Oscar López Reyes
Colocándose correctamente la banda con el Escudo Nacional por primera vez en 90 años (1930-2020), el 16 de agosto de este último año Luis Rodolfo Abinader Corona juró como presidente de la República en la solemnidad del Congreso Nacional, y en el 2024 el majestuoso testimonio protocolario se encampana en la exquisita arquitectura artística y cultural del Teatro Nacional.
El decreto del Poder Ejecutivo número 520 del 22 de febrero de 1913, divulgado en la Gaceta Oficial número 2376, establece que la banda presidencial deberá terciarse en el hombro derecho del presidente de la República y el Escudo Nacional emplazarse en la parte central del pecho. Antes de Abinader Corona, veintiún jefes de Estado se acomodaron, improcedentemente, el emblema del poder político, conforme verificación del Instituto Duartiano.
Similar que el citado símbolo patrio dispuesto apropiadamente, la nueva promesa invocatoria de este 16 de agosto en el Teatro Nacional se engalana, en la excepcionalidad, como otro hito del presidente Abinader Corona, quien con esa ceremonia revaloriza el principal centro del arte y la cultura inaugurado en 1973.
Parecería como si, con sus vestíbulos esculturales, “las nubes rojas de la sala grande”, los arcos clásicos y sus lámparas colgantes; los jardines y áreas verdes, se quisiera cautivar el espíritu de los más atrayentes y codiciados genios universales sobre el triunfo de la libertad y la destreza para gobernar; fomentar el conocimiento y el respeto a la Constitución y las leyes adjetivas, cuyo quebranto pendula como la principal dolencia de la sociedad dominicana.
El escenario ícono del Eduardo Brito, además de satisfacer el cupo para mil 400 invitados, también redimensiona la Plaza de la Cultura que homenajea, con su nombre, a Juan Pablo Duarte, padre del teatro dominicano y fundador de la República. La pompa del Día de la Restauración se ofrece como una ventana de rosas sin espinas, ambientado en los acordes de otra acústica, otra danza, otra ópera, otro ballet, otro concierto y otra biela en butacas que coartan el tradicional jorgorio, herencia exacerbada del fogoso radicalismo.
La concurrencia de los legisladores al Teatro Nacional puede ser un referente para cumplir el horario en las sesiones del Congreso, una psicoterapéutica mole de mármol, caoba y yeso para bajar el riesgo cardíaco en la ventilación atmosférica de la deliciosa sinfonía que evocan las galas musicales más espectaculares, y una fuente de inspiración lúdica para promover nuevas leyes que fortalezcan la institucionalidad democrática, reduzcan los privilegios sociales, las desigualdades y la impunidad.
La suntuosidad del Teatro Nacional agasaja e incita, en el rocío de las joyas arquitectónicas, para propiciar el cambio mental y la educación artística y pedagógica en la cultura del acatamiento a las disposiciones legales, y para facilitar el castigo por el Poder Judicial. Sin obediencia a las legislaciones, la colectividad seguirá desmoronándose, y el caos apoderándose de todas las comarcas.
Así tendrá que ser, con ritmo y velocidad, en virtud de que el irrespeto a las leyes fluctúa como una bayoneta atravesada en el costado de la República. Entonces, se requiere ser un observador pertinaz y exigente en su reverencia y sumisión por todos los poderes e instancias sociales: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Constitucional, Electoral, Municipal y Comunitario.
El Congreso Nacional sanciona todos los años innumerables leyes, muchas de las cuales no son observadas, por lo que proponemos la realización de un inventario para determinar cuántas son, cuáles de ellas se cumplen, cuántas son pisoteadas por los poderes públicos y los ciudadanos, y cuales otras urgen ser aprobadas.
La vigencia y el cumplimiento de reglas jurídicas son imprescindibles para auspiciar el buen comportamiento individual, la armonía y paz entre los grupos humanos y conservar las costumbres, el orden y control colectivo.
Prioritariamente, los 210 senadores y diputados que también toman posesión en la Asamblea Nacional este 16 de agosto en el Teatro Nacional tendrán que laborar horas extras para acelerar el conocimiento y la aprobación de la modificación de la Constitución y una ola de reformas que han sido definidas como imprescindibles para reducir las discriminaciones y sustituir disposiciones jurídicas decimonómicas o anticuadas, como los códigos Penal y Laboral, la estructura fiscal integral y la seguridad social. De ellos escucharemos: “Juramos ante Dios, por el pueblo y la patria, y por nuestro honor…”.
Aguardemos que el eco silente de las voces de los tenores, barítonos y sopranas repercutan, con placidez, en esta gloriosa efeméride restauradora, para llenar de sabiduría y energía a los parlamentarios. Ellas, más la temperatura confortable, las canas y calvicies de mayores colmados de experiencias, cimbren para enfriar tejidos musculares, para dormir noches mágicas, sin desvelos por el café y los bocadillos, y con más competencia para condimentar discursos avivados y relajados, oda sarcásticos y oda mesurados, en matrices de reformas para potenciar el cambio.