Oscar López Reyes
Los periodistas que juzgan y amonestan en los mass-media son sometidos a presiones, advertencias, recomendaciones y súplicas por allegados, que quieren cuidar su integridad física y que, por sus denuncias y opiniones, no manufacturen adversarios que recurran a la represalia retaliatoria. Esos calculadores/precavidos cortos de audición y visión, atisban sus miradas enternecidas en la cazuela del conservadurismo más curtido y en inferencias que son incompatibles con los contenidos conceptuales del periodismo y la teoría crítica de la comunicación.
Ese discernimiento apreciativo, encaramado en los temporales de embestidas universales (más de mil periodistas abatidos en cubos de sangre entre el 2000 y el 2022), encarcelamientos, ostracismos y otras privaciones), dispara la espiral de aprensión de los temerosos por su amigo o cuñado que interactúa en los media. El Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación de la UNESCO computa que cada cinco días un periodista cae mortalmente, más aún en las zonas de conflictos.
En países como la República Dominicana, que se privilegia con una democracia que se consolida en la más acentuada vigilancia y enroscada en los entrecejos de múltiples falencias socio-económicas, las tirrias y asedios son menos tortuosas. Y la desconfianza y preocupación detonan más artificiosos y presumidos, como los que siguen:
1.- No denunciar las inacciones o desafueros de un gobierno, para no cerrarse puertas. Miedo a la cancelación de la pareja, el hijo u otros parientes cercanos, o a no ser designado en un puesto público.
2.- No sermonear contra un partido, para no tirarse de enemigos a sus dirigentes y militantes. Temor a los abucheos.
3.- No inculpar a los gringos de violaciones o intervencionismo, para que no lo pongan en una lista negra. Fobia a que le quiten la visa.
4.- No reprochar el ambicionismo y los excesos de ciertos empresarios, porque se rehúsan a pautarle publicidad. Pánico a que presionen a dueños e incumbentes para despojarlo de su espacio mediático.
5.- No acusar de tropelías a policías y militares, sin importar su naturaleza, en vista de que tienen poder de fuego; a fiscales ni a jueces, debido a que le formulan imputaciones y lo condenen. El anatema del paredón.
6.- No expresar apreciaciones adversas a los grupos comunitarios o populares, ya que volantearían y lanzarían piedras a su vehículo. Pavor a las reacciones grupo/barriales.
7.- No meterse con los narcotraficantes, porque matan. Terror a las balas furibundas de fusiles automáticos de precisión y repetición.
8.- No tachar a los delincuentes, porque atacan. Grima a las pistolas, cuchillos, puñales y otras dagas de mano.
9.- No censurar distorsiones ni malas actuaciones de feministas y homosexuales, porque se sentirán ofendidos junto a progenitores. Espanto a las hostilidades.
10.- No increpar a los artistas, para no recibir reprimendas en los escenarios. Susto a las ojerizas y a que no le canten….
Si en la desatinada creencia de que participara en un concurso de popularidad, el periodista se alista, ensimismado, en esos flequillos, se va a pique: no está en capacidad de buscar, descubrir, examinar, evaluar y revelar, para poder acoger, dar la razón y encomiar. O para desaprobar o sancionar con expresiones escritas o verbales. Por esa incompetencia se inhabilita para pensar, y deja de escribir como un lápiz embotado o un bolígrafo desmochado.
Ese reportero, que no conoce o reconoce el credo de The Times de Estados Unidos: “Difundir las noticias con imparcialidad, sin temor y sin favor”, se descalifica hasta para mirar. Naufraga. Hundido en ese cajón, es preferible no ejercer la profesión y olfatear en otros horizontes, o ponerse a rezar en un tabernáculo.
Raya por debajo de la medianía más adocenada y desafinada, el que -por inseguridad o cobardía- soslaya o esquiva explicar con hendidura, pormenorizar, debatir y aprobar o recriminar los variados flancos de desmanes, vejaciones, corrupción, crímenes, accidentes e incidentes; planteamientos filosóficos, proyectos y doctrinas.
No compenetra con el categorial y antropológico humanitarismo, con el pensamiento crítico, la ética ni con las exigencias publicitarias empresariales un periodismo cómplice con los avasallamientos, y ambiguo, vago e irresoluto en la vagoneta de la insolencia.
En la difusión de noticias e ideas, y en sus interpretaciones y opiniones en el cumplimiento de su rol de mediación del análisis social, el periodista asume un compromiso de servicio colectivo, que reclama sensibilidad humanitarista, solidaridad y cooperación, que no está sujeto a su contexto epocal y siempre alineado con la marginalidad.
Desde la aparición de las actas diurnas colocadas en tablones de muros en la antigua Roma, hasta la sociedad teledirigida empujada por la Cuarta Revolución Industrial, ha sido cada vez de saliente el poder de informar y enjuiciar, fundado en la axiología de la ciencia, en los valores filosóficos y las más supremas normas de convivencia, la vigilancia, la investigación, la cavilación y la fortificación de la democracia.
La trilogía humanismo, ética y el pluralismo condensa el cometido social del periodista que, a nuestro parecer, se entronca en un repertorio de 10 ángulos categoriales. Ellas encarnan la esencialidad misional del periodismo:
1.- Misión concienzativa: divulgar el conocimiento, la atención y el interés sobre los asuntos socio-colectivos más concurrentes, para concitar la integración hacia su solución o disminución.
2.- Misión denunciativa: criticar la intolerancia, los desafueros y excesos de las autoridades civiles y militares del Estado, sin contravenir las normas de respeto.
3.- Misión pacificativa: ser portavoz de los más perentorios y legítimos reclamos ciudadanos en torno a sus necesidades, seguridad y tranquilidad.
4.- Misión amonestativa: censurar la desigualdad, la inequidad, el despotismo, la impunidad y otras lacras sociales.
5.- Misión identificativa: promover la identidad, la cultura y valores nacionales: la literatura, el arte, la ciencia y la comunicación, para diluir la sombra de la ignorancia y la desinformación.
6.- Misión igualitativa: fomentar la libertad, el derecho, la democracia deliberativa, la justicia social, las virtudes cívicas, éticas y espirituales, y el cumplimiento del cuerpo de leyes.
7.- Misión patriótica: fomentar el amor y la salvaguarda del suelo dominicano, la soberanía y los símbolos patrios.
8.- Misión dialogativa: motivar el diálogo público, generar polémicas y buscar consenso para la resolución de dificultades/rompecabezas socio-comunitarios.
9.- Misión recreativa: Mitigar el ocio y promover la sana diversión.
10.- Misión histórica: recoger testimonios como una impronta pretérita y como un referente para la enseñanza futura.
Tres norteamericanos puntualizan sobre la temática concernida. Gay Talese, autor de “El Reino y el poder”, señala que “El mundo del periodista nato no es exactamente el mismo con el que sueña la mayoría de los demás mortales, porque un periodista sin noticias de catástrofes, guerras y tensiones se sentiría como un médico sin enfermos”. Y matiza que “el deber de la prensa es hablar; el de los estadistas, guardar silencio” (1).
Otro clásico, Georges Weill, escribe en “El periódico. Orígenes, evolución y función de la prensa periódica”, aludido, que “La profesión de periodista ha desarrollado entre gran número de los que la ejercen con un valor profesional que alcanza a veces hasta el heroísmo. Son numerosos los corresponsales de guerra muertos en el campo de batalla”. Y rememora que “en California, en la época heroica del descubrimiento de las minas de oro, un período que denunciaba los crímenes de los aventureros que habían acudido hacia este Eldorado se componía por hombres que escribían con el revólver al lado, prestos a rechazar un ataque” (2).
Walter Lippmann, celebrado columnista, opina en su obra “Libertad y prensa”, que “cuando un pueblo no puede remontarse a las mejores fuentes para su información” entonces la conjetura y el rumor de cualquiera, la ilusión y el capricho de cada cual se convierten en la base del gobierno. Todo aquello que han alegado los más agudos críticos de la democracia se torna cierto si no existe un flujo permanente de noticias fidedignas y relevantes. La incompetencia y el desconcierto, la deslealtad y la corrupción, el pánico y en última instancia el caos sobrevendrán a cualquier pueblo al que se le prive de un acceso claro a los hechos. Nadie puede gobernar algo basándose en la estulticia; y menos aún lo puede hacer un pueblo” (3).
Evadiendo el arte de pensar, excitar los ánimos contra el coloniaje de toda laya, la inequidad y la ausencia de castigo, los más pesimistas, timoratos y convencionalistas en su chapa conservadora se excusan señalando que el anterior decálogo encierra una utopía o quimera. Olvidan que la sociedad ha avanzado con el impulso protagónico de los diez puntos citados.
Y han aportado, en superior e inferior peldaño, 1) El periodista asalariado, 2) El periodista corporativo o lucrativo, y 3) El periodista doctrinario, con su carga ideológica o religiosa.
Citas bibliográficas:
1.- Talese, Gay, “El Reino y el poder”, Ediciones Grijalbo, S. A., Talleres Gráficos Duplex, Barcelona, España, 1973, págs.1 y 20.
2.- Weill, Georges “El periódico. Orígenes, evolución y función de la prensa periódica”, Impresora Dante, México, 1962, pág. 294.
3.- Lippmann, Walter “Libertad y prensa”, Editorial Tecnos (Grupo Anaya, S.A.), España, 1920/2011, pág. 13.