro de su crisis de salud, habiendo retornado al país, se vio como a ese hombre se le presionó para que acudiera a un proceso innecesario de participación en las elecciones del 1998, cuando lo que debimos fue pactar antes para llevarlo a presidente aunque fuera por 2 años. Quienes medraban a su alrededor, beneficiarios de su luz y liderazgo fueron quienes lo sometieron a esa, su última prueba.

Fui a ver a papá a Cambita y le dije, utilizando su forma sutil de decir que no estaría: “Líder, cuando usted cierre los ojos yo no me quedo aquí”. Me miro expectante y me dijo: “Yo sé que preferirás irte con tu amigo Leonel.” Sólo él, Hatuey y yo conocemos las razones de esa decisión, qué tal vez revelaré cuando cuente mis memorias.

Cuando decidí marcharme a principios del 2000, se lo comuniqué con firmeza a varios dirigentes, entre ellos al propio Hatuey Decamps, que dijo entenderme pero que no era el momento adecuado. Le respondí: “No te apures mi amigo, yo también te esperaré afuera”. Tres años después ya lo estaba.

La falta de fidelidad, el incumplimiento de la palabra empeñada, las traiciones … eso es precisamente lo que había cosechado Peña Gómez en su propio partido. Incluso pudimos detectar más de 4 intentos de asesinarle, auspiciados por los mismos que él encumbró al Poder. El rosario de traiciones al líder está bien documentado y lo que no se sabe, me ocuparé, antes de irme al otro mundo, de que el pueblo lo sepa, para que vean de todo de lo que fue víctima este hombre sin par.

Sin querer justificar mis acciones, decidí mantener la alianza con Leonel hasta recorrer a su lado la oposición del 2000 al 2004. Cuando llegamos al Gobierno en el 2004 lo primero que hice al salir del Palacio, el 17 de agosto, fue visitar a Hipólito y a Hatuey y ponerme a sus órdenes. Aunque estaba molesto con la dirigencia perredeísta, todo el que me necesito durante los 14 años que estuve aliado al PLD, a todos les serví con afecto y esmero, porque hasta ahí no llegan mis diferencias.

Cuando me toco salir del Gobierno fui y se lo dije a Danilo Medina de frente, como hablan los hombres, y me alegra no haber sido parte del despropósito reeleccionista por segunda ocasión. No los traicioné, porque simplemente fue mi decisión firme en ambos casos. No me beneficie, porque no me comí ni una menta del gobierno de Hipólito y en el de Danilo entregué todos los cargos, cosa que aquí en nuestro país poca gente hace.

Cuando asumí la coordinación de los partidos del Proyecto de Leonel lo convencí de la necesidad de un pacto municipal y senatorial con el Partido Revolucionario Moderno, y aunque tenía sus reservas me escuchó y así lo autorizó. El pacto acordado con Luis Abinader lo construí, pero con una condición del hoy Presidente, que se hiciera bajo la intermediación de la plataforma “Juntos Podemos” que quien esto escribe coordinaba, y así se hizo, porque el perremeismo temía que un acuerdo directo con los peledeístas-leonelistas les afectara electoralmente, cosa que fue todo lo contrario, ya que la cercanía con los seguidores del ex presidente les permitió abrir una relación con el peledeismo y crear una trocha de apoyo que afecto al acorazado morado, permitiendo que finalmente se descantaran miles de votos a favor de la candidatura de Luis, porque era quien tenía reales posibilidades de ganar.

He sabido de acciones de gente favorecida con su elección, que desarrollan acciones contra los mismos partidos que les apoyaron. Otros solo quieren afectar de antemano a Leonel -no reconociendo que si hoy disfrutan de las mieles del poder es porque este hombre se decidió a dividir la maquinaria invencible del peledeismo-. Pero ambas traiciones son hijas de la peor de las idioteces, y de las más absurda de las ingratitudes.

Parece que están de moda las traiciones, que las deslealtades son un mérito a exhibir. En verdad, hay gente determinada a hacer suya la frase de Maquiavelo de que “el fin Justifica los medios.” Ahora les pregunto: ¿cuál fin es aquel que busca que los partidos vean a otrora beneficiados de su apoyo, como auspiciadores de su desgracia y como sepultureros del sistema de Partidos?.

¿Qué ganancia tendrán en el futuro aquellos que se burlen hoy de la buena fe y de la confianza de un hombre de la estatura de Leonel?.

Este pueblo está viendo que quienes llegan a los cargos, lo primero que hacen es darle una puñalada a quienes los llevaron ahí.

El inmediatismo, la lisonja mediática, la luna de miel que tradicionalmente se da a los que apenas empiezan la gestión pública, parece que no es suficiente para que aprendan de errores ajenos. O no conocen la historia o su vista es tan corta que no ven más allá de sus propias narices.

Sólo en este mundo light cosas así son comprensibles, porque en sus deleznables actuaciones y deslealtades no guardan ni siquiera las formas, como la de un senador que después que hicimos de todo para llevarlo ahí, hasta dos cartas envío su partido fijando posición contraria a las mismas organizaciones políticas que le apoyaron, ¡la desfachatez no tiene forma!.

La gente traiciona con una naturalidad que espanta, gozan o disfrutan con hacerle daño a quien bien les hizo. Pareciera qué hay más placer en engañar, en la perfidia y en la vileza que en la gratitud, que como decía mi padre, es la reina de todas las virtudes.

Las cosas que he visto últimamente no tienen nombre. Estoy observando las acciones más bajas de la pasión humana, porque una cosa es no ayudar u olvidar favores recibidos, y otra cosa muy diferente es dañar alevosamente a aquel que gratuitamente te favoreció. Quienes obran de esa manera tienen que saber que los hombres públicos ligados a esta ingrata actividad de la política, deberán de recordar. Primero, que existe una justicia divina según la cual el daño causado se revierte; segundo, que es altísimamente negativa y lastrante la falta de credibilidad que dejan entre los actores políticos; tercero, que ya en los mentideros y peñas de los que más se habla es del desleal comportamiento de algunos otrora beneficiados, y cuarto y Último, que quienes olvidan estas verdades ¡Las tendrán que ver, porque se pagan en las elecciones!