Por Cándido Mercedes
“La política se ha llenado de individuos que se reconocen y se promocionan mutuamente con una simple mirada, es la mirada del poder”. (Fernando Savater).
Desde 1844 a la fecha, esto es, 179 años, hemos tenido 55 presidentes de los cuales 6 gobernaron por 101 años. Esto es, el 56% del tiempo transcurrido desde la Independencia Nacional hasta ahora. Esos 6 gobernantes representan apenas el 10% de los ejecutivos del Palacio, empero, la franja del tiempo más dilatada. 49 incumbentes en promedio estuvieron solo 1.59 años en el solio máximo de la silla presidencial.
Veamos el listado de los 6 presidentes que concentran 101 años:
1) Pedro Santana.
2) Buenaventura Báez.
3) Ulises Heureaux.
4) Rafael Trujillo Molina.
5) Joaquín Balaguer.
6) Leonel Fernández.
En el interregno de 179 años (1844-2023), que condensan tres siglos distintos: XIX, XX y XXI (tercera década), la sociedad dominicana se ha caracterizado por el caudillismo, por el personalismo, por el síndrome del poder por el poder. El desarrollo de una visión, en el marco del desarrollo de las instituciones, ha estado ausente a lo largo de ese inmenso trajinar histórico de nuestra existencia republicana.
El punto neurálgico, desde la perspectiva del desarrollo democrático, es como avanzamos en la construcción de una visión que tenga como eje transversal el punto nodal de las instituciones y de las oportunidades, a través de un consenso en el diseño de reformas estructurales. La sociedad dominicana urge de cambios, de mutaciones, metamorfosis medulares, del tejido social-económico-institucional de la vida pública.
Las elecciones de 2024 representan una enorme oportunidad para ventilar la visión de país que queremos, que ameritamos como nación, no quedarnos en la dermis, en la mera coyuntura de factores que gravitan hoy, pero que todo el mundo sabe que pasará (la inflación). Como articular las mejores energías de la masa crítica de la sociedad, para emerger con nuevos bríos hacia un país mejor.
Requerimos un nuevo acontecer de la historia que tenga como matriz y métrica fundamental la especificidad, la singularidad, de que los actores políticos asuman la política, no como el mero trasiego de las negociaciones, sino como el espacio vital que nos convoque a un proyecto colectivo, asumido con pasión, con compromiso cierto y un verdadero sentido de pertinencia, el de servir.
¿Cuáles son esas reformas impostergables que debemos de asumir como sociedad, como Estado, para posibilitar más cohesión social, más capital social, que exprese la armonía de estar plenamente en el Siglo XXI y no como ahora que tenemos necesidades de tres siglos aglutinados en infinitas agendas? Esas reformas que deberíamos priorizarlas, jerarquizarlas y ponderarlas en el tiempo son:
1) Reforma Fiscal Integral.
2) Reforma del Agua.
3) Sinergia para el cumplimiento del Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
4) Replanteamiento de la Estrategia Nacional de Desarrollo (alcances, oportunidades, limitaciones todavía, para su ejecución en los 7 años para su expiración).
5) Reforma del Ministerio Público (Procuraduría) y la creación de un Ministerio de Justicia.
6) Reforma ineluctable del Código Laboral que data de 1992.
7) Transformación del sistema educativo secundario, para viabilizarlo en una formación técnica. También que todo bachiller tenga que saber tres idiomas, para un país que finalmente vivirá del TURISMO.
8) Seguimiento a la Reforma de la Policía Nacional.
9) Reforma del sector salud y la seguridad social.
10) Reforma de la transparencia y la institucionalidad.
11) Reforma del transporte.
12) Repensar el Estado actual: grande, malo y caro.
13) Reforma de la Ley de Función Pública: 41-08.
Estas reformas nos pautan hacia un proyecto de país donde el crecimiento económico siga ondeando como bandera, empero, que se solidifique hacia una sociedad más incluyente, con mayores niveles de cohesión social. Es la construcción social donde una sociedad no multiplique en un 100% la tasa de desempleo ampliado en el segmento de la juventud (14-29); donde no sigamos teniendo la tasa de SIN- SIN más alta de toda la región (22%, equivalente a 540,000 jóvenes que no estudian ni trabajan).
Son factores sociales, económicos e institucionales que han venido procrastinándose en el seno de la sociedad dominicana. Nos encontramos en un peldaño de la escalera interesante. Todavía tenemos tiempo para empinarnos en el sendero de un desarrollo más sostenible, más incluyente, con menos desigualdad y mejor redistribución de la riqueza, donde hoy tenemos que un 10% de la población acapara un 56.7% de toda la riqueza, en cambio, un 20% de los más pobres solo alcanza un 3% de la riqueza creada. Como nos dice muy bien Fernando Savater en su libro Política parta Amador “Toda riqueza es social. Nadie se hace rico en la soledad o por su propio genio, porque su talento se ejerce socialmente y esa es la clave de su éxito”.
La partitocracia nuestra, una gran parte, se mantiene en el horizonte político por el financiamiento público a los partidos o por vía del despojo político. Estar en un partido no es una lucha que se convoca y moviliza con ideas, con compromiso, con sentido. No hay lucha ideológica, ni mucho menos, por la construcción de políticas públicas que distingan en la praxis los reales niveles de asunción con la sociedad. ¿Una lucha por el poder mismo? La clara obviedad de seres humanos que se creen que nacieron para gobernar y súbditos genuflexos (agradecimientos y gratitud mal entendidos), que le da aquiescencia a un pasado que no nos sirve de referencia positiva.
Evaluar hoy, es la mirada de la visión y del desafío que cada contexto y circunstancia nos demanda. No es hacer per se. Es contrastar y como dejas en el alma de un colectivo societal la impronta de un antes y un después en el concierto ético-moral. Una sociedad no avanza al desarrollo sin la transparencia y la institucionalidad, dejando solo el espacio a un libreto añejo en un cuaderno diezmado: el caudillismo visceral. La tautología
desgarrada de un pasado que no quiere sucumbir, que aletea como mueca, de un drama de un teatro sin telón.
El desafío es no tolerar los galimatías, las mentiras, las manipulaciones y la politiquería más abyecta. Urge la necesaria creación de una visión que catalice los esfuerzos para transformar el país con reformas estructurales. Ameritamos en esa visión seres humanos con los valores de la ejemplaridad, de la coherencia, que se garantice en sus roles como espejo social. La visión es la imagen mental de lo que es posible y deseable de cara al futuro. El ser humano es el único animal de la naturaleza, que viviendo el presente se proyecta hacia el futuro. El único que puede transformar los obstáculos, las adversidades, transformándose social e históricamente.
Como muy bien nos dice Rose Ackerman “La meta no consiste en eliminar la corrupción, sino en aumentar la eficiencia, la eficacia y legitimidad general del Estado”. Por ello, la visión es donde estamos y donde queremos llegar, constituye un compromiso verdadero con el futuro. es la conjugación del presente en una perspectiva significativa con el porvenir. Es la asunción rigurosa de la proactividad, sin vientos ni aspavientos. Adentrarnos en una visión de país con verdadero compromiso es direccionar las energías creativas con imaginación, creatividad e innovación.
Nadie es perenne todo el tiempo. Las instituciones y la institucionalidad nos hacen desarrollar. Juan Bosch aspiró siete veces a la presidencia. Joaquín Balaguer nueve veces. José Francisco Peña Gómez cuatro. Leonel Fernández, 1996-2004-2008, 2020 y ahora todo indica que se postulará por el partido que creó para ello. En 1994 fue candidato vicepresidencial, esto significa, 29 años gravitando en el escenario. Dos generaciones. Es la huella indeleble de una sociedad donde no se renueva la circulación de las elites políticas y en consecuencia, vivimos tropezando constantemente con los mismos problemas del ayer, como nostalgias infinitas, trayendo consigo la pesarosa carga de la procrastinación que nos deja varados en un desconcierto que no logramos desdibujar en la mezcla de las generaciones.
En su interesante ensayo El valor de Educar, Fernando Savater nos recrea esbozando “La ambición por tener poder y dinero muchas veces sirve de tapadera de carencias que no pueden adquirirse como los bienes materiales”.