Oscar López Reyes
Días y noches, en nuestros oídos retumban locuciones que se han hecho familiares: honorable senador o diputado; su majestad, el rey emérito; el ilustrísimo nuncio apostólico de su santidad, el papa; el excelentísimo señor embajador y su señoría, adosado a un juez. Desde las primeras décadas del siglo XX, en las escuelas de comunicación social se recomienda desechar el uso de adjetivos calificativos en la redacción de una noticia.
Los adjetivos calificativos denotan derroche de palabras en la emisión de juicios valorativos en una oración escrita o verbal. El adjetivo “expresa cualidad o accidente” de un sustantivo que lo modifica, en concordancia con el género y el número, como “Alexander es inteligente”, donde Alexander ejerce la función de sustantivo e inteligente de adjetivo.
Los aludidos atributos pueden ser favorables o contraproducentes, y acomodarse antes o después del sustantivo. Calificar significa “juzgar el grado de suficiencia o insuficiencia de los conocimientos…” (1), como decente o soez, manso o feroz, triste o feliz, honesto o deshonesto y gordo o delgado.
Los tratamientos de cortesía se emplean en el protocolo y ceremonial del Estado, con más énfasis en el presidencial y el cuerpo diplomático, pero no en la noticia, en virtud de que la llena de exageración y atribuciones que no se corresponden con la realidad, sino que responden a la etiqueta/pompa oficial, a vanidades y a simulaciones.
¡Guau! ¡Guau! …
¡Ay! Senadores y diputados alfombran en el descrédito (honorables), por constantes denuncias sobre sus inconductas, y algunos hasta han sido deportados por operaciones ilícitas.
¡Vaya! El rey emérito de España (1975-2014), Juan Carlos I (su majestad), en el 2012 fue acusado de caza ilegal de elefantes y luego de manejos financieros irregulares, que lo condujo al exilio en República Dominicana, y por cuyos actos tuvo que abdicar o renunciar al trono de esa nación ibérica.
¡Arrea! El embajador o nuncio apostólico del Vaticano en República Dominicana, Joseph o Josef Wesolowski (excelentísimo) fue destituido por el papa Francisco, en el 2013, por pederastia o violación de menores y adolescentes y, en el 2015, falleció en Roma, en la antesala de un juicio penal, imputado de la comisión de los referidos delitos.
¡Oh! Jueces (señorías) de toda laya han sido cancelados y sometidos a la justicia por dictar sentencias favorables a imputados de corrupción, narcotráfico, homicidios y otras infracciones.
Por antecedentes como los referidos, “el género noticioso no admite juicios interpretativos o valorativos. El periodista presenta los hechos tal como ocurrieron, auxiliado de las técnicas de redacción de noticias, pero sin opinar” (2), y con su detallada descripción y narración induce a la audiencia a forjarse su propio criterio.
En el registro noticiable de la temporalidad informativa bogan ordinariamente clichés lingüísticos, como “un voraz incendio”, “un asesinato espeluznante”, “la Policía persigue a los malandros”, “acontecimientos sangrientos” y “un aparatoso accidente de tránsito”.
En la República Dominicana, los adjetivos calificativos son abundantes, en la brazada laudatoria: “mi dilecto y magnánimo amigo”, “el pundonoroso alto oficial”, “el pulcro y eficiente funcionario”, “la obra del escrupuloso y excelso presidente Danilo Medina”, y “el papa Pío XII ha sido el más respetuoso y virtuoso de la humanidad”.
Como contraste, también aletea la jeringoza: “¡coño!, esa maldita vaina”, “el jodío farsante”, “aquel baboso e ignorante”, “ese testarudo y mentiroso”, “el estúpido, mañoso y vago”, “esa porquería”, “ese disparate” y “ese carajo o pendejo”.
Esas palabras, ¿son licenciosas o indecentes?, ¿despreciativas?, ¿desprestigian? o ¿aturden…?
Los “excesos de calificativos” -en el lenguaje basura o “monstruosidad”- en los diarios sensacionalistas o amarillistas de Estados Unidos, empezaron a ser desmontados en 1920, como viejas tradiciones, con la “acentuación del profesionalismo”, para aumentar “la confianza del público” (3). En los rieles de ese noviciado, en República Dominicana tendremos que volver a otro “Nuevo trato” por la decencia mediática.
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Citas bibliográficas:
1.- Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española, Vigésima Segunda Edición, 2001, Talleres Gráficos de Rotapapel, Madrid, España, págs. 31 y 272.
2.- “El periodismo en 6 Dimensiones”, Oscar López Reyes, Editora Panamericana, Santo Domingo, Rep. Dom., 1998, pág. 14.
3.- “El periodismo en los Estados Unidos”, Edwin Emery (Universidad de Minnesota), Editorial F. Trillas, México, 1966, págs. 626, 639 y 708.