Relato:

Por Emiliano Reyes Espejo

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-“A los guardias del jefe se le respeta”, proclamó el jefe del Ejército en Neyba cuando arengó a su tropa para que actuaran contra quienes mataron a un militar en El Palmar.

La acción expresada por este alto jefe militar funcionaba como “una doctrina” en los estamentos castrenses que se aplicó “a pies juntillas” en la época del tirano. A partir de entonces los uniformados gozaron de esa protección que los hacía entes cuasi omnímodos, intocables, lo cual añoran todavía viejos guardias ya puestos en retiro.

La práctica –gracias a Dios- se ha ido diluyendo en el transcurrir del tiempo. Persisten, no obstante, remanentes de esos comportamientos en organismos castrenses.

Y resulta que muchos de estos males que inciden en la sociedad y que fueron sembrados durante la tiranía, no han cambiado, no han sido superados, simplemente han “mutado de manera maléfica” para desgracia de la sociedad dominicana.

Persisten a través del tiempo valores patéticos, no con la misma contundencia de antes, pero existen. Predominó durante la tiranía la imposición de la fuerza, el militarismo, el terror político, la asechanza y la persecución.

En cuanto a la imposición, este mal perdura disfrazado de una democracia que cuando usted la analiza fríamente, descubre sus hálitos sobre cómo fuerzas dominantes terminan imponiendo los gobernantes de turno. No se utiliza, como antes, la fuerza militar. Ahora los métodos son más persuasivos, convincentes, esperanzadores, ilusionadores.

Total, visto a profundidad esto es casi lo mismo. Una fuerza minoritaria –pero fuerza al fin- usa los resortes del poder para imponerse a una mayoría que previamente ha sido adocenada. Antes era la coerción de la fuerza militar y policial, ahora es la persuasión y el convencimiento “democrático”.

Pero terminan gobernando las mismas fuerzas, aunque con diferentes ropajes.

Los habitantes de la pequeña comunidad de El Palmar no hubieran sufrido lo que sufrieron si esa doctrina militar no existiera.

En esa ocasión en la comunidad rural de El Palmar, a unos nueve kilómetros de Tamayo, provincia Bahoruco, un raso del Ejército Nacional que intervino en defensa de una prostituta durante una celebración de las Fiestas Patronales de Nuestra Señora del Carmen, fue ultimado por unos parroquianos.

Eso bastó para que “se soltara el demonio” en aquel poblado. Los “guardias del jefe” llegaron al lugar imponiendo el terror, afectando casuchas de ciudadanos indefensos que no tenían nada que ver con la reyerta que terminó con la muerte del raso Gustavo Reyes Cordero, hijo de Pagüé e Ignacia Reyes, descendiente de un conocido tronco familiar de la zona, Ninín Reyes.

El raso Gustavo estaba de servicio en Neyba, pero ese día había acudido a El Palmar a disfrutar de las fiestas patronales. Pese a que se trataba de un pequeño y empobrecido poblado, allí se realizaban para esa fecha, tres y cuatro fiestas con “picó” y “pericos ripiaos” en diferentes partes de la comunidad.

-“En la fiesta había una muchacha muy hermosa ella que ejercía la prostitución y que al parecer era conocida del militar”, nos relató  mi hermana Aida que para ese entonces era la novia de otro guardia, Humberto, hermano de la víctima.

-“Una vez Gustavo llegó al lugar, la muchacha se le acercó para quejarse de que Nory, un dueño de tienda radicado en Batey 3 del Ingenio Barahona, había estado con ella y no quería pagar por su servicio”, agregó.

El comerciante le “había echado un cubo”, como se decía entonces en ese mundo de los cabarets. Se resistió a pagar a la dama de “vida alegre” por “el tiempo que había estado con ella” durante la fiesta. La joven mujer insistió en que Gustavo como militar al fin, aunque no anduviera de servicio, exigiera al comerciante para que le pague.

Al parecer los presentes en el pequeña “enramada-bar” que era uno de los lugares de festejos, incluyendo al comerciante y sus acompañantes, “estaban pasados de romo”. Como se trataba de gente conocida, el militar se acercó a Nory para interceder a favor de la dama reclamante.

-“Nory, mira, de por Dios hazlo por mí, dale algo a esa pobre mujer”, imploró el guardia al comerciante que se mantenía reacio a pagar a la prostituta. –“Esa mujer vive de eso y usted es un negociante que maneja dinero, dale algo”, casi suplicó.

-“Tú siempre te estás metiéndote en todo. No tienes que estarte metiendo, la guardia siempre está como la mierda, en medio de todo”, expresó el comerciante afectado –tal vez-por los efectos del alcohol.

Nory, era un comerciante puertorriqueño conocido como “El americano” que se había radicado con una tienda en el Batey 3 en los tiempos de bonanza de la industria azucarera.

La expresión ofensiva contra los militares enfureció a Gustavo, quien no obstante, reclamó al negociante que se calmara.

-“Deja tus ofensas contra la guardia”, expresó el militar visiblemente molesto. Pero no terminó bien la frase cuando uno de los acompañantes del comerciante dio a éste un sillazo mortal, mientras otros les propinaron botellazos y apuñalaron. Las heridas y golpes fueron contundentes, demoledores. Gustavo se desplomó a causa de este brutal ataque causante de su muerte.

Todo ocurrió muy rápido. Era un pleito casi familiar, ya que se dio entre gente conocida.  Resultó que Antonio, que era oriundo de Hato Nuevo, Tamayo, y de quien se dijo dio el primer sillazo al militar, “era cuñado de Ignacia, la madre del muerto”. Éste era esposo de una hermana de Ignacia, hermana de Machito, quien a su vez era tío de Gustavo, la víctima”.

Desatado el pleito la gente corrió despavorida en medio de un griterío. Un ambiente de pesar acompañado de un espeso silencio se apoderó del lugar. Las gentes, los vecinos, se miraban e irrumpían en llantos acosados por esta inesperada tragedia. Los pobladores de El Palmar se recogieron en sus hogares, presagiaron que una desgracia se abalanzaba sobre su localidad por la muerte de este militar.

-“Nory, “El americano” de Batey 3, mató a Gustavo en un pleito por una prostituta”, se propagó de inmediato en la pequeña comunidad.

La trágica noticia llegó rauda a la comandancia del Ejército Nacional en Neyba. El comandante de esa fortaleza organizó su tropa, la cual marchó rumbo hacia El Palmar con la orden de que no quede nada de pies en esa localidad.

-“Vamo a hacé respetá a la guardia del jefe”. “A lo guardia del jefe se le respeta”, fue la arenga que el comandante hizo a los militares que entraron a El Palmar.

Cuentan moradores del lugar que cuando los guardias llegaron implantaron el terror, iban arrasando con todas las casas  que encontraron por delante, mientras repartían culatazos y golpes a hombres, mujeres y a adultos que no tenían nada que ver con la reyerta. Algunos incluso tuvieron que huir despavoridos a esconderse por montes y cañaverales cercanos.

Desde entonces no se han vuelto a celebrar las fiestas patronales del Santuario del Carmen de El Palmar.

No fue hasta el año pasado cuando los devotos de la Virgen Nuestra Señora del Carmen decidieron reanudar de nuevo estas fiestas religiosas en esta comunidad.

El comerciante y sus acompañantes, los cuales participaron en el pleito en que murió el raso Gustavo, fueron arrestados. Curiosamente, días después la persona que dio el primer sillazo al militar apareció ahorcado en la cárcel.

Los guardias pusieron a circular la especie de que a éste “lo había matado el remordimiento”. Otros decían que se le dio un “escarmiento” para que “no se meta con los guardias del jefe”. Se rumoreó después que el comerciante se escapó de ser eliminado porque era “ciudadano americano” y que además, sus padres tuvieron que gastar “millones de pesos” para salvarle la vida. No obstante, sus negocios en el Batey 3 se vieron languidecer y desaparecieron poco tiempo después. De los otros arrestados no se ha sabido nada.

De ese trágico y conmovedor hecho que ocurrió hace más de 60 años en El Palmar y que todavía merodea en la sociedad, ha quedado como herencia imborrable aquella fatídica frase  : “No te metas con la guardia del jefe”.

Todavía algunas de estas prácticas se observan y parecen dar viso de actualidad a esta antigua maña. ¿Será por eso que aún resulte dificultoso juzgar en los tribunales de la República a jerarcas militares que se le imputan algunos ilícitos?

¿Todavía hay que respetar la guardia del jefe?

*El autor es periodista