Oscar López Reyes
Aunque desde que el mundo es mundo pululan sujetos con costumbres bandidescas o mañas para sustraer objetos ajenos con malas artes, hay etapas y territorios en los que son más abundantes, como ocurre en República Dominicana, donde en las dos primeras décadas del siglo XXI los pillajes han crecido desproporcionadamente.
Por el 1940, 1950 y 1960, los ladrones esperaban altas horas de la noche, o las madrugadas, para penetrar a las casas cuyos dueños eran de medianos ingresos, aprovechando que estaban en el quinto sueño. Ocasionalmente, alguien gritaba por el despojo de dinero, zapatos o viejos aparatos de radio, cometido por contados malandrines armados de palos y cuchillos.
Esos cortabolsas huían despavoridos de policías que portaban simples macanas o primitivos revólveres cañón largo, y en los años de 1970 se hicieron famosos los asaltos a billeteros y bancos, cometidos por grupos de izquierda, supuestamente para financiar actividades revolucionarias.
En los últimos 20 ó 30 años, los atracos a plena luz del día han sido colectivos en clínicas, hospitales, restaurantes, universidades, escuelas, cementerios, plazas públicas y guaguas y, apertrechados de pistolas y ametralladoras, los cacos golpean, matan y enfrentan a tiros a los policías.
Diariamente acaecen cientos de robos de dinero, computadoras, cables de todo género, teléfonos celulares, prendas, vehículos y efectos del hogar. La gran mayoría no son reportados a la Policía, porque los afectados entienden que es una pérdida de tiempo, porque en algunos barrios a las 10 de la mañana policías sin desayunar anotan las declaraciones en destartaladas mascotas. Catervas barriales se inclinan por dar palizas o quemar a las ganzúas, en virtud de que, cuando son sujetadas, duran menos en las ergástulas que una gallina en un pajar.
Más de un 25% de la población ha sido víctima de asaltos, que les han dejado más congelados que una persona en un territorio con temperatura bajo cero, lisiados, ciegos o sin vida, lo que provoca miedo y que maniobremos bajo la paranoia social o manteniéndonos chivos.
Por las secuelas psicológicas o referencias, se vigila antes de retirarse del hogar, esperan acompañantes para salir de éste, abandonan casas individuales y se mudan en edificios de apartamentos, prefieren los autobuses y minibuses, y cuando se utilizan carros éstos deben estar debidamente identificados.
Los hay que sacan el sueldo del banco durante varios días, andan con poco dinero y lo esconden hasta en lugares íntimos; chequean alrededor y en el interior de su vehículo antes de abordarlo; le ponen el seguro, entintan los vidrios y miran atentos los carros y motocicletas que se les acercan, cambian de rutas y seleccionan las vías más concurridas.
Otros se ejercitan en grupos y con palos y objetos cortantes en las manos, no llevan cadenas, relojes ni otras prendas, y terceros prefieren no caminar por la mañana ni por la tarde, y tampoco visitar de noche restaurantes y otros espacios públicos. Muchas iglesias ofician misas en la claridad.
Incesantemente, los medios de comunicación son receptores de denuncias sobre asaltos pero, lastimosamente, éstas no tienen cabida debido a que habría que preparar un listado interminable, algo así como ponerse a cantar los números de la Lotería Nacional.
Años atrás fueron noticias falsificar la firma de un fallecido presidente de la República, despojar de su cartera al jefe de la Policía, sustraerles las armas de fuego a generales en sus aposentos mientras dormían, robar en los parqueos del Palacio Nacional y la Policía.
Antes prevalecían negocios con doble contabilidad, se manejaban dos bancos paralelos y se presentaban estados financieros engañosos. Y hoy son novedades clonar tarjetas de créditos, fabricar pasaportes con visas norteamericanas fraudulentas y saquear camiones cargados de alimentos.
Sean de raterías o espectaculares, los hurtos tienen la misma característica, porque los pillos son fríos, calculadores, inteligentes, guapos, ágiles y estudian, como el gato y el tigre, los movimientos de sus presas, a la vez que saben agacharse.
En virtud de que el robo como fenómeno socio-cultural se ha extendido por las más sorprendentes praderas, tome medidas particulares. Como respuesta inmediata a los atracos, usted tiene tres opciones: andar con armas de fuego rastrilladas para responder con habilidad; 2) meterse debajo de la cama, y 3) dejar sumisamente que los bandoleros hagan lo que ellos quieran. Esto último es lo más aconsejable.
Si les quitan objetos, recuerde que no tenemos policías suficientes para atender cada casa, y ni siquiera sus denuncias. Mejor pásese las manos por la cara, acuéstese boca arriba o dese tres golpecitos en el pecho.
El auge de los delitos echa sus raíces en el crecimiento desordenado de las ciudades, la ruptura de los vínculos tradicionales de la familia y la comunidad, la escasa formación juvenil, el desempleo, la exclusión social y la impunidad. Sin una política pública efectiva, esta epidemia seguirá subiendo.
Para prevenir, reducir o conjurar la delincuencia y la criminalidad, el presidente Luis Rodolfo Abinader ha lanzado el plan estratégico integral de seguridad ciudadana y convivencia pacífica “Mi país seguro”. Con anterioridad, los ex presidentes Hipólito Mejía motorizó la aprobación de la Ley número 96-04 sobre Institución de la Policía Nacional; en el 2005 Leonel Fernández el Plan de Seguridad Democrática y en el 2016 Danilo Medina el Plan Nacional de Seguridad Ciudadana.
Asimilando las experiencias genealógicas y operacionales de los abatidos programas precitados, así como los exitosos de Nueva York, Colombia y otros litorales, el presidente Abinader se aferra, casi sin dormir, a “Mi país seguro”. Todo dominicano de buen corazón, que sienta en su piel sensible el dolor del desplome sangriento que aflige a miles de padres, hijos, hermanos y otros parientes, está en el deber ciudadano de ofrecer algún tipo de aporte para que este proyecto rinda las mejores cosechas.
Los grilletes de la delincuencia nos abaten, por las razones citadas. El jefe de Estado ha priorizado este tema, igual que el del empleo, y por eso prefiero identificarlo como “Abinader empleo”. Tanto él como emisarios suyos han viajado a Nueva York, y técnicos especializados han visitado a Colombia, buscando con una linterna alternativas para menguar un fenómeno peliagudo, porque de la noche a la mañana jamás será fulminado.
En esa arveja, “Mi país seguro” palanquea en cuatro cigueñales cardinales: 1) reformar la Policía Nacional, con un aumento de 35 mil millones en su presupuesto y un mejor salario para sus miembros; 2) duplicar el presupuesto a la Justicia, como complemento a la depuración policial; 3) integrar a la formación técnico-profesional a jóvenes que no estudian ni trabajan, a través del programa Oportunidad 14-24; y 4) acelerar la aprobación de la modificación del sufrido Código Penal, para endurecer las sanciones e introducir la cadena perpetua.
Si algún cristiano imbuido de las más sanas intenciones tiene otras propuestas o iniciativas, ayudará a la Nación canalizándolas a través de la Comisión Especial nombrada por el mandatario para transformar a la Policía Nacional, a las cámaras legislativas o a los instrumentos mediáticos. Más que las protestas, los que triunfan ante el pueblo son los que formulan propuestas.