Por Cándido Mercedes
“El conocimiento tiene que ser mejorado, desafiado, y aumentado constantemente, o desaparece”. (Peter Drucker).
En un mundo disruptivo, merced a la tecnología, el conocimiento en el rigor de la praxis se ve compelido sistemáticamente a la innovación, a la búsqueda de la eficiencia y efectividad de todos los recursos que interactúan en un proyecto. Hoy, no se trata solo de hacer más, sino de hacerlo mejor, con menores costos y mayor beneficio.
Hilvanar las competencias para producir oportunidades desde la perspectiva de la proactividad nos lleva a trascender el mero saber y, en consecuencia, hundirse en un saber hacer, esto es, como transformarnos la información y el conocimiento de una realidad determinada en función de un contexto. Las competencias se validan en la concreción de la realidad y su transformación en base a unas metas, a unos objetivos, a un proyecto, a una planificación y con ello, a una evaluación, sin la cual nada es completo ni serio.
Hay distintas evaluaciones, a saber:
a) Educativa.
b) Diagnóstica.
c) Formativa.
d) Sumativa.
e) Por Competencias.
f) Psicológica.
g) Evaluación de Desempeño.
h) Evaluación de 360 grados.
i) Evaluación de Proyectos.
Cada una constituye un esfuerzo de la planificación, esto es, una manera de jerarquizar y priorizar los recursos en función de los objetivos y metas. Empero, evaluar es lo más loable de la creación, pues significa verdaderamente alinear el diagnóstico con lo que tenemos y queremos, con los intereses, con los riesgos, con los costos, con los beneficios, y, lo más importante, con el impacto.
Planificar y evaluar significa la conexión del emergente sistémico que opera en la relación del pensamiento y la realidad. ¡Que diseñamos y que logramos! Evaluar es un significado y un significante que perfora el pensamiento (abstracto) con lo concreto (la realidad). Evaluar es, en última instancia, medir. Como decía ese gran gurú de la gerencia Peter Drucker “Lo que no se mide, no se puede mejorar. Con objetivos claros y medibles, podemos evaluar el progreso. Pero, además, sirve para el autocontrol y la motivación.”.
La evaluación es el compromiso cierto con una determinada política pública. Sin la evaluación real es como construir un enorme edificio y no darle mantenimiento con el tiempo. La evaluación nos sitúa en un aquí y en un ahora y resalta lo que verdaderamente alcanzamos, los resultados obtenidos y, en consecuencia, nos otorga una fotografía con todo el proceso y su valoración, sus limitaciones, las falencias, carencias, tiempos, recursos financieros, humanos y de competencias. Cuando evaluamos estamos identificando, cuantificando y valorando toda la instrumentalización, operativización que contienen costos y beneficios. De ahí que, de antemano, la evaluación coadyuva ipso facto con la posibilidad de agilizar y mejorar las decisiones con mayor validez y confiabilidad y objetividad. Nos permite un mayor grado de penetrar la realidad.
La evaluación es insertarnos en cada poro del cuerpo para adentrarnos en el hilo conductor del presente y el futuro en base cierta, que como nos decía Peter Drucker “La mejor manera de predecir el futuro es crearlo”. No se puede crear el futuro sin evaluaciones, bien ponderadas, bien creídas. La cultura de la evaluación, en la sociedad dominicana, es muy pírrica. Somos muy dados a sobredimensionar donde estamos, lo que queremos y a la hora de evaluar no darse en el encuentro del equilibrio entre el pesimismo y el optimismo.
El ejemplo más paradigmático es la Ley 1-12 de Estrategia Nacional de Desarrollo 2030. Con una visión, 4 ejes Estratégicos, 3 Pactos, con objetivos generales, específicos, línea de acción, indicadores y metas, está llamada por la misma ley a ser evaluada anualmente. Lo mismo sucede con la Ley de Seguridad social, 87-01, debimos a los 10 años realizar una gran evaluación de la misma, pues, a decir verdad, debió constituir la más revolucionaria revolución social en la República Dominicana. Salud y educación son la forja más extraordinaria del capital humano. Más de 20 años después, cuasi como un imperativo categórico, esperamos los cambios fruto de una verdadera evaluación.
Pero, ¿qué es una política pública? Es una acción desarrollada por un gobierno, con el objetivo de satisfacer una necesidad de la sociedad, que conlleva un:
a) Diagnóstico de los problemas.
b) Análisis de factibilidad.
c) El Mapa de ruta o los caminos de las soluciones.
d) Evaluación de los resultados.
Evaluamos muy subjetivamente y más en el plano de la vida política partidaria. Vi como en el 2015, al final el partido gobernante de entonces, evaluó la aplicación de su gobierno, tomando en cuenta el programa de gobierno que había ofrecido. Llegaron a la conclusión de que habían cumplido en un 98%. ¡Realmente, triste y penoso! Las políticas públicas han de visualizarse en un alto grado de coherencia, integralidad y sostenibilidad. Las políticas públicas, en función de una visión y una misión, nos sitúan en el grado del nivel del Estado en que nos encontramos, pues desafía la temporalidad y a los actores involucrados para tejerse en el bien común de una sociedad, conjugando a diferentes generaciones.
Por lo tanto, las políticas públicas han de fraguarse, en un Estado moderno, como una especie de hábitos que, como decía Aristóteles “La excelencia es un arte ganado a base de entrenamiento y habito. No actuamos correctamente porque tengamos excelentes virtudes, sino porque somos virtuosos porque actuamos correctamente. Somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia, entonces, no es un suceso, sino un hábito”. En nuestra sociedad hay, por así decirlo, una crisis de políticas públicas. Existe un fardo, constituido en rémora y modorra, de actuar reactivamente, frente a situaciones que pudieron ser de otra manera para que no afectaran tan negativamente a la población.
Las políticas públicas, con todo su proceso, entrañan el grado más alto de participación en la democracia. Refuerzan el verdadero compromiso con la sociedad, sus prioridades, su jerarquización, más allá de toda retórica, de toda campaña electoral, de todo diletantismo. Mapas, rutas, camino, nos trazan las políticas públicas y marcan la estrategia distintiva, diferenciadas de con quien estamos y que fuerzas sociales e intereses queremos empujar en el malabarismo gerencial.
Las políticas públicas bien diseñadas, mejor evaluadas, ahogan lo más posible, la fragmentación, la volatilidad y coadyuvan con una mayor cuota de credibilidad y de confianza entre los distintos actores sociales y políticos, pues expresan las acciones gubernamentales, contribuyendo así con la información, transparencia y participación.
Tenemos, desde la sociología, desde la economía, que dosificar la compleja relación con las políticas públicas y resaltar que estas no tienen sentido, sino es para ampliar la base de la gobernabilidad y gobernanza. Más allá de los paradigmas con sus ontologías, epistemología y metodología, debemos de adentrarnos porque política pública, al decir de Salazar ¨Vargas “es el conjunto de sucesivas respuestas del Estado frente a situaciones consideradas como socialmente problemáticas”. O, como nos dice Müller, una “política pública es un proceso de mediación social, en la medida en que el objeto de cada política pública es tomar a cargo los desajustes que pueden ocurrir entre un sector y otros, o aun, entre un sector y la sociedad global”.
Como sociedad ameritamos, urgentemente, esos flujos de decisiones y acciones que contribuyan a disminuir significativamente la pobreza, la desigualdad, la enorme asimetría y marginalidad social, la pésima y agravante problemática de salud que nos encierra todo nuestro cuerpo social en los albores del comienzo del Siglo XX.