Por Cándido Mercedes
“Desde luego, no es solo la economía lo que ha fallado, también nuestra política. Nuestra brecha económica ha conducido a una brecha política, que a su vez ha venido a reforzar la brecha económica. Aquellos que tienen dinero y poder lo han empleado en la política para escribir las reglas del juego económico y político de formas que refuercen su ventaja”. (Joseph E. Stiglitz: Capitalismo progresista).
Dedicado a Juan Miguel Pérez Vargas, un sociólogo que nos invita a repensar la sociedad en que vivimos.
La sociedad dominicana se encuentra en un proceso en que la evolución, transformación, no son suficientes. Es más, el concepto sociológico de cambio no es ya idóneo. Dejamos que como tejido económico-social las variaciones en sus dimensiones se realizan por goteo. Hoy, merced a las postergaciones se requiere una verdadera metamorfosis.
Metamorfosis en la conceptualización y categorización de Ulrich Beck cuando nos dice “El cambio destaca una característica futura de la modernidad, a saber, la transformación permanente, en tanto que los conceptos básicos y las certezas en que se sustenta permanecen constantes… La metamorfosis, por el contrario, desestabiliza las certezas de la sociedad moderna… Metamorfosis, en este sentido, significa sencillamente que lo que era impensable ayer es real y posible hoy”.
Las reformas pendientes son inexorables, ineludibles. Son parte de una agenda que debió iniciarse en la génesis misma del Siglo XXI. Hoy, el imperativo kantiano las hace, no solamente necesarias en el plano existencial material, sino, ético-moral. Ético-moral desde la concepción de la desigualdad, desde las diferentes perspectivas de la inequidad. La desigualdad de ingresos, ¿qué mide? ¿Qué muestran los datos? La desigualdad dentro de un país, que constituye las diferencias entre los ingresos de los ricos y de los pobres en un determinado país.
No vamos a ver la desigualdad entre países, que mide los ingresos medios entre países y la desigualdad global que trata de hacer referencia en la diferencia entre los ingresos de ricos y pobres sin tomar en consideración el país al que pertenecen. Producto de la enorme desigualdad hemos llegado a un punto de inflexión donde no hay espacio para la parálisis, ni resquicio para la contemplación. No existen poros para la autocomplacencia. La reflexividad está por doquier. Es el punto de la acción, de las decisiones, donde el dilema es: revolución y/o metamorfosis. Nada de cambio como cascada, como goteo, con la certeza en el contenido, de no cambiar nada.
Las reformas, desde una visión holística, son varias, empero, la sociedad política y la sociedad en su conjunto han de enfocarse en una ruta donde se exponga con claridad, de manera diáfana, como una especie de pacto Político-Institucional-Social, que aborda lo importante que es no urgente y, lo urgente que es importante. Esto es, las reformas que posibilitarán protección social y desarrollo para el país. De las doce reformas introducidas en el CES en agosto de 2021, convendría jerarquizarlas, priorizarlas.
De tantas deudas acumuladas, el ejercicio ciclópeo es tratar de acometerlas todas. Sin embargo, el gran gurú de la gerencia moderna, Peter Drucker, nos decía, parafraseándole “La gerencia es el arte de hacer que las cosas sucedan. Es el arte de priorizar en función
del contexto y del tiempo”. Como sociólogo y con una Maestría en Alta Gerencia me pregunto qué reformas en estos cuatro años deberíamos llevar a cabo, veamos:
1. Reforma Fiscal Integral (madre de todas las reformas).
2. Salud y Seguridad Social.
3. Reforma Laboral.
4. Reforma Educativa, real.
5. Transparencia – Institucionalidad.
6. Empleos: marginalidad, discriminación y salarios.
Hay agendas que, si bien implican reformas, son parte de la misión del Poder Ejecutivo, que no requieren de la integración del conjunto de la sociedad, sino del rol estelar del Congreso y de los sectores involucrados, tales son:
1) Sector agua.
2) Hidrocarburos.
3) Transporte.
4) Transformación Digital.
5) Modernización del Estado.
6) Policía Nacional.
Vale decir, con las atribuciones del marco institucional, de todo el tinglado normativo legal y constitucional se pueden emprender estos cambios sin tener que acudir al Consejo Económico y Social (CES) y someter al estrés y a una tensión galopante al cuerpo social-político y económico. Cabe subrayar que el artículo 251, que ampara al CES, es muy claro de los temas que deben de abordarse allí como espacio de participación: temas en materia económica, social y laboral, así como lo consignado en la Estrategia Nacional de Desarrollo.
La revolución ha de cimentarse en una verdadera transformación en el capital humano (salud, seguridad social, educación, empleo). Es la metamorfosis que traerá una disrupción en todo lo concerniente a la redistribución de la riqueza. No puede seguir prosperando un país con apenas 48,442 km² y cinco sociedades al mismo tiempo. Una sociedad con un 3.2% de pobreza absoluta (extrema o indigencia), una pobreza monetaria de 23.4% y un 40% según el Banco Mundial de sectores vulnerables (7,800,00).
Siendo la economía número uno en el Caribe y la séptima de América Latina (Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile, Perú), con un ingreso per cápita de US$11,200 dólares, tenemos uno de los ingresos salariales más bajos, con un promedio de RD$36,000.00, equivalente a US$604.00 dólares mensuales. Acusamos una verdadera crisis de movilidad económica y social. El último estudio del Banco Mundial referido a ello Cuando la prosperidad no es compartida, situaba que la movilidad social alcanzaba en nuestro país solo un 2%.
De ahí la enorme emigración, pues las expectativas crecientes se achican y se apodera el síndrome de la desesperanza. Allí donde la modernidad, como categoría sociológica, incubada sobre todo al comienzo del Siglo XX, no se ha aposentado en los tejidos social-económico-institucional. Solo un 33% (3,000,000) de los 11.3 millones de dominicanos, que habitamos este territorio, vivimos el mundo de la modernidad liquida o de la posmodernidad (7,800,000/11,300,000).
Es como nos dirían Margaret Grosh, Carlo del Ninno, Emil Tesliuc y Azedine Ouerghi en su libro Políticas de Protección social eficaces, acerca de cómo contribuyen las políticas de protección social a la política del desarrollo: “Las políticas de protección social forman parte de una estrategia general de reducción de la pobreza, interactuando y trabajando al lado de la seguridad social, los servicios de salud, educación, financieros y la provisión de servicios públicos y vías, y otras políticas encaminadas a reducir la pobreza y administrar los riesgos”.
La política social como parte de las ciencias sociales, como efecto de la intervención política, a fin de lograr lo más posible la igualdad de oportunidades, la equidad y disminuir la pésima pesadumbre de la modorra de la inequidad horrida que nos abate como sociedad, como país. No debemos dar pausa para que la inequidad se transforme en una iniquidad, que es, a final de cuentas, una abyección moral. Nos dice Joseph E. Stiglitz “Lograr una sociedad más justa requiere de igualdad de oportunidades, pero a la vez esta requiere de mayor igualdad de ingresos y riquezas”.
Aquí, siendo un país de ingreso medio, somos una sociedad de pobres y vulnerables, veamos:
A) 3.2% Pobreza absoluta (extrema, indigencia, equivalente a 150,000 familias).
B) 23.4% Pobreza monetaria (alrededor de 2, 600,000 personas).
C) 40% Vulnerables (4, 600,000).
Esto nos da un 66.6%, quedando solo un 33.4% fuera de esa franja social en la escala de la estratificación social, de la pirámide social, muy ancha abajo. Sin embargo, como contraste ominoso, nos encontramos con varias plutocracias, a saber:
1) Una plutocracia hereditaria.
2) Cada día más se genera una brecha que da lugar a una plutocracia educativa en función de la diferencia de conocimiento entre las escuelas públicas y privadas. La buena educación disminuye la desigualdad social y económica.
3) Tenemos una clase política plutocratizada cada día más por la selección, por el dinero de los puestos electivos y por los privilegios de que gozan los actores políticos, constituyéndose cuasi en una casta social.
Desde 1917 sabemos que los mercados por sí solos no pueden equilibrar el desarrollo sostenible, enhebrar las cuerdas que combinen el equilibrio, a fin de que las personas se transformen en seres humanos y algunos en talentos, más que nunca en la sociedad del conocimiento. Por eso la democracia, que es aquella donde ha de imperar “el derecho, el debido proceso legal, los sistemas de peso y contrapeso y una miríada de instituciones implicadas en descubrir, evaluar y decir la verdad”.
Debemos de impulsar y empujar las reformas, para montarnos en la guagua, en el tren, en el coche, trotando, no importa, pero, asirnos al momento crucial, entendiendo que siempre existirán los que se oponen por diversas causas:
1) Falta de visión. Ceguera política y el rol que le asignan a la democracia.
2) Parálisis paradigmática como efecto del síndrome de la vieja política: criticarlo todo.
3) Intereses personales, particulares y grupales, por encima de los intereses societales.
4) Concepción de la política, de la cultura del enanismo espiritual. La cultura del ratón: sopla y sopla, para morder en silencio.
En los próximos 3, 6, 7 años, República Dominicana retumbará, con la pérdida de la estabilidad política, social, si no se hacen las reformas ya, de un calado que sitúen en el horizonte una perspectiva de mayor inclusión, de menor desigualdad y de un mejor capital humano, que traiga consigo más y mejor cohesión social. Terminamos con otro Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, en su libro Contra los Zombis, cuando nos pregunta ¿Qué papel cree que deberían desempeñar las políticas públicas en la reducción de los riesgos y las desigualdades de una economía de mercado?
Después de todo, la política lleva en su vientre los conflictos y debemos de aprender a gestionarlos. No obstante, en su génesis y al final, lo importante es no perder de vista que la POLITICA es en esencia: relaciones de poder