Por Cándido Mercedes
“El Estado no solo corrige fallas del mercado, sino que también crea y da forma a los mercados”. Mariana Mazzucato: El Estado Emprendedor)
La sociedad dominicana adolece de una profunda falencia de hombres y mujeres de Estado. En los últimos 28 años hemos tenido “servidores” del partido en cada coyuntura y en cada contexto. Seguimos siendo de los líderes en el mundo en el despojo político, incluso, el hecho de que un partido este en el poder, si cambian a un funcionario, los empleados no “están” garantizados. Existe una enorme posibilidad de rotación del personal cuando llega un incumbente nuevo.
El país ha venido cambiando en las últimas tres décadas, empero, el Estado en sí mismo no ha recorrido los niveles de peldaños de un Estado más moderno. Ni siquiera lleva sobre sus hombros una burocracia profesional, donde los funcionarios saben que trabajan para el Estado (la sociedad políticamente organizada) y, la sociedad en su conjunto. Su gratitud eterna es para el que lo nombró y el Presidente, no dicen que es Dios por la creencia religiosa, pero, si es omnipotente, omnisciente y omnipresente.
La continuidad del estado, en tanto políticas públicas y cartas de rutas de compromisos, a mediano y largo plazo, están ausentes. Cada Presidente, aun con el mismo partido en el poder, lleva su agenda y lo saben todo. Es la suma encarnación de todo el poder. Solo tenemos que mirar el país: 2004-2012 y 2012-2020. Dos gobernantes de una misma organización partidaria donde el primero siguió siendo Presidente del partido y tenían el mismo Comité Político.
Hay que repensar el Estado más audaz, más innovador, más comprometido, en tanto relación social y relaciones de poder. En una perspectiva de presente, en combinación con un futuro más significativo, más halagüeño. Un Estado regulador y creador de las condiciones generales de la productividad y espíritu emprendedor hacia la fortificación de un tejido productivo más diverso, más resiliente.
No podemos seguir con un Estado que el gasto público total apenas representa un 18.5% del PIB total, cuando tenemos países con un PIB que va desde un 30% a un 46% del gasto público de esa sociedad. Requerimos de un Estado que piense más a largo plazo. De ahí la imperiosa necesidad de construir hombres y mujeres de Estado. Seres humanos que vean como deleznable el statu quo, el gatopardismo. Que expresen el concierto de los intereses del conjunto de la sociedad para evitar como nos dice Thomas Piketty en su libro El Capital en el Siglo XXI “La concentración de la riqueza, en manos de unos pocos, puede socavar la democracia misma”.
El Estado, en la cristalización, desarrollo y crecimiento de un tejido productivo más robusto, no puede dar espacio, ni por un instante, al populismo obsecuente y obsequioso. Necesitamos reformas, empero, no reforma por reforma en sí misma, sino para dar el salto hacia nuevos niveles de desarrollo. Las reformas han de ser un compromiso con el futuro y el presente. Una significativa responsabilidad. No pueden ser reformas de añoranzas. Si han de ser estructurales, han de visualizare en el país que tenemos y el país que queremos, realizando una verdadera disrupción con el pasado, rupturando la pésima modorra de la parálisis paradigmática que envuelve a una buena parte de la sociedad, sobre todo, a la elite política y económica.
Los actores políticos con visión de Estado, deben de empujar a la elite económica a asumir su rol en el Siglo XXI, para que pasen de tener conciencia de clase a conciencia de elite. Lo que ha ocurrido es que, durante mucho tiempo, por la escasez referencial de un liderazgo ético, la partitocracia no ha tenido la calidad para exigir a los actores estratégicos principales del sistema que jueguen sus roles. Hay un entramado de complicidad aterradora, en una especie de matrimonio atormentado para el cuerpo social dominicano como una totalidad.
Esa desestructuración nos ha llevado a procrastinar las reformas, los cambios, las necesarias mutaciones. Las omisiones nos han llevado hasta aquí:
1. Una solución eléctrica que no termina.
2. Un caos en el transporte que motoriza más enfermedades (ansiedad, angustia, estrés) y violencia, pues se agudiza la conflictividad social. Enorme costo humano, materiales y de tiempo.
3. Un déficit cuasi fiscal que hoy representan US$15,000 millones de dólares, equivalente al 17% del PIB, que fue coyuntural y lo han llevado a un problema estructural. De tal manera que la deuda consolidada se encuentra entre un 67 a 70% del PIB.
4. Un Pacto Educativo suscrito en el 2014 que no ha sido monitoreado permanentemente y evaluado para determinar los logros, lo que funcionó y no funcionó. Lo que es dable seguir y lo que hay que detener y reevaluar y agregar. ¿Jugaron cada uno de los actores involucrados sus compromisos?
5. Seguimos siendo líderes negativos en el ranking de más niñas y adolescentes embarazadas, con un 22%, donde las variables pobreza y educación son los factores claves que la derivan. En el 2023, 8,000 niñas y adolescentes embarazadas fueron asistidas en los hospitales públicos. No se conoce si esos hombres que cometieron esos delitos están presos.
6. De cada 100 adolescentes, y en la primera juventud (14-19 años), alrededor del 50% están desafiliados del aparato escolar.
Cada una de las elites, en el sistema capitalista, de mercado, trata de evitar lo más posible, las tensiones sociales y políticas. Que las diferencias no sean una consecuencia per se, de la diversidad y del juego de poder, sino expresión vívida de la exclusión y de la horrida desigualdad. En eso, una clase empresarial con conciencia de clase mitiga y neutraliza, lo más enteramente, la erosión y con ello, apuntala sus acciones y decisiones hacia un equilibrio social más acompasado.
La productividad, que no es lo mismo que producción, sino como articulación en su relación insumo y bienes y servicios, en su correspondencia biunívoca entre capital y trabajo, ha venido disminuyendo en nuestra formación social. La productividad, como en la dinámica que propicia la capacidad de producir más bienes de manera más eficiente. La productividad es producir más con menos. Hay que asumir la productividad desde sus diferentes perspectivas: en tanto eficiencia laboral, la que se determina por el número de trabajadores en su relación con el PIB, y, la más amplia y abarcadora, la que toma en cuenta todos los factores, esto es: capital, trabajo, tecnología. Hoy agregamos, forma de organización social y con ello, orden social y cultura (la civilidad), que coadyuvan a una mayor integración funcional, haciendo de los grupos un grado de mejor interactuación social, pues se recrea la confianza, como núcleo estratégico del capital social.
Estado, tejido productivo y productividad, conexionado, se constituyen en espina dorsal, en la médula espinal del capital humano. El capital humano es la suma de conocimiento, experiencia y habilidades. Hoy, el capital humano trasciende un saber, se proyecta y generaliza a un saber hacer, es la competencia en acción. La competitividad sostenible con el capital humano, que queda permeado, merced a la educación, a la formación, al entrenamiento, al adiestramiento continuo. El capital humano es como un fertilizante en medio de una tierra productiva.
El capital humano, parafraseando a Milton en El Paraíso Perdido, cuando decía: “La mente es su propio lugar, puede hacer un cielo del infierno, o, un infierno del cielo”. O, como nos decía ese gran novelista checo, Milán Kundera “En esta tierra que vivimos es un territorio fronterizo entre el cielo y el infierno; es su sitio en el orden de las cosas, lo que determina si es bueno o malo”. Así es el capital humano, eje transversal del alcance civilizatorio, de la eficiencia en la productividad, de la efectividad y de la actitud frente a la cultura por lo bien hecho, esencia de la calidad.
Tenemos que modelar los factores determinantes, clave para ser más competitivos, y el elemento nodal es el capital humano, sobre todo, en un país con las características sociodemográficas como el nuestro. Hay que subrayar que la competitividad para el Foro Económico Global es “El conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad”. La ecuación de la prosperidad, de manera inexorable: tejido productivo, productividad, flexibilidad laboral, capital humano.
El Estado, con un tejido productivo más extenso e intenso, en la mente-factura, nos lleva a un país que alcance de manera sostenido el grado de inversión. Ese cuadrado y cubo es el eslabón para conducir una sociedad con mejores niveles de integración y cohesión social, lo cual pasa por el horizonte de yugular el potencial de fractura social. Como dice la encuesta del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo “El desarrollo implica una relación de poder que garantice los derechos… Son las personas quienes se desarrollan, pero el desarrollo no es una aventura personal porque necesita del colectivo (el Estado, la sociedad), que a través de las instituciones crean, diseñan y concretizan el sistema educativo, de salud, de justicia, transporte, entre otros. Este esfuerzo colectivo se materializa a partir de las políticas públicas que tienen como un objetivo deliberado mejorar la calidad de vida de la gente”.