Por: Alejandro Santos

El gobierno rumbo a su segundo período, se enfrenta a una desafiante dualidad: por un lado, tiene asuntos pendientes de su período recién concluido; al mismo tiempo, enfrenta las exigencias de los organismos financieros para la ejecución de una reforma fiscal.

El ambiente social y económico presenta señales confusas, ya que los organismos financieros internacionales aumentan la presión sobre el gobierno para la formulación y ejecución de un plan de aumento de la recaudación fiscal en alrededor de un 5%, lo que permitiría destinar esos recursos al pago del servicio de la deuda pública externa. Algo de esa magnitud significaría un fuerte golpe para la población dominicana, en un contexto donde no se visualizan áreas viables para aplicar más impuestos sin que esto genere un impacto demoledor en los ingresos de los dominicanos.

Llegar a un punto sin escape, sometiéndose a los “fríos designios” de las finanzas internacionales y teniendo que “ceder” a las cuestionables recetas de medidas económicas impuestas por los acreedores de la deuda pública, es uno de los peores escenarios a los que se enfrenta un país. Como siempre ocurre, las medidas impositivas estarán dirigidas contra la clase media y los más pobres.

Nuestro país se encuentra ante una preocupante coyuntura, lamentablemente similar a la que se avizora antes de una tormenta: los nubarrones oscurecen nuestra atmósfera, pero estamos mirando hacia otro lado, evadiendo lo que está ante nuestros ojos. Entonces, se cierne una poderosa incógnita sobre lo que está por venir.

No se tiene conocimiento de que nuestro país haya escapado a las embestidas de una reforma fiscal, la cual está plasmada en el horizonte futuro.

Hemos entrado en una especie de distracción: leemos los periódicos, vemos y escuchamos programas de opinión, pero estamos vacíos de las informaciones verdaderas sobre lo que nos aguarda en el corto y mediano plazo. Están en proceso los impuestos que vienen, el déficit de energía eléctrica que se agrava con los apagones, el transporte que se complica cada día más, la migración haitiana que se desborda, las crecientes exigencias del poder internacional por imponer su agenda que afectan diversos valores familiares y ancestrales, la falta de recursos de capital para la construcción de obras de infraestructura y la delincuencia, que siempre está al acecho.

La marcha de los acontecimientos sugiere que, posiblemente, el país esté perdiendo el foco de los temas que siempre demandan soluciones. Se sabe que son muchos los problemas que históricamente venimos acarreando. Justamente por eso, se impone un despertar que nos conduzca a tomar el camino que nos lleve a luchar juntos contra esas problemáticas.

El presidente Abinader, en su momento, se verá frente a situaciones que podrían tomarlo por sorpresa. Será mejor para él dar un paso adelante antes de que los acontecimientos terminen por arrasar con la estabilidad social y política.

Los hechos por venir deberían llevarnos a convocar consultas, al diálogo y a la concertación con los estamentos políticos y sociales. Siempre será mejor optar por la prevención y fomentar la participación con compromiso ante los desafíos que nos aguardan.

El sentimiento de la dominicanidad tendrá que prevalecer por encima de cualquier beneficio político coyuntural, sea del partido en el gobierno o de la oposición. Según lo que vislumbramos, los dominicanos que tienen la mayor responsabilidad de conducir nuestro país son los llamados a guiarnos por el sendero de la objetividad de nuestra verdadera realidad y evitar desviar los recursos y los esfuerzos hacia asuntos no prioritarios para nuestra República.

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