Dr. Víctor Manuel Peña
Es indudable que una depreciación sostenida y acumulada de la moneda nacional frente al dólar genera distorsiones y costos enormes para la economía, la población y el Estado.
En el corto plazo o muy corto plazo es innegable que la depreciación genera en cualquier economía un doble efecto: abarata las exportaciones y encarece las importaciones
Lo anterior significa que en el corto plazo la depreciación de la moneda mejora la competitividad de las exportaciones: con cada dólar que entra a la economía o al país usted genera más pesos en el momento de la conversión.
Sin embargo, la moneda de una nación no debe estar sometida a un proceso de depreciación permanente porque ello contraviene las leyes de la economía o del funcionamiento de ésta.
En el mediano y largo plazo, la competitividad sistémica y la competitividad exterior deben lograrse en base al mejoramiento de la productividad. Y el mejoramiento de la productividad está en función de la tasa de progreso tecnológico o la tasa de cambio tecnológico.
En otras palabras, en el mediano y largo el mejoramiento de la competitividad está en función de la tasa de progreso tecnológico o de la tasa de cambio tecnológico.
La competitividad tiene que expresarse necesariamente a nivel de la calidad y de los precios de los bienes producidos.
Así, los sectores que producen bienes y servicios para los mercados internacionales tienen que abandonar la idea y la actitud de que los gobiernos, específicamente el banco central, tienen que depreciar la moneda para que ellos puedan ser competitivos en el exterior.
Hay que abandonar el simplismo y el camino de la depreciación como única vía para mejorar la competitividad de las exportaciones.
Sin ahorros no hay inversión, y sin embargo el teórico más potente del crecimiento económico, Robert Solow, establece que el crecimiento del PIB por unidad de cantidad de mano de obra o fuerza de trabajo es independiente de la tasa de ahorros, pero, en cambio, es completamente dependiente de la tasa de progreso tecnológico o de cambio tecnológico en el que las innovaciones juegan un papel central.
La depreciación se logra en base al cabildeo político pero el progreso tecnológico requiere de un gran esfuerzo mental y material.
La competitividad de verdad se logra en base a un sostenido y gran proceso de transformación de las estructuras productivas en el ámbito de la tecnología y de la innovación, y no en base al simplismo de la depreciación de la moneda nacional.
En fin, la competitividad de verdad no depende del tipo de cambio de la moneda sino de cambios sostenidos en la productividad en base a los cambios tecnológicos o al progreso tecnológico.
Hace falta recrear la teoría del empresario innovador de Joseph Alois Schumpeter, economista austríaco de gran renombre en la historia de la Economía, en nuestro país. Su libro Teoría del Desenvolvimiento Económico debe ser leído y analizado siempre por los hombres de negocios y de empresas.
Los costos que en una economía genera la depreciación sostenida y acumulada de la moneda son altísimos y distorsionantes.
El primer de esos costos es el proceso inflacionario imparable que genera una depreciación sostenida y acumulada de la moneda.
Un proceso inflacionario así deteriora el salario real sobre todo si los salarios monetarios se mantienen fijos o invariables, que es lo que generalmente ocurre en economías como la nuestra donde hay serios problemas de conciencia y de institucionalidad.
Pero también producto de la inflación se disparan los costos de producción de todas las empresas y esto establece limitaciones al proceso de crecimiento de la economía y el desarrollo en forma de círculo vicioso, no virtuoso, de la inflación.
Un agigantado proceso de depreciación de la moneda nacional genera grandes distorsiones a nivel de la economía pública: los costos de la deuda pública externa, es decir, el pago de los intereses y del capital de la deuda externa vencida se eleva a la estratosfera.
No es lo mismo cuando el tipo de cambio está en 40, 35 ó 30 por uno que cuando está en 58 por uno como ocurre ahora. El pago de intereses y amortización de capital de la deuda pública externa se eleva al cielo.
¿Quién tiene que pagar ese crecimiento sideral y desastroso de la deuda pública externa? El pueblo dominicano es quien tiene que soportar sobre sus hombros, espaldas y costillas el altísimo costo de la deuda pública externa causado por la depreciación de la moneda. Y todo eso implica un gran sacrificio para la población que termina pagando muchos más impuestos directos e indirectos.
Todo eso hace más espeluznante y escandaloso el drama de la pobreza extrema y de la desigualdad social en nuestro país.
La recuperación del turismo y de las zonas francas en el contexto de la pandemia no depende de la depreciación de la moneda sino que depende de dos factores: 1) La recuperación de la economía internacional o de la economía mundial, sobre todo, la recuperación de las economías de los países que generan flujos turísticos hacia República Dominicana y 2) De cómo se maneje la pandemia en nuestro país
La depreciación de la moneda que hace excesivamente multimillonarios a dos o tres no conviene, jamás, a la salud y al bienestar del pueblo dominicano porque es el mismo pueblo quien tiene que pagar de manera compulsiva u obligada los platos rotos.
Escribir poesía al revés le sale demasiado caro al pueblo dominicano.