Cándido Mercedes
“… Cuando buscamos el sentido de la vida, queremos un relato que explique de que va la realidad y cuál es mi papel concreto en el drama cósmico. Este papel me convierte en una parte de algo más grande que yo y da sentido a todas mis experiencias y elecciones”. (Yuval N. Harari).
Época de cambio y cambio epocal se combinan de manera simultánea, instantánea. Creadores de surcos, nos amontonamos tras valles y montañas, desarrollando con una vastedad el dominio de la naturaleza, para constantemente transformarnos a nosotros mismos. Somos, en consecuencia, la única especie que, al transformar las adversidades y los obstáculos, nos transformamos, haciendo historia, que es la trascendencia. Por eso constituimos el constructo que hace cultura con sus acciones y decisiones.
La inestabilidad instalada cursó siempre como habitus de nuestra existencia, empero, nunca antes la velocidad de los cambios se había producido tan velozmente. Es una velocidad que nos deja perplejos, colocándonos en el difícil tránsito de tres vectores que concurren: incertidumbre, miedo y esperanza, no necesariamente de manera armónica, sino en una alta conflictividad. Nuestra génesis y evolución ha contenido a lo largo de la historia, el cambio. El cambio como embrión y parto. En cada espacio fructificaba el futuro y el miedo, miedo y futuro. Lo desconocido nos genera miedo. Sin embargo, lo que vivimos y estamos por vivir es ciclópeo: una enorme revolución de la tecnología, de la información.
La revolución de la biotecnología, la nanotecnología, la robótica, la revolución genética, vale expresar, del átomo. Hoy producimos en un año más información que en varios siglos. Los signos de la inestabilidad, que es cambio que se suceden por segundos, donde la adaptabilidad, que es empoderamiento de este enorme desafío, se hace crucial y protagonista de la supervivencia humana.
Ya el futuro no será como nos dijera en algún momento Byung-Chal Han “El futuro se convierte en predecible y controlable”. No es posible, pues un cataclismo de cambios y crisis se suceden como volcanes telúricos en constante ebullición, brotando lava por doquier y destrozando, tal vez, parte de la civilización humana construida. Al tiempo que una enorme revolución tecnológica, incluyendo la cuarta revolución industrial, donde asistimos a un desplazamiento del dominio de occidente, que hegemonizó cerca de 500 años, vale decir, toda la irrupción del capitalismo hasta hoy (infraestructura económica), con su superestructura (lo jurídico político), tenían, y tienen todavía, el epicentro de occidente.
Una inflexión y égida se aglutinó en las Naciones Unidas a partir de 1945. Hoy, si cabe el término, un desplazamiento y canalización hacia el Pacífico, donde el Continente Asiático, con cuasi el 60 por ciento de la población mundial, comienza a gravitar no solo por su enorme población, sino por el curso de su desarrollo material en los últimos 30 años.
Una potencia de dominación mundial totalmente hegemónica: Estados Unidos, declina y se degrada, ya no solo en el orden económico, sino política e institucionalmente (deterioro de su
democracia). En los años 60 del siglo pasado constituía el 60 por ciento del PIB mundial. Hoy, aunque sigue siendo el país más grande por su PIB, solo representa el 25 por ciento del PIB global. Si Donald Trump fue presidente y aspira de nuevo, y hoy ese imperio en declive tiene a Joe Biden, de presidente y aspirante a la reelección, nos pone de cuerpo entero la descomposición de la elite política en ese gran país.
Los vectores de la incertidumbre, miedo y esperanza están ahí:
a) Destrucción creativa permanente a través de la tecnología en su máxima dimensión.
b) Desplazamiento global de la esfera del poder. Un poder más multilateral. Nuevos actores emergen y con una configuración del poder y sus instituciones diferentes. Nuevos valores culturales diferentes. Incluyendo la religión.
c) El ciclo geopolítico y con ello, la geoeconomía, serán los elementos cardinales para entender las nuevas relaciones de poder.
d) La geopolítica, como espacio de la división y distribución de los territorios, acusará nuevas normativas de regulación y control. La geopolítica, como nos diría Klaus Dodfs, “como la relación entre el planeta (la tierra) y el poder político y su distribución”.
e) La soberanía Nación, la globalización, adquieren otros matices y con ello, un nuevo calado en el difícil entramado del nuevo tejido que se configurará, no visible para nosotros, empero, una lucha constante de manera subterránea.
f) La revolución tecnológica viene impulsando un nuevo paradigma en el mundo energético que será bajo en carbón, lo que llevará a una nueva recomposición de la riqueza ante el desplazamiento del gas, del petróleo y con ellos, a los países que hoy son líderes en esos productos.
g) Como nos diría Klaus Dodds “la fusión del hielo y lo que ayer era cuasi inaudito que sucediera, hoy lo tenemos frente a los ojos”. El papel del océano Glacial Ártico y con él una nueva ruta marítima mundial.
Los cambios y crisis en ciernes, al mismo tiempo, vienen a constituir una especie de Cisne Negro: como varios elementos diferentes, de orígenes diametralmente opuestos, se expresan en el mismo espacio y tiempo. Esto está dando lugar a una nueva visión del mapa mental, que trasciende lo geográfico, lo territorial, para ubicarnos en la importancia que le damos. Ese mapa mental es el dominio mental de que nos habla Pedro Baños acerca del alcance del poder.
El mapa mental se grafica y visibiliza a través del Foro Económico Global de 2022, cuando 2,500 líderes y expertos abordaron “la historia en un punto de inflexión”. 6 temas de Davos que definirán lo que viene:
1) Ucrania pone de manifiesto la importancia de la cooperación global.
2) Las tres crisis interconectadas: del clima, los alimentos y la energía.
3) No uses la palabra “R” (podría venir de todos modos).
4) La preparación para la próxima pandemia requiere terminar con las disparidades sanitarias.
5) Género, desigualdad y empleos del mañana.
6) Nuestro futuro es digital.
Reimaginar el mundo es incertidumbre permanente, pero es oportunidad que acogota la dimensión del miedo, frente a un futuro que nos convoca con los signos de interrogación más altos en la historia de la humanidad. La esperanza en medio del miedo y la incertidumbre, es que un nuevo liderazgo habrá de vislumbrarse, que exprese lo mejor y la condensación de la humanidad. Allí donde nuevos valores surgirán, más visión de la diversidad y comprensión de las dimensiones de la cultura y de las religiones.
Miedo, incertidumbre y esperanza han estado ahí presentes como dinámica cierta de la existencia humana. Sin embargo, hoy se agiganta porque como decía alguien “porque lo que se conoce no se teme, o no se teme tanto como lo desconocido”. A los días le sucederán las noches, sin embargo, el desafío de repensar el mundo, de reimaginarlo, ahora es como alcanzar un mundo con reglas claras e instituciones sólidas que sean respetadas por todos, para hacer del planeta tierra un ecosistema más fluido.
Una nueva gobernanza ha de cristalizarse, donde el déficit democrático no acuse tanta preeminencia y el deterioro no siga su agitado curso. Estamos frente a una crisis sistémica que desborda todas las facetas: económica, social, institucional, geopolítica, cambio climático, crisis energética, crisis alimentaria y crisis de representación. El reto, pues, no es solo la fatiga de la democracia, es mucho más que ello. Ahora el enorme desbalance que hoy hemos creado frente a los vectores de la incertidumbre y el miedo. El miedo, la incertidumbre y la esperanza como emociones consustanciales a nuestra naturaleza, cuasi quedan desestructuradas y nos invitan a buscar nuevos corpus a través de la resiliencia
El shock económico, producto de la pandemia que ha colapsado el mundo, la guerra entre Rusia y Ucrania, nos convocan como humanos a reflexionar para, parafraseando a Bill Gates: “Como evitar la próxima pandemia”. Agregaríamos… y las próximas guerras. Como nos dice Terry Eagleton, en su libro Esperanza sin Optimismo: “… De esta forma, en un oscuro sentido, no solo somos responsables del presente del futuro sino también del pasado. No es posible resucitar a los muertos, pero hay una forma trágica de esperanza en virtud de la cual se les puede otorgar nuevo significado”.